Bienvenidos, seres de la noche, os tengo preparada un historia sin igual. Se titula:
En la Parada del Autobús
Aquella tarde, Aniceto Cebolla abandonaba la Biblioteca Municipal, para esperar el autobús, ¿en dónde si no?, en la parada del autobús. Por suerte era una tarde de comienzo estival, de manera que, a poco que oscureciera, el Sol no se iría a acostar, ni con Aniceto, ni con nadie, porque su ardor no era sexual, desde luego.
En la misma parada coincidió con una mujer pequeñita, que le recordaba a su madre, muerta hace un par de años; pero, aclaramos, no era su madre. Su madre había sido un poco más gruesa, y casi de la misma estatura (nos ahorramos las medidas y las proporciones). Mas esta mujer se daba un aire, en el rostro, aún ligeramente demacrado, y la piel pegada al hueso.
En ese mismo instante, Aniceto extraía un libro de su bolsa, y una libreta, y anotaba los nombres o títulos en una lista numerada, de las obras que llevaba leídas o en préstamo hasta ahora. En eso estaba, hasta que un campanilleo lo empujó fuera de sí, y lo distanció de su sopor. Sentía Aniceto la tensión del peligro en el aire, y provenía, su excitación y fiebre, del móvil de la mujer pequeñita, de la piel pegada al cráneo.
“¡Qué susto, Dioh mío!”, pensó, y se agarró el cuello, porque otro órgano no era el momento.
Y la mujer pequeñita empezó a hablar. De su tétrica voz, salió un:
-¡Es del Carrefur! ¡Te hacen descuentoh del veinte por cientoh en teleh, lavadorah y electrodométicoh! ¡Me oyeh! ¡Qué sí me oyeh!
Aniceto, con el vello como escarpias, y la piel más fría que una nevera en el Polo Norte, no daba crédito a la aparición a la que se dirigía a una mujer de cabellos plateados, y en traje sastre, de la parada de enfrente. Aniceto vio un fantasma, o una visión, o lo estaba viendo, o quizás, imaginando.
Pero la mujer pequeñita, continuó:
-¡Qué si te traeh un televisóh te regalan un regalo, con el veinteh por cientoh de decuentoh!
Y Aniceto, mudada la color (¡toma arcaísmo quevedesco!) empezaba a pensar que se hallaba en el inframundo. Se preguntó para qué rayos querían las almas desencarnadas electrodomésticos, y también, ¿por qué no?, si se podían comprar ordenadores con descuento. Y si había elegido una mala tarde para regresar a casa.
Entonces, llegó el autobús ¡a la parada del autobús! Poco después de introducir el cupón en la máquina, observó como el fantasma compulsivo de ofertas de la mujer pequeñita, entraba en el transporte público, y se esfumaba entre los asientos. Al mirar a la parada contraria, observó atónito y angustiado, como el espectro de la mujer plateada había desaparecido, o evaporado sobrenaturalmente.
Desde esa tarde, Aniceto Cebolla, ya no era él mismo. Ya no era, ni Aniceto, ni Cebolla. Era, sencillamente, un ser indefinido que había tenido un encuentro sobrenatural en una diabólica parada de autobús.
Así que, seres de la noche, cuidadín con las paradas de autobús. Hay que tenerlas en cuenta.
En la Parada del Autobús
Aquella tarde, Aniceto Cebolla abandonaba la Biblioteca Municipal, para esperar el autobús, ¿en dónde si no?, en la parada del autobús. Por suerte era una tarde de comienzo estival, de manera que, a poco que oscureciera, el Sol no se iría a acostar, ni con Aniceto, ni con nadie, porque su ardor no era sexual, desde luego.
En la misma parada coincidió con una mujer pequeñita, que le recordaba a su madre, muerta hace un par de años; pero, aclaramos, no era su madre. Su madre había sido un poco más gruesa, y casi de la misma estatura (nos ahorramos las medidas y las proporciones). Mas esta mujer se daba un aire, en el rostro, aún ligeramente demacrado, y la piel pegada al hueso.
En ese mismo instante, Aniceto extraía un libro de su bolsa, y una libreta, y anotaba los nombres o títulos en una lista numerada, de las obras que llevaba leídas o en préstamo hasta ahora. En eso estaba, hasta que un campanilleo lo empujó fuera de sí, y lo distanció de su sopor. Sentía Aniceto la tensión del peligro en el aire, y provenía, su excitación y fiebre, del móvil de la mujer pequeñita, de la piel pegada al cráneo.
“¡Qué susto, Dioh mío!”, pensó, y se agarró el cuello, porque otro órgano no era el momento.
Y la mujer pequeñita empezó a hablar. De su tétrica voz, salió un:
-¡Es del Carrefur! ¡Te hacen descuentoh del veinte por cientoh en teleh, lavadorah y electrodométicoh! ¡Me oyeh! ¡Qué sí me oyeh!
Aniceto, con el vello como escarpias, y la piel más fría que una nevera en el Polo Norte, no daba crédito a la aparición a la que se dirigía a una mujer de cabellos plateados, y en traje sastre, de la parada de enfrente. Aniceto vio un fantasma, o una visión, o lo estaba viendo, o quizás, imaginando.
Pero la mujer pequeñita, continuó:
-¡Qué si te traeh un televisóh te regalan un regalo, con el veinteh por cientoh de decuentoh!
Y Aniceto, mudada la color (¡toma arcaísmo quevedesco!) empezaba a pensar que se hallaba en el inframundo. Se preguntó para qué rayos querían las almas desencarnadas electrodomésticos, y también, ¿por qué no?, si se podían comprar ordenadores con descuento. Y si había elegido una mala tarde para regresar a casa.
Entonces, llegó el autobús ¡a la parada del autobús! Poco después de introducir el cupón en la máquina, observó como el fantasma compulsivo de ofertas de la mujer pequeñita, entraba en el transporte público, y se esfumaba entre los asientos. Al mirar a la parada contraria, observó atónito y angustiado, como el espectro de la mujer plateada había desaparecido, o evaporado sobrenaturalmente.
Desde esa tarde, Aniceto Cebolla, ya no era él mismo. Ya no era, ni Aniceto, ni Cebolla. Era, sencillamente, un ser indefinido que había tenido un encuentro sobrenatural en una diabólica parada de autobús.
Así que, seres de la noche, cuidadín con las paradas de autobús. Hay que tenerlas en cuenta.
Oye, que no me aclaro.¿la tía pequeñita habla por el movil a la otra de la parada de enfrente?
ResponderEliminarSí es así, ¿porque no se lo dice a gritos y así el relato es más surrealista si cabe?Otra cosita ¿Cuanto paga el Carrefur por esta publicidad que se le hace?¡ Habrá que investigarlo! Marisa
Hola, Grumpy,
ResponderEliminarMarisa, gracias por tu crítica. Tienes razón debería ser más surrealista. Pero la mujer pequeñita, te aclaro, está en la parada que ocupa también A. Cebolla. La otra, es la del frente, en la Avenida de Logroño. Y sí, en realidad habla a gritos, porque, para escribir este cuento, estuve ese día allí, y se expresaba a grito pelao, y eso que hay unos veinte metros de separación, o más. Sólo he tratado de escribirlo más esperpéntico y surrealista. Tienes razón, me falta más surrealismo. Lo intentaré en el próximo. Una pregunta: el último Jueves, ¿qué trabajo había que escribir?
Millones de Abrazos,
de H.
NINGUNO QUE YO SEPA...Joooooooooooo, el mundo esta llenito de frikiessssssss¿Pero aparte de gritar, hablaban por el sátanico invento del movil????????
ResponderEliminarHola, Grumpy,
ResponderEliminarMarisa, gracias por el comentario. Seguramente, habrás vuelto a leer el cuento. Creo que queda mejor con el grito pelao; pero si he provocado confusiones, perdóname, ha sido un error mío. Error, porque he tratado de atrapar una porción de realidad que, por sencilla, es bastante compleja de transcribir. De todas maneras, gracias por el comentario,
y millones de abrazos.
H.