Todo sucedió una mañana, yo salía del supermercado
que hay en la avenida principal. Como de
costumbre había ido con la intención de comprar solo un par de cosas, pero me
lié, me lié y, ahí estaba yo, empujando el carro de la compra como una
imbécil después de haberme gastado casi
cien euros. Me lo digo a mi misma una y
mil veces —Luci, que te lo traigan a casa, que te lo traigan— Pero no hay
manera. —Si en realidad solo necesito
algo de fruta. Aunque claro, ya que
estoy aquí… Voy a ver que hay en la pescadería que me pueda interesar. ¡Ah! Y
huevos, que no se me olviden los huevos. En una casa no pueden faltar los
huevos y las patatas, nunca se sabe quién puede aparecer—
Como iba
diciendo y para no olvidarme de lo que quería contar, salía cargadísima del supermercado
cuándo, en la esquina, vi como forcejeaban dos hombres. Uno era ya mayor, setenta
y tantos años podía tener. Intentaba proteger su bolso agarrándolo fuertemente
sobre su pecho. El otro era muchísimo más joven y le zarandeaba con violencia. El señor mayor empezó a gritar y
el chico, bastante enrabietado, le propinó en la cara tal puñetazo que le hizo
tambalear y finalmente caer al suelo desplomado.
Corrí hacía la esquina dónde se había producido el
incidente dejando el maldito carro en medio de la calle. En la carrera, vi como el joven arrancaba el bolso al hombre
con violencia de entre sus manos y cómo se metía, con una habilidad
impresionante, por la ventanilla de un coche que bajaba a gran velocidad por la
avenida. Al llegar encontré al pobre hombre muy aturdido, tenía sangre en la
cara y balbuceaba diciendo —¡¡Me han robado, me han robado!!—
Allí nos habíamos concentrado un buen número de
personas. Unos intentaban ayudarle a ponerse de pié, pero los más, empezaron a
hacer un corrillo alrededor opinando de cómo se habían producido los hechos. Llamé al 112.
Del borde de la acera recogí unas gafas que entregué al maltrecho caballero. Cuándo se
las puso, pobrecillo, su aspecto empeoró
aún más, ya no solo por la sangre que le caía por la nariz, sino porque las
gafas habían perdido su forma natural y se torcían al intentar sujetarlas sobre
sus orejas. Además, uno de los cristales había sufrido tal impacto que la
opacidad le ocultaba un ojo. Saqué varios pañuelos de papel y le limpié la
sangre como pude.
Cuando llegó la policía el hombre aún estaba
nervioso. Les contó que acababa de salir del banco Central que está en la otra
esquina de la avenida. Que había sacado dinero en el cajero automático y que cuándo
estaba terminando de cruzar un tipo se le abalanzó, forcejearon y etc. etc...
Nos preguntaron a algunos de los que
estábamos allí que era lo que habíamos visto y, parecía increíble, cada uno nos
habíamos fijado en cosas distintas. Por ejemplo: las mujeres en general nos
habíamos fijado en cómo iba vestido el chaval. —Llevaba unos tejanos oscuros
una camisa de cuadros y una cazadora clarita— Comentó una señora de mediana
edad. —Sí, en efecto, era una cazadora de color beige y era de marca. Me fijé
porque yo le regalé una idéntica a mi hijo por Reyes— Explicó otra cargada de
vehemencia. Varias nos habíamos fijado más en el aspecto físico del joven. —Tenía
el pelo rubio, liso y era bastante alto. Delgado, muy delgado— La que parecía
mayor de todas comentó —Si, no tenía pinta de ser español. Parecía de la Europa
del Este. Estos sinvergüenzas que solo vienen aquí a robar—
En cambio los señores no se habían fijado en estos
aspectos, pero si dieron pelos y señales del coche que recogió al ladrón. —Estaba
parado en la otra esquina— Aseguraba un joven a la policía. —Si si, yo también
me había fijado que estaba parado en la esquina— Comentaba otro caballero —Era
un Audi Q5. Un cochazo. Claro, utilizan estos coches porque pasan de 0 a
100Km/h en menos de cuatro segundos— Aseguraba —Los roban para estas cosas y
también para cargarse los escaparates,
como tienen tracción trasera pegan unos pepinazos que no veas. Son unos
cochazos, unos cochazos—
— ¿Va a denunciar?— Le preguntó el policía.
¡¡ Yo alucinaba!! La gente no paraba de hablar, el
pobre hombre no dejaba de sangrar por la nariz y el SAMUR no acababa de llegar.
La policía nos mando disolver. Apunté mi nombre y mi número de teléfono en un
papel y se los entregué al accidentado. —Por si necesita mi testimonio— Los
demás se fueron esparciendo poco a poco y no vi que nadie más dejase sus datos.
Finalmente llegó la ambulancia. Le introdujeron y yo me largué.
Cuando volvía a mi casa no dejaba de visualizar en
mi cabeza todo lo sucedido y de repente me acordé del carrito de la compra.
—¡¡Dios mío, mi carro!!— Vuelta, corre
que te corre. Ya no había ni carro ni sombra de él. —¡¡Me cago en la leche!!—
Luci… que te lo lleven a casa, que te lo lleven.
En este trabajo se trataba de ver el punto de vista de distintas personas en un mismo hecho.
ResponderEliminar¡Que bien! Ya está casi reanimado el blog!
ResponderEliminarEs muy diver el relato. está conseguido el proposito de los varios puntos de vista. Quizás , en eso, yo cortaría un poco de los variados comentarios, con una pincelada se entiende lo suficiente. Por lo demás ¡Estupendo!
Y lo de los huevos...Seguro que no deben faltar en ninguna casa, ¡Solo que a veces!
Marisa
el cuento me ha encantado, Lupe, y se nota que has alcanzado una maestría inigualable. Pero encuentro fallos en la escritura: por ejemplo, acentuar los verbos "mando" por "mandó". ¡Cuidado con las tildes que son muy puñeteras! De todas maneras, el final me parece deslavazado. Regresas al tema de los huevos, y dudo que la Policía ordene disolver el grupo, cuando puede haber testigos para la denuncia. La Policía no se va del lugar hasta que no pregunta a todo el mundo. Lo sé por experiencia.
ResponderEliminarHola Lupe, quizás puntos de vista demasiado obvios, no sorprenden. Por lo demás bien, me gusta cómo termina
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