29 ene 2012

Oficina´s Inferno

Para Lanzarote las máximas que seguía en las relaciones con las mujeres, que se transformaban en amantes, eran las siguientes: un día para conquistarlas, el segundo para seducirlas y el tercer día para olvidarlas. Eso sí, con un clavel y una nota en donde escribía: HASTA OTRO DÍA. L. No quedaba vuelta de hoja.
Lanzarote se comportaba, con cada nueva mujer, o amante, como si se tratara de un mundo nuevo que descubrir. Su labia, inmensa, nunca le fallaba, y lo que es peor, había conseguido ascender en la jerarquía de la empresa sin apenas esfuerzo, levantando envidias, y seduciendo a las esposas de sus superiores, abogando por él. Lanzarote no brillaba en ingenio para su ascenso, y, sin embargo, consiguió un despacho como directivo, sin el esfuerzo para merecerlo, y el lugar que utilizaba como picadero, con las secretarias, y un millar o más de amantes, o supuestas.

Todos los subordinados lo conocían bien. De hecho, incluso tuvo líos con las mujeres de los empleados, sus colegas, a los que no dudaba en traicionar, y olvidarlos. Corría el rumor de que en la empresa se iba a formar un ERE. Lanzarote no lo tuvo en cuenta, y siguió con sus conquistas.

También llegó una nueva secretaria, Ginebra. El día que apareció, los sistemas informáticos y la instalación eléctrica empezaron a fallar, y los ascensores del edificio se averiaron temporalmente. Y Ginebra se presentó en el despacho de Lanzarote.
-Hola, soy su nueva secretaria.
La mente de Lanzarote se vació, y no pudo pronunciar palabra.
-Bi-bienvenida.

Pero Lanzarote estuvo semanas sin nada que se le ocurriera. Ginebra entraba en el despacho, y esperaba el dictado de una carta o documento. Lanzarote permanecía en silencio y la examinaba fijamente: rubia, metro sesenta, rasgos occidentales con ojos azules almendrados, casi asiáticos, curvas y líneas bien aprovechadas y proporcionadas. A Lanzarote los ojos occidentales-asiáticos le hechizaban, por la mezcla exótica, se le antojó un extraño capricho de la evolución. Como se ponía nervioso, y no podía pronunciar palabra, despedía a Ginebra.
-Procure no hacerme perder el tiempo-decía la secretaria.

Una noche, pidió a Ginebra que se quedara para adelantar unos documentos. La instalación eléctrica empezó a fallar, los ascensores se averiaron, de nuevo, en varias ocasiones, y los ordenadores se encendían y apagaban en un caos inexplicable.
-Ginebra, regresemos a casa-pudo decir Lanzarote.
-¿No le importa llevarme?-preguntó Ginebra.
-No.

Cuando Lanzarote intentó arrancar el Mercedes SLK que nada le había costado, este se negó a despertar de su letargo. El vehículo nunca le había fallado y lo hacía ahora. Entonces, Ginebra, acercó un dedo a la llave de contacto, y el automóvil se desperezó. Lanzarote no supo que pensar. En realidad, nunca pensaba, y se engañó conque el truco de magia era sólo una suerte de prestidigitación.

Ambos no hablaron durante todo el trayecto. El vehículo se apagó durante dos horas, al pasar una serie de luces por encima de ellos. Ginebra se sonrió; pero Lanzarote abrió la boca, sorprendido, por el fenómeno. Prefirió no preguntarse nada como lo superficial que era, dando todo por sentado.
Poco después, llegaron a un descampado.
-Desnúdate-ordenó Ginebra.
-¿Cómo?-preguntó un todavía sorprendido Lanzarote.
-¡Quítate la ropa, terrícola!

En dos segundos, Lanzarote ya estaba desnudo, mostrando su poderoso cuerpo machacado en el gimnasio. Ginebra extrajo del bolso un cilindro de plástico con luces de colores que parpadeaban, unido por una sonda que terminaba en una esfera fosforescente esmeralda que zumbaba y emitía sonidos vibrantes espasmódicos, como una batería medio cargada. Lanzarote comprendió por qué fallaban las luces, los ascensores y los ordenadores de la oficina.

Ginebra acopló el cilindro al pene de Lanzarote. El seductor sintió como se le erguía contra su voluntad, y como el cilindro emitía sonidos electrónicos, pitidos, y como sus testículos le dolían como si los atravesaran con agujas gruesas. No pudo gritar, pero se quedó sin fuerzas. Además de los testículos le dolían los riñones, semejante a la presión con las manos, o a golpes taimados. Se arrodilló en el suelo, y las lágrimas recorrían su rostro.
-...

-No has entendido nada, humano. Mi especie necesita genes nuevos. Desde la última guerra nuclear, nuestros hombres quedaron estériles, y parte de las mujeres. Por eso os cultivamos. Me refiero a tipos como tú. Lo siento por la impresión. ¿No te lo esperabas?

Lanzarote escuchaba con los ojos muy abiertos hasta que se desmayó, poco antes de que un disco oscuro, con tres luces, descendía en el descampado e iluminaba el lugar en el que Ginebra y Lanzarote se hallaban.

Al día siguiente, Lanzarote se encontró balbuciente y desnudo. Lo rodeaba la Policía, y personal del SAMUR.
-¡Menos mal, amigo! Creíamos haberle perdido. Hay personas que se han preocupado por usted.

Lanzarote, temblando de frío, se encogió de hombros. No recordaba nada de la noche anterior. Un mes de baja en el Hospital lo recuperó. Al regresar a la oficina dimitió de su puesto, sin darle oportunidad al ERE de la empresa, para despedirlo.
Nunca supo con exactitud lo que había sucedido en el descampado la noche del viernes.

27 ene 2012

TEMEROSO DON JUAN


Luis y Oliva se conocieron bailando un tango.
Una noche de verano, cansados de estudiar, salieron a despejar su mente al parque cercano a su domicilio. No se conocían aunque vivían cerca el uno del otro.
Oliva era una joven dulce y muy guapa que soñaba con amar a un hombre con quien formar una familia.
Luis, de aspecto atlético y muy atractivo, sólo pensaba en conquistar al mayor número de mujeres, era la forma de sentirse hombre y presumir delante de sus amigos; estudiaba porque sus padres le obligaban para hacerse cargo de la empresa que fundara su padre.
Aquella noche, se sentaron en el mismo banco, Oliva recelosa por compartir el banco con un hombre, él, arrogante, y viendo una posible presa. El pequeño hombre que les miraba con nostalgia, empezó a tocar su bandoneón, ninguno de los dos sabe por qué se levantaron y se pusieron a bailar, “P’a que bailen los muchachos”. Los dos soñaron, pero no de la misma manera. No hablaron y solo cruzaron furtivas miradas.
Era luna llena. Después de bailar se fueron a su casa pensando el uno en el otro.
Oliva soñaba. Luis, enfadado porque había dejado escapar una presa, “¿¡qué me ha pasado para dejarla ir!? ¿¡por qué no he hablado!?” pensaba, “esto no puedo contarlo, una mujer deseable para cualquier hombre, la he tenido entre mis brazos y ni siquiera la he mirado, no recuerdo su cara, sólo el calor de su tierno cuerpo”
Pasaron meses yendo al parque cuando la luna estaba plena, en todo su esplendor, ambos se buscaban, pero no se reconocían o no se encontraban.
Pero un día, cuando la luna parecía descender a la tierra, vieron a ese pequeño hombre con su bandoneón, le siguieron, caminaban juntos pero no se conocieron. Se sentaron en el mismo banco, se miraron, Luis pensaba, “es guapa, quedaría muy bien en mi lista de conquistas”.
Sonaron las notas de ese tango que un día bailaron.
Luis se levantó, emocionado por la música, la invitó a bailar pensando que muy pronto sería suya, no como la primera vez que oyó este tango.
Cuando la tuvo entre sus brazos, reconoció las formas de ese cuerpo con el que había soñado tantas veces, ese calor, la suavidad de las manos, su perfume. Todo su cuerpo temblaba, sudaba y el aire parecía no entrar en los pulmones. “¿Qué me pasa?” pensó, “quiero mirarla y no puedo, quiero hablar y tengo la garganta seca. No puedo despegarme de su calor. La deseo, pero me siento extraño, diferente. Quiero irme. ¡Que termine pronto este tango!”