Aquella no
era ahora su cara y tampoco su
cuerpo.
Dos horas antes
era un hombrecillo corriente, de esos en los que no se repara aunque te los cruces cada día en algún lugar. Solo
habían pasado unos minutos y ya no era
él.
Sus coloridos y extravagantes ropajes, los
zapatos, todo le daban otra dimensión, pero sobre todo su cara, antes anodina
vulgar, había adquirido una personalidad llena de fuerza que resultaba
inquietante, especialmente sus ojos, puñales negros, clavándose en los míos y
obligándome a desviar la mirada.
Blanco níveo en
su cara, líneas negras, enormes, alrededor de sus ojos, marcas triangulares
desde el comienzo de sus mejillas hasta
las sienes y unas cejas grandiosas pintadas sobre las propias perdiéndose en el
infinito. Marcaba su barbilla una especie de medio plato de cartón blanco
pegado a sus orejas, lentes de contacto, un enorme gorro en forma de estupa y
la trasformación estaba servida.
Cuando el guía
me habló de la representación de la danza mítica hindú con más de cuatrocientos
años de antigüedad llamada Kathakali y la posibilidad de asistir a la
metamorfosis de un mortal a demonio o divinidad, todo ello en directo, con
proceso de maquillaje a la vista del público, me apunté rápido y conmigo otras
tantas gentes del grupo.
El teatrito
estaba en un barrio apartado de la ciudad de Cochin. Los actores y los otros
componentes del grupo teatral, eran gentes que luchaban para no perder la
tradición de sus mitos milenarios. No había lujos y pocas ganancias. La puesta
en escena era sencilla, pero efectiva.
Habíamos seguido toda la preparación desde la primera
fila. Me interesaba sobre manera un maquillaje tan alejado del que conocemos en
nuestro mundo occidental y la
oportunidad de hacer alguna pregunta técnica. Realmente me fascinó. Me
sorprendió saber que el blanco estaba hecho con cáscaras de huevo según una
receta antiquísima.
Enseguida empecé a tomar fotos, mi cámara atraída por la
intensidad que en cada paso del maquillaje iba adquiriendo el actor principal,
parecía tener vida propia y se disparaba sola. El zoom, automático, no me
permitía hacer otra cosa que apretados primeros planos y empecé a sentirme
incómoda. El hombre, ahora demonio, parecía actuar solo para mí. Sus ojos miraban
directamente al objetivo y taladraban los míos. Clic, Clic, mi dedo no
se despegaba del botón, estaba hipnotizada.
Al fin haciendo un gran esfuerzo conseguí cerrar la cámara. No
podía soportar su mirada que se colaba directamente en mi cerebro a través del
objetivo e intenté concentrarme en la obra, cosa harto difícil con la
explicación que nos dieron antes de su comienzo en un inglés terrible e
imposible de entender. Para librarme de ÉL, dirigí mi vista al otro personaje y traté de ignorarle. Pero sabía que sus ojos seguían
clavados en mí, que por alguna razón me estaba dedicando aquello. ¿Por qué?
Quizás por el interés que mostré mientras se maquillaba.
Me maldije a mi misma, quien me mandaría hacerle preguntas de
profesional. ¡Idiota! Eso es lo que soy ¿Y ahora? ¿Como me quito esa mirada de
encima?. Cada vez más nerviosa acerqué mi silla de tijera a la del guía y le
deslicé al oído alguna tontería. Así sabrá que estoy con el grupo, que no
estoy sola.¡Dios que paranoia tan estúpida. Solo es un actor actuando!
Pero algo en él se salía del personaje, era como si el otro se
hubiera apoderado del hombre y sus ojos, carbunclos encendidos me devoraban sin
compasión. No se cuanto
duró la obra, cuarenta o cincuenta
minutos, lo que es seguro que fueron los más largos que recuerdo.
Por fin el teatrito se llenó de aplausos largos y sinceros. Nosotros, los guiris, escasas doce personas, poco a poco empezamos a desfilar hacia la calle.
Por fin el teatrito se llenó de aplausos largos y sinceros. Nosotros, los guiris, escasas doce personas, poco a poco empezamos a desfilar hacia la calle.
. Allí respiré hondo. Me había librado de la pesadilla de sus ojos.
Dos calles mas arriba el autocar nos esperaba. Comentarios para todos los
gustos. Para algunos una completa
estupidez, para otros interesante y los menos decían que había sido brillante
A mí no me había dejado indiferente en absoluto, es más, tenía
una sensación de angustia agarrada al estómago de la que no podía desprenderme.
Alguien pasó a nuestro lado, un hindú insignificante, uno de
tantos. Se inclinó hacia mí “I´ll
see you in the hotel” - “ La veré en el hotel”- ¡Esa voz,
esos ojos! Instintivamente me cogí del
brazo del guía.
Aquella noche, a pesar de tener pagada una habitación single en
un lujoso hotel de Cochin , me las arreglé para no dormir sola.
¡Alucinante, Marisa! ¡Qué transformación! El cuento me ha acojonado sobremanera. Al principio creí que era un superhéroe, pero con los datos de que era un actor de teatro tradicional religioso, la historia se ha vuelto interesante. ¿Te pasó a ti?
ResponderEliminarAbrazos, H.
Pues va a ser que sí...El setenta por cien de lo escrito es real...
ResponderEliminarJopé!!!!
ResponderEliminarNo me extraña que buscases compañía esa noche.
Con quién dormiste?