18 oct 2013

El taller


                          “El taller”        

  
    La sala era grande destartalada, un buen ejemplo de caos organizado. Atestada  con una especie de muestrario de extraños elementos y materiales  esparcidos aquí y allá.
    Las estanterías cubiertas de moldes de escayola  apenas se sostenían en pie. Cabezas, brazos y cuerpos olvidados, cubiertos de polvo, aparentemente abandonados antes de su terminación y ahora,  agrietados, mostraban parte de su estructura interior entre el barro resquebrajado.
    El techo acristalado dejaba pasar la luz del incipiente día. Un rayo de sol se reflejó en el metal que el hombre sostenía en su mano y le hizo volver a la realidad, parpadeó y lentamente dejó caer el  punzón.
   
    Cerró los ojos tratando de visualizar aquel día ya tan lejano en el que todo comenzó. Se vio a sí mismo conduciendo deprisa para atravesar la Casa de Campo en el menor tiempo posible. Hacía tiempo que no le interesaba aquel parque tan deteriorado en los últimos años,   para nada le recordaba al de su niñez, cuando las familias aún podían disfrutarlo sin peligro con encuentros no deseados. Entonces los árboles parecían más majestuosos y bellos.
    La carretera que tomaba para llegar a Somosaguas se había convertido en una especie de ¨take away¨ donde una fila interminable de coches compraba cualquier tipo de mercancía; drogas, mujeres o chicos. El espectáculo era el habitual, pero aquel atardecer algo le llamó la atención y le hizo frenar. La chica destacaba entre todas, su cuerpo  adolescente de proporciones perfectas, estaba semi vestido con una falda que era más bien un cinturón, piernas largas enfundadas en unas medias blancas que resaltaban sobre su piel oscura, sujetas con un minúsculo liguero, zapatos rojos con tacones inverosímiles y  ojos todavía brillantes y vivos...  
     No tardaron en ponerse de acuerdo, él no quiso discutir el precio y ya dentro del coche trató de hacerle entender que solo la necesitaba como modelo y que trabajaría para él tres días por semana posando para una escultura, cosa que le reportaría un buen sueldo que  no debería rehusar. Y Bhagani no rehusó y así comenzó la inesperada relación entre ambos.

    Ella llegaba puntualmente al estudio, se desnudaba y enseguida estaba lista para la sesión. En el primer día  que comenzó a trabajar sobre la estructura que sería el cuerpo de la chica, aquello fue tomando forma, el barro húmedo y viscoso se fue adhiriendo al alambre de gallina empujado con fuerza y rapidez de mano experta y la figura enseguida adquirió vida, sensualidad...
    Entre el escultor y su modelo se desarrolló una comunicación que iba más allá del lenguaje. Ella apenas hablaba español pero se hacía entender lo suficiente para sobrevivir en la calle y ahora, con un trabajo asegurado por algún tiempo, la chica  había iniciado  el aprendizaje de palabras nuevas con un librito que él le había regalado. También comenzó a preparar el té al estilo de su país y él se acostumbró a tomarlo con montañas de azúcar y sin saber muy bien como, se hizo goloso.
    Las semanas pasaban y ella  aún se preguntaba por qué posaba desnuda y con  los zapatos  puestos tumbada en aquella cheslón. Y por qué él la vestía antes de hacer el amor.
    Un día el escultor, comenzó a preocuparse por el futuro de Bhagani, no podía permitir que volviera a su oscuro destino,  no quería aceptar que su obra de arte cayera en brazos de otros, pero era consciente de los muchos años que les separaban y peor aún, del abismo cultural. Ninguno de los dos encajaba en el puzzle de la vida del otro y empezó a obsesionarse buscando una solución imposible.
    Noche tras noche trataba de huir de sus pensamientos y no pudiendo dormir, regresaba  al taller. Con rabia y desesperación añadía o quitaba trozos de arcilla de la escultura,  sus dedos recorrían palmo a palmo las incipientes caderas, los senos redondos,  deteniéndose en los pequeños pezones apenas terminados, y los rehacía de nuevo mientras mentalmente le hacía el amor.
    Cada día se iba angustiando más y más. Empezó a tomar medicamentos para relajarse, y a pesar de estos, trabajando, creando, era del único modo que podía olvidar su preocupación, y modelaba horas y horas, abstrayendo así su mente. Solo cuando descansaba, volvía a tomar conciencia del problema y le daba vueltas y vueltas, así, cuando llegó el momento de finalizar el contrato con la chica, ya había encontrado la única salida.
     Aquel viernes ella había llegado como siempre feliz, despreocupada, cuando vio la figura casi conclusa, palmoteó alegre ¨Bonito, mucho guapa” dijo, y comenzó a desnudarse...
   Cinceles, palos de modelar y herramientas varias se entremezclaban en  la mesa de trabajo, entre ellas una raramente limpia y reluciente con mango de madera torneado a mano y desgastado por el uso. La mano  grande y fuerte del escultor, la agarró.
    Bhagani de espaldas no pudo ver como aquel rayo penetraba en sus costillas una y otra vez y apenas pudo esbozar un grito de sorpresa. Un hilillo de sangre manchó sus labios, ahora más rojos que nunca, hasta convertirse en  vómito imparable.


    El sonido del metal cayendo al suelo le volvió a la realidad. En un instante habían desfilado semanas por su cabeza, se miró la mano culpable aún crispada, se agachó, y sentado en el suelo acunó con mimo el cuerpo sin vida de la chica.
     Más tarde se puso en movimiento. Lentamente esparció un saco de escayola sobre el suelo manchado, una nube de polvo le hizo toser, en segundos el yeso absorbió  el reguero de sangre quedando coloreado de rojo. A su espalda,  la escultura de Bhagani le observaba desde la cuenca de sus ojos vacíos, su mirada le perseguía más viva que nunca, y para neutralizar su presencia, tapó con un plástico su obra.
    En un anexo del taller ajustó la temperatura del inmenso horno de fundición, lo dejó abierto y regresó. Recogió del suelo a la chica y con ella en brazos volvió sobre sus pasos.
    Cerró el horno y programó el tiempo de encendido en  ocho horas. Con pasos vacilantes se dirigió al servicio, del armario sacó la medicación a la que se había hecho adicto, ya en el taller tomó un buen puñado de pastillas  y ayudado por una botella de coñac las tragó de una vez.
     Luego se tumbó en la destartalada cheslón y apuró hasta la ultima gota de licor.









2 comentarios:

  1. Hola, Marisa,
    ¡Excelente relato! Falta la coma en destartalado, al principio de la palabra. Un artista obsesionado con su Musa, hasta que la mata, porque no puede salvarla ni salvarse. Me ha gustado la idea del relato. Esta vez es muy claro, y se nota que está muy bien trabajado.
    Gracias, Grumpy!!
    Abrazos, H.

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  2. ¡Pues que bien! Algo se rectificó en clase, poco, tb. les gustó
    Gracias por seguir ahí.
    Marisa

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