“Solos en el espacio”
No puedo recordar cuanto tiempo ha pasado desde que dejamos la tierra. Puede que varios años. No tenemos referencia alguna del período transcurrido desde que estamos dando vueltas por el cosmos. Creo que Freddy y yo somos los únicos supervivientes que hemos escapado al exterminio total de nuestro viejo planeta.
Siguiendo nuestra planificada rutina, de cuando en cuando nos posamos en un satélite u otro (hasta ahora todos deshabitados). Yo recojo muestras, mientras mi compañero encuentra tubérculos extraños que come con deleite, ambos estiramos las piernas y yo también tomo fotos, aunque soy consciente de que ya nada es necesario, ni sirve en absoluto. Después de tanto tiempo, conocemos que no vamos a ninguna parte y la percepción de un futuro incierto, empieza a pesar en nuestro ánimo. Solo la amistad y los años pasados juntos, mantiene nuestra moral intacta, junto con las pequeñas rutinas diarias que nunca olvidamos hacer para no perder la cabeza definitivamente.
Sabemos que un día u otro, no podremos reparar nuestra nave nunca más, que ésta se deteriorará definitivamente y caeremos en alguno de los múltiples agujeros negros que evitamos de continuo. Para entonces Freddy habrá muerto y yo también.
Freddy llegó a mi casa de San Francisco, una mañana soleada de mayo. Yo estaba saliendo de una perdida sentimental traumática, un divorcio, y necesitaba compartir la vida con alguien. No me acostumbraba a la soledad y decidí que debería buscar con quien compartir una casa grande y desangelada. Mi madre me dio algunas ideas, de las cuales solo me quedé con la ultima. Esta fue la que puse en marcha.
Solo habían pasado un par de semanas cuando el timbre de la puerta sonó y un empleado de MRW me hizo entrega del envío. El enorme cajón (me había costado una pasta) era perfectamente adecuado para el viaje que acababa de finalizar. A través de una tupida rejilla para respirar, apenas se podía adivinar que un ser vivo habitaba su interior. Nervioso abrí la portezuela, dentro, un pequeño animalillo negruzco, de sonrosado hocico me miraba con ojos asustados, todavía estaba medio adormilado por el sedante y no se atrevía a salir, lo pude sacar del habitáculo gracias a la ayuda de una golosina (a las que más tarde se haría adicto). Nada más verle, supe que nombre le pondría, Freddy, como mi ex marido, pues era igualito que él, este quizás menos cerdo que el anterior, pero eso estaba por ver. De cualquier modo yo le pensaba amar y mimar hasta el infinito, tanto como lo había hecho con el que se fue con nuestro peluquero.
Mi cerdo vietnamita era y es la mejor compañía que nunca pude imaginar. Dócil, limpio, y sobre todo cariñoso. Enseguida nos acostumbramos el uno al otro y con el tiempo, el Freddy anterior, dejó de ser un trauma, y se convirtió en una especie de fantasma del pasado, todo gracias al nuevo Freddy que llenó mi vida totalmente. Nunca imaginé que un cerdo pudiera sustituir a otro con tanta facilidad. En consecuencia empecé a olvidar al primero y pasé a concentrarme en el nuevo.
Mientras, la tierra se había convertido en un planeta inhabitable. Hacía tiempo que tenía pensado abandonarla con Freddy. Por lo cual, aprovechando mis conocimientos de ingeniería, comencé a adaptar mi vehículo volador para un viaje de no regreso a la tierra. Compré en el desguace de máquinas volantes, varias piezas y con estás y otras más de primera mano, conseguí crear un vehículo bastante aceptable después de unos meses de duro trabajo. Así, cuando todo estuvo en condiciones optimas para el éxodo, emprendimos el viaje a otras galaxias en nuestro curioso desplazador espacial.
Y aquí seguimos dando vueltas, curioseando en varios planetas, contemplando atardeceres hermosísimos y amaneceres asombrosos.
En una de estas visitas descubrimos un planeta chiquito, tanto que en diez minutos se recorría de punta a punta. Allí encontramos una única flor, escarlata, parecida a una rosa terrestre. Estaba radiante, bien cuidada, con una especie de empalizada protegiéndola de algo o alguien. Es casi seguro que tenía un cuidador que la regaba y posiblemente hasta le hablase. Pero no le encontramos, quizás estaba de viaje. Me costó trabajo convencer a Freddy para que la dejara en paz, que no se la comiera, pues seguro tenía un dueño, y cuando este regresara querría seguir cuidando de su flor... Y nos fuimos.
Hemos conocido otros muchos lugares, pero ninguno tan lindo como el pequeño planeta, y es ahora cuando ha llegado el momento de detenernos. La nave se está convirtiendo en un viejo cacharro inseguro, mientras nosotros, por alguna razón que ignoro, no envejecemos. Lo tengo todo planeado, antes de que caigamos en uno de esos horribles agujeros negros, dormiré a Freddy, y luego yo tomaré el resto del somnífero eterno.
Pararemos en algún lugar donde pueda enterrar estas páginas con la historia de nuestras vidas. Las guardaré en un cofre junto con una foto de mi cerdo y yo. También irá dentro un comic de Mickey Mouse y una grabación de Bob Marley.
Es lo único que me queda por hacer.
M. Luisa Pino
Junio 2014
Hola, Marisa,
ResponderEliminarel cuento me recuerda a El Principito. La Tierra, en mayúsculas. Es una curiosa mezcla de ciencia ficción con fantasía inocente.
Abrazos, H.
Pues sí, realmente he hecho un homenaje a El Principito. Con lo cual ya sabes porque te lo recuerda.
ResponderEliminarAbrazos M.