24 ago 2010
La gorda
Abarrotado, el lugar está lleno a tope, mesas cubiertas de bandejas, vasos enormes de plástico y pequeñas cajitas de estico. Gentes; niños y jóvenes especialmente, comiendo o más bien devorando el interior de las cajitas, de vez en cuando algún voluptuoso eructo que viene del interior de unos estómagos repletos de comida y bebida basura...
Filas interminables que se mueven poco a poco hacia las cajas de pedido, donde jóvenes con ridículos gorritos atienden como autómatas a la exquisita clientela del domingo.
_ Un Bigger- Mac doble, pepsi doble, y patatas grandes... y también un brownie...
La chica del gorrito mira sin ver a la mujer X X L.
_ Son seis con treinta euros... siguiente.
La mujer paga y se hace a un lado. Mientras espera el pedido recolecta una ingente cantidad de sobrecitos de ketchup, mostaza y pajitas, tantos como si fuera a venderlos a la salida.
Con su bandeja ya llena, cual enorme barco en medio de una cruenta tempestad, se dirige bamboleándose hacia una mesa donde hay un sitio libre. Al pasar tiene que escurrir sus michelines entre asiento y mesa, lo cual consigue a duras penas, no sin antes llevarse por delante algunos restos de comida que se adhieren a su chirriante jersey amarillo limón.
Nadie le presta atención, no hay un “buenas tardes”, ni un carraspeo... tampoco un gruñido, cada cual a lo suyo, en aquella mesa alargada unos seres humanos en completa involución se hayan inmersos en la edad del plástico.
La paja se clava con saña en el vaso, la mujer sorbe ruidosamente el preciado liquido y después de soltar el aire por la boca... prepara minuciosamente el festín.
Desparrama las patatas sobre la bandeja, las divide en dos partes, una de ellas a tope con ketchup, la otra llena de mostaza. Picotea con glotonería, dos de un lado, tres de otro. Unos dedos gordezuelos se deciden a abrir la cajita amarilla, allí dentro... el tesoro. Redondo, cubierto de semillas de sésamo y saliendo de entre sus entrañas una salsa de color indefinido, la sola vista de aquello la lleva al éxtasis, y siente un subidón, parecido a un orgasmo. Separa una de las mitades del pan y enchufa el bote de salsa roja encima de algo marrón, también redondo, especie de conglomerado de carne, el liquido cae suave, voluptuosamente...
_ ¡AHHHHHHH...! - un grito traspasa la barrera del sonido e inunda el local...
_ ¡Tiene cebolla... dije que no quería cebolla y ¡me han llenado la hamburguesa de cebolla!. Y lo avisé, claro que lo avisé, pero no, no se enteran, mucho gorrito, mucha sonrisa pintada y tanta identificación, pero no dan ni chispa... Puri, se llama Puri la que me atendió, se va a enterar...
La gorda se levanta como un huracán arrasando a su paso lo que encuentra y bandeja en mano dando codazos llega a la barra...
_ ¡La señorita Puri!- grita.
Una sonriente señorita Pepi la mira asustada...
_ Terminó su turno... ¿En que puedo ayudarle?
_ Cebolla, le dije que no quería cebolla y no hizo caso, lo hizo a mala idea porque yo se lo dije bien claro ¡No quiero cebolla! y ella nada... como si le hubiera dicho que pusieran un kilo de la maldita cebolla... ¡Me van a oír!
_ Señora... cálmese. Yo le pongo otra hamburguesa sin cebolla por cuenta de la casa y problema solucionado, pero deje de gritar.
_ ¡Eso es que se lo a creído usted!, para nada de solucionado, porque a mí se me han quitado las ganas de comer, la vista de la cebolla me pone enferma y ahora no me entran ni las patatas ¡Me han estropeado el domingo! ¡Libro de reclamaciones y quiero hablar con el encargado!
Un hombre bajito con bigote fino se acerca rápidamente. J. Martínez “Encargado”dice su identificación debajo de una sonriente foto.
_ Señora estoy a su disposición, pero venga conmigo al despacho y sobre todo cálmese, allí me cuenta lo que le pasa y lo arreglamos.
El hombrecillo consigue llevarse a la gorda con él, la empuja a través de un estrecho pasillo donde casi se queda atascada y por fin consiguen llegar al despacho donde la mujer resollando improperios se desploma en el sofá.
De nuevo un rosario de quejas salen de su boca como caballos desbocados...
Martínez le habla bajito, trata de que no grite, que no se la oiga...
_ ¡El libro de reclamaciones, voy armar la de Cristo!– brama...
_ Señora, yo me comprometo a que nunca le vuelvan a poner cebolla en esta casa, pero no grite más y olvide lo del libro de reclamaciones, a partir de hoy, no tendrá nunca más una queja en este establecimiento, es más usted está invitada cada domingo y festivo a comer lo que se le antoje completamente gratis y toda la colección de muñecos del mes se los regalo ya mismo, pero baje la voz... por favor.
Martínez abre un cajón y saca del mismo un montón de muñecos de plástico...
_ ¡Ooohhh! el diablo de Tasmania y Piolin y ¿no están un poco pasados de moda?
Aún así la mujer abraza enternecida los muñecos basura...
_ ¡Durante un año! ¡Quiero todos los que salgan durante un año!
Y con un dedo gordo, (el gordo) le señala amenazadora...
_ Y los sábados, también... Vendré a comer los sábados y ¡quiero un contrato con todo lo prometido!
Todo se hace como exige, Martínez la acompaña hasta la calle y cuando la ve perderse entre la gente suspira aliviado...
_ ¡Taxi, taxi...! Al “Pizza Hat” de Princesa – dice la mujer al taxista, con una sonrisa indefinida...
El local también está abarrotado de gente. La gorda se abre paso entre la multitud, un encargado se acerca....
_ Doña Visi... Lo de siempre ¿no?Ya le van quedando menos días del bono... La vamos a echar de menos...
_ Sí ,yo también...
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¿Que tal un poco de comida basura? GRUMPY
ResponderEliminarMi ex-cuñada, casada con mi ex-hermano es la super gorda que contás. Me gustó un montón. Una putada el pensamiento único basura.
ResponderEliminarMe voy a dormir con sonrisas. Gracias.
Me mató. Esos "humanos en completa involución" "inmersos en la edad del plástico",
ResponderEliminarfrases sublimes. Ví todo. Más que un cuento he leído una película. Gracias
Querida Marisa.
ResponderEliminarHabía leído tu relato en días anteriores pero hoy lo he leído con detenimiento y tengo que decirte que me ha resultado angustioso. Está tan bien descrito el ambiente que, después, me daba repelús pensar en la comida...
¡Brava, bravísima!
Muchos besos