29 nov 2013


                         ¿Vamos a llevarnos bien?

    -¿Pero que te has creído? ¡Has tomado esta casa por un hotel! ¿Donde has estado la noche pasada? ¿Y el día anterior?- Le dije un tanto enfadada. Y seguí...
    -Carolina, tu y yo tenemos que hablar seriamente. Esto no puede seguir así. Sé que tu libertad es lo más importante para tí, pero ¿y yo? No puedo estar continuamente preocupada por no saber donde andas y por qué en ocasiones no vienes a dormir. La convivencia tiene unas mínimas reglas de conducta y hay que respetarlas.- Ella  me ignoraba por completo y yo continué hablando sola...
    -Escucha, acepto que salgas los fines de semana y que hasta algún día de diario regreses tarde ¡pero tanto!...Sabes la cantidad de accidentes de tráfico que de viernes a domingo  llenan de muertos nuestras calles. La gente se emborracha casi por sistema esos días. Además están  la cantidad de gamberros que salen a la calle a fastidiar sin ton ni son y algunos  hacen barbaridades solo por gusto. No me cuentes que estás protegida con tus amigos, para mi que esos van a lo suyo y a saber… Tú eres un bocado delicioso para cualquiera y debes cuidarte.

    Mientras yo hablo Carolina me mira un poco distraída, indiferente, sus grandes ojos no pestañean, no expresan ningún tipo de arrepentimiento, parece que ni me escucha.  El sonido de la radio está muy alto y en el debate de turno están comenzando a subir el tono de lo que empieza a ser una pelea verbal y  tengo que apagarla para seguir con mi rosario de palabras enojadas sin tener que elevar la voz.
    Naturalmente entiendo que cuando se decide tener en acogida a alguien, ya adulto, con un  modo de vida y comportamiento diferente, es muy difícil tratar de reeducar y menos que se acople a tu estilo de vida.  Tampoco hay que olvidar que ella  ya no es tan inocente, solo hace un año que   fue madre primeriza…No obstante creo que va demasiado a su rollo, es terriblemente independiente y a veces  egoísta. No se que qué debo hacer... ¿Devolverla?
   Ella sigue estática, ensimismada, mientras yo me harto de hablar, está mas interesada en mirar fijamente las faldas de la camilla que atender a mi persona.
    ¿Qué hay ahí?. Con cautela subo las susodichas faldas y en un instante un mar de plumas vuelan por toda la cocina, cuando consigo rescatar de las garras de Carolina lo que queda del tordo, este está  muerto.
    Ya entiendo, esto es lo que la ha tenido en vela toda la noche despreciando el calor del hogar.
    Recuerdo que no hace mucho tiempo, solo cazaba de día, ahora también practica este deporte en la noche. Eso sí, siempre tiene el detalle de transportar a casa sus víctimas. Dicen que esto lo hacen para traer un regalo a la dueña de la casa, quizás para mostrar sus habilidades…No sé, yo prefiero que no me traiga tantos pájaros, ratones y culebras, nunca quise tener un mini -zoo.
    Estoy empezando a pensar  que el ver juntas los documentales de naturaleza no es buena idea,  está enseñándole muchas cosas que antes no sabía. Esto unido a los otros programas llenos de violencia y sangre de la tele, están convirtiendo a mi dulce gatita en un cruel depredador que mata no por hambre y si por  deporte.
    “Exactamente como los seres humanos”- parece decirme en su mudo lenguaje,- “ Los animales domésticos llegamos a ser tan domésticos que  imitamos al hombre en todos sus hábitos y a la hora de cazar, también matamos solo por el placer de matar”.
    Irritada conmigo, por no dejar que siga  desplumando al pobre pájaro, majestuosa, sin siquiera dirigirme una sola mirada, pausadamente  se dirige a la puerta de la cocina y se cuela por la gatera, dejándome con la palabra en la boca.



22 nov 2013

UNA FRASE BRILLANTE

      La frase completa era la siguiente : El día que murió se supo que había estado profanando las tumbas de su familia, de su mujer y en la de ella , descansaba desde hacía treinta años”.
     El maestro, impertérrito, dio por terminada la clase después de lo dicho. Los alumnos quedaron alucinados, sin poder de reacción, y pensando como resolver el problema que se les planteaba, se fueron despidiendo y salieron de la clase en silencio.
    En general pensaban que la frase a utilizar sí o sí en su próximo relato o cuento, era cuando menos original, pero un poquito complicada.
    En la calle se despidieron del profesor. Ni siquiera fueron a tomar la cerveza de turno, seguro que más de uno le maldijo en silencio. Ella, obsesionada y no sabiendo muy bien que hacer con la tarea, se fue apesadumbrada a su casa.
     Aquella noche tuvo pesadillas, una tras otra. Vio como el profesor entraba en un recinto lleno de tumbas. Iba vestido con ropajes oscuros, se desnudaba y se metía en un enorme sepulcro. Por alguna razón el sueño se interrumpía y cuando se reanudaba, el docente estaba intentando tumbarse dentro de un nicho, ahora llevaba un extraño pijama de cuadros claramente escoceses, y un gorrito navideño calado hasta las orejas,. Como no  conseguía su propósito de acostarse, enfurecido la emprendía a hachazos con el mármol.  Y otra vez la pesadilla se cortaba y  cuando de nuevo el sueño profundo volvía, la alucinación seguía a lo suyo, disparate tras disparate. Ahora  el hombre está sentado en el suelo, rodeado de trozos de mármol y de un montón de velas encendidas. Entonces saca algo de debajo de la capa y lo coloca en el suelo. Es un envoltorio plateado, lo abre y de este emerge una enorme tortilla de patatas rodeada de pimientos verdes fritos.
    El olor de la tortilla despierta a la durmiente. “¡Solo es una pesadilla!” Se dice a si misma. Ahora se le ha abierto el apetito, recuerda que no ha cenado, la preocupación por no saber que escribir, el miedo al casi seguro castigo corporal del profesor, le quitaron las ganas de comer.
   Se levanta de la cama y va a la cocina. Allí arrasa con todas las sobras del frigorífico, pero no hay tortilla.
  Está amaneciendo una luz tenue se cuela por la ventana, suficiente para que se pueda ver el montón de patatas peladas y cortadas. Ella bate los huevos, mezcla las patatas, la media cebolla cortadita y  pone todo en la sartén. Unos minutos más tarde, ya saborea la tortilla.
    Ahora está mucho mejor, ve la vida de otro modo y toma una decisión que repite como un mantra una vez y otra. “No me voy a acojo...con lo del relato. ¡A la mier...! Este jueves no pienso leer ningún escrito”.
    Y se va a la cama...

15 nov 2013

KATHAKALI

    Aquella no era  ahora  su cara y tampoco  su cuerpo.
    Dos horas antes era un hombrecillo corriente, de esos en los que no se repara aunque  te los cruces cada día en algún lugar. Solo habían pasado  unos minutos y ya no era él.
   Sus coloridos y extravagantes ropajes, los zapatos, todo le daban otra dimensión, pero sobre todo su cara, antes anodina vulgar, había adquirido una personalidad llena de fuerza que resultaba inquietante, especialmente sus ojos, puñales negros, clavándose en los míos y obligándome a desviar la mirada.
   Blanco níveo en su cara, líneas negras, enormes, alrededor de sus ojos, marcas triangulares desde  el comienzo de sus mejillas hasta las sienes y unas cejas grandiosas pintadas sobre las propias perdiéndose en el infinito. Marcaba su barbilla una especie de medio plato de cartón blanco pegado a sus orejas, lentes de contacto, un enorme gorro en forma de estupa y la trasformación estaba servida.
    Cuando el guía me habló de la representación de la danza mítica hindú con más de cuatrocientos años de antigüedad llamada Kathakali y la posibilidad de asistir a la metamorfosis de un mortal a demonio o divinidad, todo ello en directo, con proceso de maquillaje a la vista del público, me apunté rápido y conmigo otras tantas gentes del grupo.
    El teatrito estaba en un barrio apartado de la ciudad de Cochin. Los actores y los otros componentes del grupo teatral, eran gentes que luchaban para no perder la tradición de sus mitos milenarios. No había lujos y pocas ganancias. La puesta en escena era sencilla, pero efectiva. 
   Habíamos  seguido toda la preparación desde la primera fila. Me interesaba sobre manera un maquillaje tan alejado del que conocemos en nuestro mundo occidental y  la oportunidad de hacer alguna pregunta técnica. Realmente me fascinó. Me sorprendió saber que el blanco estaba hecho con cáscaras de huevo según una receta antiquísima.
    Enseguida empecé a tomar fotos, mi cámara atraída por la intensidad que en cada paso del maquillaje iba adquiriendo el actor principal, parecía tener vida propia y se disparaba sola. El zoom, automático, no me permitía hacer otra cosa que apretados primeros planos y empecé a sentirme incómoda. El hombre, ahora demonio, parecía actuar solo para mí. Sus ojos miraban directamente al objetivo y taladraban los míos. Clic, Clic, mi dedo no se despegaba del botón, estaba hipnotizada.
   Al fin haciendo un gran esfuerzo conseguí cerrar la cámara. No podía soportar su mirada que se colaba directamente en mi cerebro a través del objetivo e intenté concentrarme en la obra, cosa harto difícil con la explicación que nos dieron antes de su comienzo en un inglés terrible e imposible de entender. Para librarme de ÉL, dirigí mi vista  al otro personaje y traté de  ignorarle. Pero sabía que sus ojos seguían clavados en mí, que por alguna razón me estaba dedicando aquello. ¿Por qué? Quizás  por el  interés que mostré mientras se maquillaba.
    Me maldije a mi misma, quien me mandaría hacerle preguntas de profesional. ¡Idiota! Eso es lo que soy ¿Y ahora? ¿Como me quito esa mirada de encima?. Cada vez más nerviosa acerqué mi silla de tijera a la del guía y le deslicé al oído alguna tontería. Así sabrá que estoy con el grupo, que no estoy sola.¡Dios que paranoia tan estúpida. Solo es un actor actuando!
    Pero algo en él se salía del personaje, era como si el otro se hubiera apoderado del hombre y sus ojos, carbunclos encendidos me devoraban sin compasión. No se cuanto duró la obra, cuarenta o cincuenta  minutos, lo que es  seguro  que fueron los más largos que recuerdo.
    Por fin el  teatrito se llenó de aplausos largos y sinceros. Nosotros, los guiris, escasas doce personas, poco a poco empezamos a desfilar hacia la calle.
.  Allí respiré hondo. Me había librado de la pesadilla de sus ojos. Dos calles mas arriba el autocar nos esperaba. Comentarios para todos los gustos. Para  algunos una completa estupidez, para otros interesante y los menos decían que había sido brillante
    A mí no me había dejado indiferente en absoluto, es más, tenía una sensación de angustia agarrada al estómago de la que no podía desprenderme.
    Alguien pasó a nuestro lado, un hindú insignificante, uno de tantos. Se inclinó hacia mí  “I´ll see you in the hotel” - “ La veré en el hotel”-  ¡Esa voz, esos ojos! Instintivamente  me cogí del brazo del guía.
   Aquella noche, a pesar de tener pagada una habitación single en un lujoso hotel de Cochin , me las arreglé para no dormir sola.


5 nov 2013

FOBIA

    Era una mujer fuerte, grande y gorda, sobre todo gorda. Por alguna razón recordaba a las gloriosas gorditas de Botero, aunque sin el encanto de las pinturas y esculturas del artista...Esta era simple y llanamente una mujer exuberante. Su pelo artísticamente recogido en una especie de moño muy historiado, caía en profunda cascada sobre su redondeada espalda, parte de sus rizos delanteros descansaban sobre sus voluminosos pechos y medio los escondían, medio los realzaban. Sus vestidos de campesina adinerada, amplios y exagerados le llegaban al suelo y esto por una razón u otra condicionaban sus movimientos por lo que se limitaba a dar vueltas sobre si misma de tanto en cuanto. Tenía la boca pintada de rojo pasión y de ella dejaba escapar increíbles gorgoritos, a veces suaves, otras profundos y desgarrados, siempre acorde con el momento que su delirio lo indicara.
    Estaba subida en algo parecido a un escenario en la plaza de un  pueblo, con casas a ambos lados y al fondo unas calles estrechas que llevaban a ninguna parte.
    En medio del gorgojeo, entraban por una de las calles un montón de campesinos que contestaban a coro a la mujer a medida que el canto lo iba marcando, ella, infaliblemente respondía con nuevos gorgoritos  gesticulando aparatosamente  al tiempo que giraba en su continuo movimiento. Más tarde los coros desaparecían por el otro lado de la plaza cantando de nuevo antes de hacer el mutis. Yo nunca asistí al final de esta actuación.
    Doña Rosita era la amiga más cursi de mi abuela, la recuerdo muy bien. Pequeña y delgada, con pelo gris recogido en un moño bajo, vestida de negro y con unos lentes que se abrían con un clic antes de ubicarlos sobre su prominente nariz, y que llevaba colgando de un largo collar negro de azabache, que por cierto, me gustaba bastante.
    A mi siempre me fastidió que me besaran, sobre todo la gente pesada, pero aquel día.
   _ Para que vayas haciendo amistad con la música clásica. Per antes tienes que darme un recordatorio, ese del angelito con las ovejitas. Y también un beso.
    Y yo, venciendo mi animadversión y por el jodido interés, la besé, aun a sabiendas que me pincharía su bigote, a sabiendas que me dejaría tufo a pachulí.
    Ella me entregó aquel paquete, envuelto en papel de manila color rojo, con olor a Doña Rosita. Lo atrapé y salí corriendo.¿Qué por que lo recuerdo? Pues porque mis futuros suegros, me han invitado a la primera opera de este año en el Real y quieren saber si estoy interesada en que nos saquen un abono (a su hijo y a mí) para la temporada. Ellos son grandes aficionados y se desplazan por Europa para ver representaciones en las grandes capitales. Sé que irán a Milán próximamente, ya le preguntaron a su hijo si nos gustaría ir...Y claro, no puedo sacarme a Doña Rosita y su olor a pachulí  de la cabeza.
    El regalo resultó ser una caja de música cursi y estúpida, con la cual yo jugaba de tarde en tarde. No lo hacía para recrearme en la puesta  en escena de la opera, ni para escuchar la música, sí para poner a prueba mi rapidez en cortar la representación. Esto ocurría justo en el momento que la soprano entonaba un canto a todas luces triste y melancólico. En ese instante con un sincronismo digno de mejor empresa y con un toque morboso difícil de explicar, de un golpe seco cerraba la tapa  y todos, campesinos gorda y decorado quedaban encerrados en la estúpida caja que los albergaba. Por alguna razón, esto me producía placer, era mi venganza contra Doña Rosita. Nunca les permitía terminar su pobre actuación.
    Contrariamente al loable propósito que tuvo la amiga de mi abuela al intentar acercarme a la opera en mi niñez, yo, que sin duda esperaba otro tipo de regalo,  a día de hoy todavía no me he reconciliado con las operas, es más, diría que las odio.
    Esta noche tendré que afrontar la situación de una vez por todas. Me juego mucho.