“Luces y Sombras”
El telón cae y
los aplausos del público llenan el teatro. Sube y vuelve a bajar. Ella,
continúa tendida en el suelo. Su precioso vestido blanco poco a poco se tiñe de rojo y un hilillo de sangre resbala por su corpiño hasta
caer al suelo.
Desde algún lugar escondido entre bambalinas alguien
susurra “Se han pasado con la sangre
¿Cómo limpio yo el vestido para mañana?”
El telón
comienza a subir de nuevo, en ese momento es cuando vuelvo a la realidad. No sé como, el chico encargado del mismo
entiende lo que mis manos dicen y consigo que baje el cortinón. Me acerco a Yolanda y la tomo el pulso, es muy leve. En ese
momento el punto de luz que nos ilumina se apaga y solo las candilejas dejan
entrever lo que es el final de la obra y
el comienzo de una verdadera tragedia.
Los ensayos
habían comenzado tres semanas antes. Estrenábamos a las afueras de Madrid, en
uno de tantos teatros que los ayuntamientos patrocinan. Habíamos decidido que
haríamos una especie de pre-estreno al aire libre aprovechando un parque que
hay en la zona. Queríamos experimentar como el publico de la calle reacciona
ante una obra clásica, con una puesta en escena vanguardista.
Todo fue bien,
excepto el calor. En agosto el sol despedía fuego y nos achicharraba a todos
por igual. La pobre Yolanda era la que mas lo sufría, con aquel vestido largo,
lleno de puntillas y enaguas, tela sobre tela...Aunque se resguardaba debajo de
la sombrilla que llevaba, enseguida sus mejillas se convirtieron en dos
amapolas y estaba bonita, si, muy bonita a pesar del calor.
La gente
agradecida por la puesta en escena gratis, fue generosa en sus aplausos y esto
nos hizo olvidar cualquier contrariedad, que siempre las hay, y satisfechos nos
fuimos todos a celebrar lo que parecía iba a ser un éxito seguro. Todos no,
Yolanda rehusó venir una vez más...Se marchó con su nuevo novio, el cual no la
dejaba ni a sol ni a sombra desde que apareció en su existencia.
Entre los componentes de la obra, teníamos un pacto, cada cual
vivía su vida siempre y cuando no afectara a la marcha del trabajo y aunque el
carácter de Yolanda había cambiado bastante desde que conoció a aquel hombre,
ella, seguía siendo una buena profesional. Claro que había dejado de ser la
divertida compañera de antes, la chica estupenda que me enamoró en el taller de
teatro donde nos conocimos años atrás. No había nada que reprochar, si acaso,
como podía haberse enamorado de aquel tipo que parecía haber aterrizado de
Marte. Pero ese ya no era mi problema. A veces me hubiera gustado averiguar si
sabía lo nuestro, si era un hombre celoso. Si la quería tanto como yo la
quise...Nunca me atreví a preguntarle nada y el tiempo fue pasando.
Durante los
ensayos en Madrid, tuvimos momentos en los que nos acercamos bastante, casi
parecía que habíamos conectado de nuevo, juraría que la chispa había resurgido
entre ambos, pero cuando llegaba él, espiando cada movimiento que hacíamos, de
nuevo la conexión se cortaba y una especie de frío gélido se instalaba entre
nosotros.
Recuerdo como me sorprendió el día que ensayamos la muerte
teatral de Yolanda, el interés que aquel hombre tenía en saber como funcionaba
la pistola de fogueo. Entonces me pareció más locuaz que nunca, hasta se enfrascó
en una larga conversación con el chico de atrezo que preparaba el arma y le comentó que quería dedicarse a los efectos especiales en el
mundo audio visual...
¿Por qué pienso
en todo esto? ¿Por qué tengo en mi mente fotografiado aquel momento? Allí sigue el recuerdo congelado en
mi memoria y aún puedo ver su mano acariciando la pistola, probándola...
Ahora el
revólver está en el suelo, allí cae cada función, donde yo lo arrojo después de disparar a Yolanda.
Ella sigue en el
escenario, hace poco que dejó de
respirar.
Los murmullos
del público han ido desapareciendo. Nadie se ha dado cuenta de la tragedia. El
teatro debe estar vacío, solo quedamos los de dentro.
Alguno de
nosotros avisará al Samur y a la policía... Seguro que alguien recoge la
pistola después de colocarse unos guantes de látex. Es la rutina de la
científica. Se dirigirá hacia a
mí...¿Podríamos hablar con vd?- dirá.
Y de nuevo un
invisible telón caerá sobre todos
nosotros...
M. Pino 2013
¡Excelente! Pero, Marisa, "publico" no: "público", y lo de la comparación de la piel de la finada cuando estaba viva, como la amapola, buscaría una metáfora más original, más mineral, porque es un lugar común. Tampoco se trata de escribir un manual de jardinería. ¿Te has basado en la muerte de Brandon Lee? murió igual, según la leyenda.
ResponderEliminarAbrazos, H.
Vale, gracias por los avisos -consejos-
ResponderEliminarLo de la amapola es solo porque a veces me salen "los años" sin darme cuenta...Felipe, en mis tiempos se decian esas cosas...
No, no me he inspirado en nadie ¿Quien era Brandon?
El hijo de Bruce Lee
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