17 feb 2013

¿Qué hacemos con el abuelo?



¿Qué hacemos con el abuelo?


Subí andando los tres pisos de un portal modesto. Pulsé el interruptor de la luz y toqué el timbre del tercero, letra B. Se oyeron unos pasos rápidos al otro lado de la puerta y un hombre de mediana edad me abrió.

-Soy la asistente social. Vengo a visitar a D. Andrés García.

-Sí pase usted, aquí es. -Y se hizo a un lado para que pasara.

Así de golpe me encontré en el escenario de mi cometido. Allí frente a mí, sentado en un sillón orejero estaba Andrés, inclinado a un lado, apoyando su hombro derecho sobre una de las orejas del sillón. Menudo, con una boina negra sobre la cabeza. Nada más verlo recordé a Pío Baroja. Llevaba también un grueso jersey de lana y una bufanda alrededor del cuello. Supongo que así conseguía paliar un poco el frío del ambiente.

La estancia no era muy grande y estaba decorada de forma austera. Además del sillón, situado al lado de la ventana, sólo había una mesa alta de madera en el centro, un aparador en la pared opuesta y varias sillas adosadas a las otras paredes.

-Papá, que ha venido la asistente social para hablar contigo.

-Ah, sí.

- Buenos días D. Andrés –dije yo. ¿Qué tal se encuentra?

-Yo estoy bien… -Dejó pasar unos segundos y continuó- …solo que estos días de frío no logro entrar en calor.

Su hijo se adelantó un poco y terció:

-Tiene una estufa -y me señaló una esquina de la habitación, donde pude observar una vieja catalítica de butano, de la que no me había percatado hasta entonces-, pero no la enciende, por no gastar. La verdad, a mí también me da miedo que la encienda, por lo que pueda pasar.

-Y ¿quién le hace la comida, la compra…, quién le ayuda a ducharse o le limpia la casa?

-Nadie hija. Yo soy muy apañado y desde que murió mi mujer me arreglo sólo.

-¿Baja usted sólo a la calle? Miré los pies hinchados de Andrés y pensé en los tres pisos sin ascensor.

-Bajo poco.

-No quiere que venga nadie a ayudarle y yo, la verdad, no puedo –se justificó su hijo.

-¿Qué va a comer hoy? –le pregunté.

-No sé. Ya veré lo que hay en la nevera. Yo con cualquier cosa tengo suficiente.

-¿Pero se hará algo caliente? – insistí.

El hijo no le dejó contestar y lo hizo en su lugar:

-Casi siempre come frío y no sé lo que habrá hoy, pero suele tener la nevera bastante vacía.

-Andrés, así no puede estar, no se alimenta bien, está sólo y aquí hace frío… –Iba a continuar mi discurso cuando vi que Andrés sacaba de su bolsillo una bolsita de tela, mientras en su mano derecha empuñaba un mechero y un librillo de papel de fumar.

-Hija, -me interrumpió- aquí estoy en mi casa, tengo mi libertad.

Lo miré en silencio, me fijé en las arrugas de su rostro y por un momento conecté mi mirada con la suya suplicante. Entonces pude comprender muchas cosas.

4 comentarios:

  1. Pues sí, la verdad es que la libertad es mucho mas preciosa,que una comida caliente o cualquier otra cosa. Una buena lección.
    Marisa

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  2. Libertad, pero la ausencia de actividad es una aventura. Además, ¿qué hará Andrés al día siguiente, si su hijo no se ocupa de él?
    H.

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  3. Como la vida misma.

    Pero, ¿quien es Aurora Boreal?

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