23 oct 2013

El

                    “El hombre que viajaba en metro”     



     Me gusta viajar en el metro cuando la hora punta ha pasado. Me complace  observar a la gente en su diario ir y venir, e inventarme su vida a partir de una cara, un comportamiento o un modo de vestir. Soy escritor y el metro de Madrid es para mí una fuente inagotable de personajes y de historias.
     Antes de comenzar un nuevo relato dedico más de una mañana a la caza de ideas en este lugar y es a partir de las once de la mañana cuando empieza mi ir y venir por la  línea de metro que he elegido previamente. Hoy es uno de esos días. Estoy sentado en una de las esquinas del vagón, muy cerca de la puerta, desde aquí domino  perfectamente el espacio, ya ha pasado el aluvión de gente y los que quedamos, personas sin prisas sin un trabajo aparente que nos obligue a madrugar, parecemos a simple vista gentes relajadas.
     En uno de los asientos dormita un vagabundo, de uno de los bolsillos de su raído gabán sobresale el cuello de una botella de lo que seguro es  vino barato, obviamente  utiliza el metro para resguardarse del frío. No muy lejos de él, un chico con la cabeza rapada vestido de cuero negro no le quita ojo. El chico me produce un profundo desasosiego y sin perder de vista al posible skinhead dirijo la mirada hacia otros puntos del vagón. En un rincón alejado hay una chica sentada de espaldas a mí, hace un rato que intento pensar en una historia que le cuadre, pero no veo su cara y trato de inventármela. Pelo rubio escapando de un gorro de lana tejido a mano sin mucha gracia, abrigo gris con el cuello subido, es todo lo que alcanzo a ver. Lo que atrae mi atención es su quietud, lleva sin moverse unas cuantas estaciones, al menos desde que yo la observo. Se habrá quedado dormida... Me gustaría ver su cara, solo tengo que levantarme e ir hacia ella, pero no, parte de mi juego es adivinar, elucubrar.
    Hay otros viajeros, pero no captan mi atención al menos de momento, son una masa gris sin ningún rasgo peculiar que les saque del anonimato en el que les he agrupado.
   Enfrente de mí un chico vestido de modo informal, -anorak negro, pantalón vaquero, pelo largo y zapatillas de deporte caras-, lee un pequeño libro que conozco muy bien “Firmin”.Sonrío recordando la vida de este roedor ...¡Ojalá yo pudiera escribir un libro así!. Por un momento pienso que puedo entrar en la mente de este lector, en sus gustos ¿Interesantes? ¿Parecidos a los míos?. No sé, lleva unos calcetines un tanto peculiares, de un amarillo rabioso con rayas intercaladas en azul celeste y salpicados de pequeñas calaveras negras. Nada que ver con mi estilo clásico.
     El rapado se ha puesto en movimiento, da unos pasos e intencionadamente tropieza con el borracho pisándole un pie con sus horribles botas puntiagudas. Mis músculos se tensan, pienso en la que se puede organizar, pero por fortuna el vagabundo solo se revuelve en el asiento, cambia de posición y sigue durmiendo la borrachera. Todo el vagón está pendiente de la escena y la tensión se puede cortar, el provocador mira a su alrededor en plan chulesco -  ¡CERDO!- grita. Escupe en el suelo y se dirige a  la puerta mas cercana justo cuando el tren acaba de pararse, se abren las puertas y   abandona el vagón.
    Todos respiramos aliviados, ¿Todos?. La chica “esfinge” no se ha movido, claro que posiblemente no se ha enterado de la escena, está algo alejada y de espaldas...Mejor para ella.
    Acaba de entrar un tipo con una guitarra, de esos que nunca acaban de tocar una pieza completa pues van cambiando de vagón en cada parada. Este se pone a cantar una famosa pieza, hace como si cantara en inglés, pero ni una sola palabra de las que pronuncia es inglés en absoluto, ni ningún otro idioma, ni siquiera es espanglish, aunque le pone empeño. Mi mirada se cruza con la del de los calcetines de calaveras, él también parece asombrado de la puesta en escena, a duras penas contengo la risa, que me sube a borbotones y por poco me asfixia al tratar de evitar la carcajada. El chico de enfrente se da cuenta de mi problema y  mete la nariz en el libro para no reír también, al fin  consigo contenerme como puedo y cuando pasa por mi lado el virtuoso le doy una buena propina, ¡Ha conseguido ponerme de excelente humor!
    Otras gentes van y vienen, pasan al lado de la chica esfinge sin verla, como autómatas resbalan sus miradas inexpresivas hacia el suelo. Ella sigue dormida ¿Se habrá pasado de estación? ¿A dónde irá?. Acaba de entrar un hombre por la puerta cercana a mi favorita, alto con un gabán muy amplio, tal vez excesivamente grande para su tamaño
.   Se  inclina sobre la chica y le dice algo al oído mientras abre su abrigo y saca algo grande, reluciente...
    En un instante el horror se  adueña del vagón, la cabeza seccionada cae rodando por el suelo y los ojos azules de la esfinge por fin me miran cara a cara. Un reguero de sangre va manchando el suelo poco a poco, el pelo de la chica, ahora sin el ridículo gorro de lana, también está ensangrentado. Los pensamientos más absurdos, atropellados, pasan por mi mente. Sin poder de reacción, estamos todos congelados.
     El primero en moverse es el del libro, se ha levantado, veo sus ridículos calcetines, sus zapatillas de marca acercándose  hacia mí.
    -Señores - dice levantando la voz - Les hemos estado grabando, llevamos horas haciéndolo. Lo que aquí ha ocurrido es mentira, la chica es solo una buena replica de látex, el hombre de la catana, el mendigo, el skinhead y el cantante, actores. Todo ha sido una puesta en escena que formará parte de un estudio sociológico sobre el comportamiento humano ante grandes o pequeños sucesos inesperados. Es un programa que  hacemos para una cadena de televisión. Sus reacciones, gestos, todo, nos serán de gran utilidad.

    Ahora solo les pido que nos den su aprobación para que podamos utilizar sus caras en este programa. Les pido disculpas por el engaño y les doy  las gracias.

18 oct 2013

El taller


                          “El taller”        

  
    La sala era grande destartalada, un buen ejemplo de caos organizado. Atestada  con una especie de muestrario de extraños elementos y materiales  esparcidos aquí y allá.
    Las estanterías cubiertas de moldes de escayola  apenas se sostenían en pie. Cabezas, brazos y cuerpos olvidados, cubiertos de polvo, aparentemente abandonados antes de su terminación y ahora,  agrietados, mostraban parte de su estructura interior entre el barro resquebrajado.
    El techo acristalado dejaba pasar la luz del incipiente día. Un rayo de sol se reflejó en el metal que el hombre sostenía en su mano y le hizo volver a la realidad, parpadeó y lentamente dejó caer el  punzón.
   
    Cerró los ojos tratando de visualizar aquel día ya tan lejano en el que todo comenzó. Se vio a sí mismo conduciendo deprisa para atravesar la Casa de Campo en el menor tiempo posible. Hacía tiempo que no le interesaba aquel parque tan deteriorado en los últimos años,   para nada le recordaba al de su niñez, cuando las familias aún podían disfrutarlo sin peligro con encuentros no deseados. Entonces los árboles parecían más majestuosos y bellos.
    La carretera que tomaba para llegar a Somosaguas se había convertido en una especie de ¨take away¨ donde una fila interminable de coches compraba cualquier tipo de mercancía; drogas, mujeres o chicos. El espectáculo era el habitual, pero aquel atardecer algo le llamó la atención y le hizo frenar. La chica destacaba entre todas, su cuerpo  adolescente de proporciones perfectas, estaba semi vestido con una falda que era más bien un cinturón, piernas largas enfundadas en unas medias blancas que resaltaban sobre su piel oscura, sujetas con un minúsculo liguero, zapatos rojos con tacones inverosímiles y  ojos todavía brillantes y vivos...  
     No tardaron en ponerse de acuerdo, él no quiso discutir el precio y ya dentro del coche trató de hacerle entender que solo la necesitaba como modelo y que trabajaría para él tres días por semana posando para una escultura, cosa que le reportaría un buen sueldo que  no debería rehusar. Y Bhagani no rehusó y así comenzó la inesperada relación entre ambos.

    Ella llegaba puntualmente al estudio, se desnudaba y enseguida estaba lista para la sesión. En el primer día  que comenzó a trabajar sobre la estructura que sería el cuerpo de la chica, aquello fue tomando forma, el barro húmedo y viscoso se fue adhiriendo al alambre de gallina empujado con fuerza y rapidez de mano experta y la figura enseguida adquirió vida, sensualidad...
    Entre el escultor y su modelo se desarrolló una comunicación que iba más allá del lenguaje. Ella apenas hablaba español pero se hacía entender lo suficiente para sobrevivir en la calle y ahora, con un trabajo asegurado por algún tiempo, la chica  había iniciado  el aprendizaje de palabras nuevas con un librito que él le había regalado. También comenzó a preparar el té al estilo de su país y él se acostumbró a tomarlo con montañas de azúcar y sin saber muy bien como, se hizo goloso.
    Las semanas pasaban y ella  aún se preguntaba por qué posaba desnuda y con  los zapatos  puestos tumbada en aquella cheslón. Y por qué él la vestía antes de hacer el amor.
    Un día el escultor, comenzó a preocuparse por el futuro de Bhagani, no podía permitir que volviera a su oscuro destino,  no quería aceptar que su obra de arte cayera en brazos de otros, pero era consciente de los muchos años que les separaban y peor aún, del abismo cultural. Ninguno de los dos encajaba en el puzzle de la vida del otro y empezó a obsesionarse buscando una solución imposible.
    Noche tras noche trataba de huir de sus pensamientos y no pudiendo dormir, regresaba  al taller. Con rabia y desesperación añadía o quitaba trozos de arcilla de la escultura,  sus dedos recorrían palmo a palmo las incipientes caderas, los senos redondos,  deteniéndose en los pequeños pezones apenas terminados, y los rehacía de nuevo mientras mentalmente le hacía el amor.
    Cada día se iba angustiando más y más. Empezó a tomar medicamentos para relajarse, y a pesar de estos, trabajando, creando, era del único modo que podía olvidar su preocupación, y modelaba horas y horas, abstrayendo así su mente. Solo cuando descansaba, volvía a tomar conciencia del problema y le daba vueltas y vueltas, así, cuando llegó el momento de finalizar el contrato con la chica, ya había encontrado la única salida.
     Aquel viernes ella había llegado como siempre feliz, despreocupada, cuando vio la figura casi conclusa, palmoteó alegre ¨Bonito, mucho guapa” dijo, y comenzó a desnudarse...
   Cinceles, palos de modelar y herramientas varias se entremezclaban en  la mesa de trabajo, entre ellas una raramente limpia y reluciente con mango de madera torneado a mano y desgastado por el uso. La mano  grande y fuerte del escultor, la agarró.
    Bhagani de espaldas no pudo ver como aquel rayo penetraba en sus costillas una y otra vez y apenas pudo esbozar un grito de sorpresa. Un hilillo de sangre manchó sus labios, ahora más rojos que nunca, hasta convertirse en  vómito imparable.


    El sonido del metal cayendo al suelo le volvió a la realidad. En un instante habían desfilado semanas por su cabeza, se miró la mano culpable aún crispada, se agachó, y sentado en el suelo acunó con mimo el cuerpo sin vida de la chica.
     Más tarde se puso en movimiento. Lentamente esparció un saco de escayola sobre el suelo manchado, una nube de polvo le hizo toser, en segundos el yeso absorbió  el reguero de sangre quedando coloreado de rojo. A su espalda,  la escultura de Bhagani le observaba desde la cuenca de sus ojos vacíos, su mirada le perseguía más viva que nunca, y para neutralizar su presencia, tapó con un plástico su obra.
    En un anexo del taller ajustó la temperatura del inmenso horno de fundición, lo dejó abierto y regresó. Recogió del suelo a la chica y con ella en brazos volvió sobre sus pasos.
    Cerró el horno y programó el tiempo de encendido en  ocho horas. Con pasos vacilantes se dirigió al servicio, del armario sacó la medicación a la que se había hecho adicto, ya en el taller tomó un buen puñado de pastillas  y ayudado por una botella de coñac las tragó de una vez.
     Luego se tumbó en la destartalada cheslón y apuró hasta la ultima gota de licor.









8 oct 2013

"EL ALQUILER"

“El alquiler”



Mis tres huéspedes y mi único amigo se quedaron fuera en el vestíbulo, mientras yo inspeccionaba brevemente el apartamento.

Hacía unos meses que estaba vacío y aunque mi mujer y yo lo habíamos adecentado después de que se marcharan los últimos inquilinos, quería abrir las persianas para que la luz del sol otoñal inundara el salón y también el resto de la casa.

Mi amigo Antonio me había dicho que la gente a la que le interesaba el alquiler por un año eran de fiar, viejos conocidos de su pueblo. De otra manera yo no me hubiera decidido, es más, quería vender, después de aquel desastre que nos había dejado el ultimo vecino. Pero un año pasa pronto se podía intentar de nuevo, venderíamos más tarde.

Olía a cerrado, fui abriendo todas las ventanas del apartamento, inclusive las de la cocina, el dormitorio de servicio no tiene ventana a la calle, solo un pequeño tragaluz que da al patio de vecinos, encendí la luz, enseguida me di cuenta de que algo no estaba en su sitio. Yo tengo una gran memoria fotográfica. Era la silla, la ultima vez estaba justo al lado de la cama, ahora estaba debajo del ventanuco y este, abierto de par en par.

Y...¿esas manchas? Me puse las gafas. No, no podía ser, las limpié con la corbata y me las puse de nuevo... Un reguero de pisadas de color rojo intenso salían de debajo de la cama, seguían por el suelo de la habitación y escalando por la silla se perdían en la ventana.

Pasaron unos minutos, quizá segundos hasta que reaccioné. Me puse de rodillas y levanté con precaución la colcha que cubría la cama. Cuando vi la cabeza ensangrentada el terror me superó, y quise gritar ¡Antonio!. No lo conseguí, mi garganta no lograba emitir sonido alguno.

Esto es lo que conté a la policía. Han pasado seis días desde aquello y no se ha encontrado el resto del cuerpo, tampoco pistas ni huellas de ningún tipo. La policía me ha citado para declarar nuevamente, ya es la tercera vez y por alguna razón que no alcanzo a entender, sospechan de mí.

Antonio me ha aconsejado que lleve un abogado conmigo.



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Han sido días, semanas, difíciles. Mi abogado ha conseguido sacarme de la prisión por falta de pruebas. Ahora toca empezar de nuevo. Sé que llevará un tiempo, pero conseguiré que mi mujer vuelva a mí con la lección aprendida.

Sí o sí tendrá que olvidar al que fue su amante. No le queda otra.



Octubre 2013 M. L. Pino