Una ventana de
aluminio blanco con hojas correderas que no terminan de encajar, es la
separación física con la calle, con esa calle que un día fue tranquila pero que
ahora es un tormento de coches y autobuses que pitan y aceleran por afanarse en llegar unos minutos
antes a su destino. Ya en el interior una inmensa tabla de pino natural hace
las funciones de mesa. Está llena, repleta de cosas, cosas que una y mil veces coloco
y recoloco. Y es que, aunque intento prescindir de las que no son estrictamente
necesarias, finalmente, todas vuelven a
quedarse por allí encima. Papeles, facturas, folletos, el pequeño ordenador con
el que escribo y con el que me conecto a la vida cibernética e interactiva,
varios vasos repletos de bolígrafos, muchos bolígrafos que no uso casi nunca y
que, cuándo necesito, siempre agarro el que no pinta. También está la maletita
de cuadros, esa en la que metemos todos los cables que vienen con los aparatos electrónicos y que siempre
nos sobran (yo por lo menos no se para que sirven la mayoría). Pero estos sí
que me niego a tirarlos, porque el día que lo haga, estoy segura que necesitaré
uno de ellos, estoy segura, siempre pasa,
así que, ahí se quedan, todos juntos, a la espera de… No sé el qué. Y la lámpara, no quiero dejar de hablar de la
lámpara de mesa que me ilumina. Me encanta, es de un diseño muy moderno, en tres colores y la altura se puede
regular. Yo la pongo casi vertical, con el chorro de luz dirigido hacia la
pared. No sé, me parece mucho más cálido
el ambiente cuándo no te da el fogonazo justo encima de los papeles o del
teclado. Me gusta así. También están las
fotos. La de mi madre, que se marchó hace algo más de dos años, pero ahí está,
mirándome, acompañándome silenciosa. La siento muy cerca, vigilante y orgullosa,
muy orgullosa. Y la de mi hija, que anda lejos pero también la noto a mi lado,
aunque en este caso creo que la que vigila y la que está orgullosa soy yo. Cuando
me canso de estar en la maldita silla de escritorio (incomodísima, art-decó) me siento o me tumbo en el sofá cama de color negro que está bajo la estantería de libros. El sofá hace juego con la alfombra de pelo alto que compramos en Ikea, tienen el mismo color. Las paredes malvas son muy acogedoras y los días que hace sol, el color
se realza y la habitación parece más grande.
Así es mi
pequeño reducto de soledad. Una soledad siempre buscada pero nunca deseada.
En esta ocasión el reto era enumerar las cosas que tenemos en nuestro entorno más cercano, haciéndolas nuestras. No tiene porqué ser un cuento.
ResponderEliminarPues lo has cumplido por completo, Lupe. Mi enhorabuena.
ResponderEliminarH.
Evocador, minucioso y tal como lo pidió el profe.
ResponderEliminarMe he sentido en tu reducto de soledad y también un poquito dentro de ti.
ResponderEliminarHas hecho nuesto tu espacio.