“El hombre que viajaba en metro”
Me gusta viajar en el metro cuando la hora punta ha pasado. Me
complace observar a la gente en su
diario ir y venir, e inventarme su vida a partir de una cara, un comportamiento
o un modo de vestir. Soy escritor y el metro de Madrid es para mí una fuente
inagotable de personajes y de historias.
Antes de comenzar un nuevo relato dedico más de una mañana a
la caza de ideas en este lugar y es a partir de las once de la mañana cuando
empieza mi ir y venir por la línea de
metro que he elegido previamente. Hoy es uno de esos días. Estoy sentado en una
de las esquinas del vagón, muy cerca de la puerta, desde aquí domino perfectamente el espacio, ya ha pasado el
aluvión de gente y los que quedamos, personas sin prisas sin un trabajo
aparente que nos obligue a madrugar, parecemos a simple vista gentes relajadas.
En uno de los asientos dormita un vagabundo, de uno de los
bolsillos de su raído gabán sobresale el cuello de una botella de lo que seguro
es vino barato, obviamente utiliza el metro para resguardarse del frío.
No muy lejos de él, un chico con la cabeza rapada vestido de cuero negro no le
quita ojo. El chico me produce un profundo desasosiego y sin perder de vista al
posible skinhead dirijo la mirada hacia otros puntos del vagón. En un rincón
alejado hay una chica sentada de espaldas a mí, hace un rato que intento pensar
en una historia que le cuadre, pero no veo su cara y trato de inventármela.
Pelo rubio escapando de un gorro de lana tejido a mano sin mucha gracia, abrigo
gris con el cuello subido, es todo lo que alcanzo a ver. Lo que atrae mi
atención es su quietud, lleva sin moverse unas cuantas estaciones, al menos
desde que yo la observo. Se habrá quedado dormida... Me gustaría ver su cara,
solo tengo que levantarme e ir hacia ella, pero no, parte de mi juego es
adivinar, elucubrar.
Hay otros viajeros, pero no captan mi atención al menos de
momento, son una masa gris sin ningún rasgo peculiar que les saque del
anonimato en el que les he agrupado.
Enfrente de mí un chico vestido de modo informal, -anorak negro,
pantalón vaquero, pelo largo y zapatillas de deporte caras-, lee un pequeño
libro que conozco muy bien “Firmin”.Sonrío recordando la vida de este roedor
...¡Ojalá yo pudiera escribir un libro así!. Por un momento pienso que puedo
entrar en la mente de este lector, en sus gustos ¿Interesantes? ¿Parecidos a
los míos?. No sé, lleva unos calcetines un tanto peculiares, de un amarillo
rabioso con rayas intercaladas en azul celeste y salpicados de pequeñas
calaveras negras. Nada que ver con mi estilo clásico.
El rapado se ha puesto en movimiento, da unos pasos e
intencionadamente tropieza con el borracho pisándole un pie con sus horribles
botas puntiagudas. Mis músculos se tensan, pienso en la que se puede organizar,
pero por fortuna el vagabundo solo se revuelve en el asiento, cambia de
posición y sigue durmiendo la borrachera. Todo el vagón está pendiente de la
escena y la tensión se puede cortar, el provocador mira a su alrededor en plan
chulesco - ¡CERDO!- grita. Escupe en el
suelo y se dirige a la puerta mas
cercana justo cuando el tren acaba de pararse, se abren las puertas y abandona el vagón.
Todos respiramos aliviados, ¿Todos?. La chica “esfinge” no se
ha movido, claro que posiblemente no se ha enterado de la escena, está algo
alejada y de espaldas...Mejor para ella.
Acaba de entrar un tipo con una guitarra, de esos que nunca
acaban de tocar una pieza completa pues van cambiando de vagón en cada parada.
Este se pone a cantar una famosa pieza, hace como si cantara en inglés, pero ni
una sola palabra de las que pronuncia es inglés en absoluto, ni ningún otro
idioma, ni siquiera es espanglish, aunque le pone empeño. Mi mirada se cruza
con la del de los calcetines de calaveras, él también parece asombrado de la
puesta en escena, a duras penas contengo la risa, que me sube a borbotones y
por poco me asfixia al tratar de evitar la carcajada. El chico de enfrente se
da cuenta de mi problema y mete la nariz
en el libro para no reír también, al fin
consigo contenerme como puedo y cuando pasa por mi lado el virtuoso le
doy una buena propina, ¡Ha conseguido ponerme de excelente humor!
Otras gentes van y vienen, pasan al lado de la chica esfinge
sin verla, como autómatas resbalan sus miradas inexpresivas hacia el suelo.
Ella sigue dormida ¿Se habrá pasado de estación? ¿A dónde irá?. Acaba de entrar
un hombre por la puerta cercana a mi favorita, alto con un gabán muy amplio,
tal vez excesivamente grande para su tamaño
. Se inclina sobre la
chica y le dice algo al oído mientras abre su abrigo y saca algo grande,
reluciente...
En un instante el horror se
adueña del vagón, la cabeza seccionada cae rodando por el suelo y los
ojos azules de la esfinge por fin me miran cara a cara. Un reguero de sangre va
manchando el suelo poco a poco, el pelo de la chica, ahora sin el ridículo
gorro de lana, también está ensangrentado. Los pensamientos más absurdos,
atropellados, pasan por mi mente. Sin poder de reacción, estamos todos
congelados.
El primero en moverse es el del libro, se ha levantado, veo
sus ridículos calcetines, sus zapatillas de marca acercándose hacia mí.
-Señores - dice levantando la voz - Les hemos estado grabando,
llevamos horas haciéndolo. Lo que aquí ha ocurrido es mentira, la chica es solo
una buena replica de látex, el hombre de la catana, el mendigo, el skinhead y
el cantante, actores. Todo ha sido una puesta en escena que formará parte de un
estudio sociológico sobre el comportamiento humano ante grandes o pequeños
sucesos inesperados. Es un programa que
hacemos para una cadena de televisión. Sus reacciones, gestos, todo, nos
serán de gran utilidad.
Ahora solo les pido que nos den su aprobación para que podamos
utilizar sus caras en este programa. Les pido disculpas por el engaño y les
doy las gracias.