25 feb 2013

Desde mi ventana

“Desde mi ventana”




Me quedo mirando la escena durante un largo rato. El hombre de pie, justo debajo del cocotero espera la caída de cada fruto. Es de mediana edad, digo esto porque no sabría definir si es mas joven de treinta o mas viejo de cincuenta. Color renegrido, cuerpo delgado y fibroso, piernas firmes, musculosas. No lleva calzado, pero sí tapa su cabeza con un pañuelo anudado, de esos largos que les sirven para tantas cosas...Les resguarda del sol, seca el sudor y también son útiles para trasportar frutos, o lo que sea y a veces anudados entre árbol y árbol se convierten en una sencilla hamaca. Alrededor de su cintura, la clásica pieza envolvente de tela con colores luminosos, atada con un nudo, uniendo el primer lado con el ultimo y los trozos sobrantes del lazo metidos por dentro de su cintura. Y también, dentro de esta, el machete corto, resplandeciente cuando el sol le acaricia, su tesoro mas preciado después de su ayudante. El mono.

Le veo todas las mañanas, a él y a su primate esclavo, llegan temprano, con tiempo para vender los cocos que recogen, a las personas que se ocupan de nuestras comidas. A veces, el hombre abre uno de los frutos con su machete y comprueba si está en condiciones. Casi siempre lo está, su mono nunca se equivoca, sabe muy bien distinguir los cocos maduros de los que aún están verdes. Invariablemente recoge alrededor de una docena. Cuando llega a ese numero, el hombre da un tirón a la cuerda que tiene su ayudante alrededor del cuello, es la señal, el trabajo ha terminado y el mono baja rápidamente. No conviene esquilmar a los cocoteros mas de la cuenta. Hay que dejar frutos para los próximos días, o tal vez para otros recolectores. Mi hombre solo coge lo necesario.

Contemplo como los dos se dirigen hacia la gran cabaña central, donde están las chicas de servicio preparando el desayuno. Saluda poniendo su mano derecha en el corazón, luego en la frente e inclina la cabeza, le corresponden del mismo modo y a partir de ahí, todos se enzarzan en una conversación en la que mas que palabras hay sonidos con diferentes tonos, lo mas parecido a una especie de melodía sin música.

El hombre se sienta en el suelo, alguien le ha dado medio coco lleno de sopa de pescado. Lo bebe con complacencia. Adivino su sabor, picante, ácida por la raíz de lima, con un delicado toque de cilantro y de jengibre. Me digo a mi misma que debo probar a desayunar al estilo Thai, a pesar de que me parezca mas apropiado para el almuerzo. El olor me pone, mucho mas que el de los huevos fritos, aun a sabiendas que estos huevos saben como los de mi niñez, a gallina de rural, de las que andan sueltas y se alimentan con lo que hay en el campo, lombrices, tubérculos, cualquier raíz, o grano que encuentren, sin olvidar los excrementos de cualquier clase...

Una suave brisa ondula el agua, que llega en pequeñas olas hasta la playa. Dos de las chicas de servicio están cogiendo tantos cangrejos como pueden y los depositan en una especie de bandeja honda hecha con ramas de palmera. Tendremos cangrejos para cenar.

El hombre ha terminado, recoge sus monedas y de nuevo, mano al pecho, y a la frente, inclinación y se dispone a irse. El mono sentado a un lado de un cocotero, está terminando su desayuno, una especie de nabos o zanahorias, o ambos. Un tirón de la cuerda le pone en pie. Es hora de irse a casa, o tal vez hay que ir a pescar o a cultivar arroz. Solo ellos lo saben. Yo ni siquiera se donde habitan, tampoco si hay un poblado cerca, o si viven aislados en medio de la selva. Tal vez sea su choza, aquella que vimos una tarde al regresar del rodaje, perdida entre los árboles. Quizás eran sus hijos aquellos a los que vi como su madre lavaba, aprovechando un charco de la ultima lluvia. Quizás..

Solo se que ellos, los unos y los otros, siempre estarán conmigo, en algún lugar del disco duro de mi cerebro, en una carpeta que llamo “Imágenes de Tailandia”.



19 feb 2013

Sol rojo




“Sol rojo”



La luz del amanecer irrumpe en la cabaña de golpe, como si alguien hubiera descorrido unas cortinas inexistentes. Es así siempre, en aquellas latitudes pasas de la noche al día sin darte cuenta. Lo primero que ven mis ojos son la hilera de cocoteros definiendo claramente donde termina la playa. El océano no se ve desde la cama, solo se escucha, pero está ahí en calma, como siempre. Su olor, a sal, se mezcla con el del café recién hecho.

Me levanto rápida, quiero contemplar el azul, el rojo, y el verde magnifico, de los tres elementos juntos. Mar, sol, cocoteros. En uno de estos el mono esclavo sube rápido hasta alcanzar los frutos y solo cuando está seguro de cuales están maduros, los lanza al suelo. Toc-toc- toc su amo recoge hasta una docena, ya tiene los suficientes y tira de la cuerda que sujeta al mono para hacerle bajar. Esta escena no me la pierdo nunca, pienso que cuando me vaya de Bai-Na- Pao la echaré en falta.

El agua está fría, la ducha a base de cazos y mas cazos es bastante primitiva, pero suficiente. Me ducho en un lado del habitáculo para no molestar a la araña que duerme, o nó, en un rincón, trato de no mojarla para que no se enfade conmigo, su tamaño es mas grande de lo que yo quisiera y no debo entrar en litigio con ella, esta es su casa y yo solo soy un huésped transitorio.

Ahora la luz entra a raudales, esto no les gusta a los otros habitantes de la choza que corren a esconderse. Salgo al exterior. El humo que sale de la parte trasera del chiringuito, contiene una mezcla de olores a huevos con bacón y a sopa de pescado con jengibre y raíz de lima. El desayuno está servido, los cocos frescos y jugosos cortados en gajos, el café, el té y la sonrisa de la camarera esperándome.. Todo en orden y perfecto. Un nuevo día de rodaje va comenzar.

17 feb 2013

¿Qué hacemos con el abuelo?



¿Qué hacemos con el abuelo?


Subí andando los tres pisos de un portal modesto. Pulsé el interruptor de la luz y toqué el timbre del tercero, letra B. Se oyeron unos pasos rápidos al otro lado de la puerta y un hombre de mediana edad me abrió.

-Soy la asistente social. Vengo a visitar a D. Andrés García.

-Sí pase usted, aquí es. -Y se hizo a un lado para que pasara.

Así de golpe me encontré en el escenario de mi cometido. Allí frente a mí, sentado en un sillón orejero estaba Andrés, inclinado a un lado, apoyando su hombro derecho sobre una de las orejas del sillón. Menudo, con una boina negra sobre la cabeza. Nada más verlo recordé a Pío Baroja. Llevaba también un grueso jersey de lana y una bufanda alrededor del cuello. Supongo que así conseguía paliar un poco el frío del ambiente.

La estancia no era muy grande y estaba decorada de forma austera. Además del sillón, situado al lado de la ventana, sólo había una mesa alta de madera en el centro, un aparador en la pared opuesta y varias sillas adosadas a las otras paredes.

-Papá, que ha venido la asistente social para hablar contigo.

-Ah, sí.

- Buenos días D. Andrés –dije yo. ¿Qué tal se encuentra?

-Yo estoy bien… -Dejó pasar unos segundos y continuó- …solo que estos días de frío no logro entrar en calor.

Su hijo se adelantó un poco y terció:

-Tiene una estufa -y me señaló una esquina de la habitación, donde pude observar una vieja catalítica de butano, de la que no me había percatado hasta entonces-, pero no la enciende, por no gastar. La verdad, a mí también me da miedo que la encienda, por lo que pueda pasar.

-Y ¿quién le hace la comida, la compra…, quién le ayuda a ducharse o le limpia la casa?

-Nadie hija. Yo soy muy apañado y desde que murió mi mujer me arreglo sólo.

-¿Baja usted sólo a la calle? Miré los pies hinchados de Andrés y pensé en los tres pisos sin ascensor.

-Bajo poco.

-No quiere que venga nadie a ayudarle y yo, la verdad, no puedo –se justificó su hijo.

-¿Qué va a comer hoy? –le pregunté.

-No sé. Ya veré lo que hay en la nevera. Yo con cualquier cosa tengo suficiente.

-¿Pero se hará algo caliente? – insistí.

El hijo no le dejó contestar y lo hizo en su lugar:

-Casi siempre come frío y no sé lo que habrá hoy, pero suele tener la nevera bastante vacía.

-Andrés, así no puede estar, no se alimenta bien, está sólo y aquí hace frío… –Iba a continuar mi discurso cuando vi que Andrés sacaba de su bolsillo una bolsita de tela, mientras en su mano derecha empuñaba un mechero y un librillo de papel de fumar.

-Hija, -me interrumpió- aquí estoy en mi casa, tengo mi libertad.

Lo miré en silencio, me fijé en las arrugas de su rostro y por un momento conecté mi mirada con la suya suplicante. Entonces pude comprender muchas cosas.

10 feb 2013

La caceria

“La cacería”




La oscuridad de la noche se retira, las formas de las lejanas montañas se van dibujando poco a poco. Multitud de sonidos despiertan a la vida. Los olores de otras especies camino de la gran charca indican que es la hora de beber y por consiguiente de cazar .

La leona mira a su alrededor, las compañeras aun están dormitando, varias fueron madres unas lunas atrás y cobijan a sus cachorros entre las patas. Kubak parió dos machos y una hembra, ahora los está despertando con su lengua áspera y dulce lavándolos con cariño, está muy orgullosa de todos ellos y lo demuestra continuamente ante el resto de la manada. Los cachorrillos están buscando los gruesos pezones de su madre y alguno protesta cuando descubre que su hermano está mamando del que considera el suyo particular, lo empuja hacia otra zona, y enseguida todo vuelve a la normalidad. Kana se muere de envidia mientras observa a las leonas, a su único cachorro solo lo disfrutó tres semanas.

La vida parecía fácil hasta que un atardecer lo dejó al cuidado de Baj, la vieja leona que custodia de los bebés mientras todas cazan, Baj oye mal y su olfato tampoco lo tiene en buenas condiciones, pero aún así es una buena niñera. No sabe que pudo ocurrir, pero cuando regresaron arrastrando un par de ñus, el cachorro había desaparecido, Kana lo buscó desesperadamente, solo encontró el rastro maloliente que dejaron una familia de hienas y que se perdía entre la maleza .No le ha olvidado y todavía lo busca en cada forma que se mueve entre las altas hierbas, pero ya sin esperanza, sabe que no volverá y nó consigue hacerse a la idea.

Amanece, hay que ponerse en marcha, son un grupo de siete leonas cazando juntas, su rey y señor se quedara esperando que le traigan la comida, el no se molesta en perseguir impalas como no sea absolutamente necesario. Baj se queda cuidando los cachorros de la manada, se siente culpable de la desaparición de la cría acaecida días atrás... y sus ojos huyen desde entonces a los de la madre. Su olfato ya es débil, y su oído también, pero es la única que puede cuidar a las bestezuelas, ella ahora no caza.

Todas se dirigen en silencio hacia el agua, siempre en contra del aire para que no se delate su presencia, unos metros mas y verán los rebaños de kudus y ñus abrevando en la charca. Según van llegando forman un semi circulo y se esconden en diferentes lugares. Kana, se coloca en una zona desde donde domina perfectamente la situación. Abajo hay muchas crías entre los otros animales que fueron padres últimamente, los cervatos no se separan de sus madres y estas, nerviosas, olfatean el aire presintiendo el peligro. Kana sabe que tendrán comida asegurada.

Allí, un cervatillo se está alejando del rebaño y se acerca hacia su escondite.

El terror se apodera del cerebro de su madre cuando pierde el olor del hijo ¿Donde, donde estas? .Se pregunta. Y lo busca entre las otras crías.

- Aléjate, vete. No quiero hacerte daño...

Pero él sigue avanzando, sus patas aun torpes tropiezan con un tronco y cae.... no acierta a levantarse, sus vagidos inútiles ni siquiera llegan a su madre.

Mi bebé seguramente estuvo igual de asustado-piensa Kana- y toma una decisión

Las otras leonas están ocupadas acechando las piezas grandes, mientras ella se acerca sigilosamente al cervatillo y en un instante lo atrapa entre sus fauces.

En un abrir y cerrar de ojos desaparecen de la zona. La cría se deja llevar, no tiene conciencia de lo ocurrido. El lugar donde parió al cachorro, es un sitio seguro, allí lo oculta entre la maleza, y lame su pelo ralo para darle confianza. Cuando su olor sea el de un león, Kana volverá con el resto de la manada. Y tendrán que aceptarles Sí, o Sí.







7 feb 2013

NIHAO

Y regresó  De su particular infierno, al que nunca había ido y al que nadie le había llevado.

Y sintió de nuevo que quizás sí merecía la pena.

Las palabras se conjuraban para formar, no frases o narraciones, sino ilusiones.

Ilusiones de personas a las que estimaba y con las que merecía la pena compartir retazos de felicidad ( o de presunta felicidad, tanto da).

¡ Y además habían mantenido con vida a su criatura !

No pudo evitar, a pesar de no ser original, la tentación de pensar: "cuando regresé Zarigüeya todavía estaba ahí".

Por mucho tiempo. Gracias.

6 feb 2013

Cinco sentidos




La vi salir. Me asomé a la ventana y comprobé que giraba en la esquina. Cogí una mandarina y me la fui comiendo mientras me dirigía al patio. Estaba deliciosa, el jugo de los gajos en mi boca me dio mucho ánimo. Salí al patio y me acerqué hasta la pila de lavar, allí guardaba las llaves, las escondía en una lata de metal camuflada entre otras que tenían estropajos y jabones. Las saqué, estaban heladas, el sol ya empezaba a bajar y la mañana había sido muy fría. La puerta verde que bajaba a la bodega estaba al otro lado. Con las llaves en la mano me acerqué y empecé a probarlas una a una, hasta que di con la que abrió. Las bisagras rechinaron produciéndome un escalofrío que me subió hasta la cabeza. Estaba muy oscuro. Me agarré a la pared y al tacto busqué el interruptor de la luz. Las paredes también estaban muy frías y rezumaban humedad. El olor a vino era muy intenso. Bajé los tres escalones y me planté en la mitad del círculo de color blanco que había dibujado en el suelo. Me  giré y comprobé que había diez grandes barriles de madera colocados alrededor del círculo. Estaban grabados con distintos nombres que no distinguía claramente desde esa distancia. Saqué del bolsillo de mi mandil una caja de cerillas que había cogido en previsión. Encendí una y me aproximé. Qué curioso, en cada barril figuraba el nombre de uno de los miembros de la familia que habían ido falleciendo en la última década. Cuando llegué al último, no tuve por menos  que dar un paso atrás. De repente, la puerta de acceso, que se había quedado abierta, se cerró de un fuerte portazo, la luz se apagó, el olor a vino se hizo más intenso y mi boca empezó a secarse. Me agazapé tras uno de los barriles y ahí me quedé durante un rato. Estaba tiritando. Como pude encendí temblorosa otra cerilla.  La aproximé a la cuba. Esta era en la que ponía… TU.  

4 feb 2013

Ser… O no ser.



           Todo sucedió una mañana, yo salía del supermercado  que hay en la avenida principal. Como de costumbre había ido con la intención de comprar solo un par de cosas, pero me lié, me lié y, ahí estaba yo, empujando el carro de la compra como una imbécil  después de haberme gastado casi cien euros.  Me lo digo a mi misma una y mil veces —Luci, que te lo traigan a casa, que te lo traigan— Pero no hay manera.  —Si en realidad solo necesito algo de fruta. Aunque claro,  ya que estoy aquí… Voy a ver que hay en la pescadería que me pueda interesar. ¡Ah! Y huevos, que no se me olviden los huevos. En una casa no pueden faltar los huevos y las patatas, nunca se sabe quién puede aparecer—

 Como iba diciendo y para no olvidarme de lo que quería contar, salía cargadísima del supermercado cuándo, en la esquina, vi como forcejeaban dos hombres. Uno era ya mayor, setenta y tantos años podía tener. Intentaba proteger su bolso agarrándolo fuertemente sobre su pecho. El otro era muchísimo más joven y le zarandeaba con  violencia. El señor mayor empezó a gritar y el chico, bastante enrabietado, le propinó en la cara tal puñetazo que le hizo tambalear y finalmente caer al suelo desplomado.  
Corrí hacía la esquina dónde se había producido el incidente dejando el maldito carro en medio de la calle. En la carrera,  vi como el joven arrancaba el bolso al hombre con violencia de entre sus manos y cómo se metía, con una habilidad impresionante, por la ventanilla de un coche que bajaba a gran velocidad por la avenida. Al llegar encontré al pobre hombre muy aturdido, tenía sangre en la cara y balbuceaba diciendo —¡¡Me han robado, me han robado!!—
Allí nos habíamos concentrado un buen número de personas. Unos intentaban ayudarle a ponerse de pié, pero los más, empezaron a hacer un corrillo alrededor opinando de cómo se habían  producido los hechos. Llamé al 112.
Del borde de la acera recogí unas gafas que  entregué al maltrecho caballero. Cuándo se las puso, pobrecillo,  su aspecto empeoró aún más, ya no solo por la sangre que le caía por la nariz, sino porque las gafas habían perdido su forma natural y se torcían al intentar sujetarlas sobre sus orejas. Además, uno de los cristales había sufrido tal impacto que la opacidad le ocultaba un ojo. Saqué varios pañuelos de papel y le limpié la sangre como pude.
Cuando llegó la policía el hombre aún estaba nervioso. Les contó que acababa de salir del banco Central que está en la otra esquina de la avenida. Que había sacado dinero en el cajero automático y que cuándo estaba terminando de cruzar  un  tipo se le abalanzó, forcejearon y etc. etc...  Nos preguntaron a algunos de los que estábamos allí que era lo que habíamos visto y, parecía increíble, cada uno nos habíamos fijado en cosas distintas. Por ejemplo: las mujeres en general nos habíamos fijado en cómo iba vestido el chaval. —Llevaba unos tejanos oscuros una camisa de cuadros y una cazadora clarita— Comentó una señora de mediana edad. —Sí, en efecto, era una cazadora de color beige y era de marca. Me fijé porque yo le regalé una idéntica a mi hijo por Reyes— Explicó otra cargada de vehemencia. Varias nos habíamos fijado más en el aspecto físico del joven. —Tenía el pelo rubio, liso y era bastante alto. Delgado, muy delgado— La que parecía mayor de todas comentó —Si, no tenía pinta de ser español. Parecía de la Europa del Este. Estos sinvergüenzas que solo vienen aquí a robar—
En cambio los señores no se habían fijado en estos aspectos, pero si dieron pelos y señales del coche que recogió al ladrón. —Estaba parado en la otra esquina— Aseguraba un joven a la policía. —Si si, yo también me había fijado que estaba parado en la esquina— Comentaba otro caballero —Era un Audi Q5. Un cochazo. Claro, utilizan estos coches porque pasan de 0 a 100Km/h en menos de cuatro segundos— Aseguraba —Los roban para estas cosas y también para  cargarse los escaparates, como tienen tracción trasera pegan unos pepinazos que no veas. Son unos cochazos, unos cochazos—
— ¿Va a denunciar?— Le preguntó el policía.
¡¡ Yo alucinaba!! La gente no paraba de hablar, el pobre hombre no dejaba de sangrar por la nariz y el SAMUR no acababa de llegar. La policía nos mando disolver. Apunté mi nombre y mi número de teléfono en un papel y se los entregué al accidentado. —Por si necesita mi testimonio— Los demás se fueron esparciendo poco a poco y no vi que nadie más dejase sus datos. Finalmente llegó la ambulancia. Le introdujeron y yo me largué.
Cuando volvía a mi casa no dejaba de visualizar en mi cabeza todo lo sucedido y de repente me acordé del carrito de la compra. —¡¡Dios mío, mi carro!!— Vuelta,  corre que te corre. Ya no había ni carro ni sombra de él. —¡¡Me cago en la leche!!—
Luci… que te lo lleven a casa, que te lo lleven.