—Pero que tonterías dices, que es eso de un cartel, estás lleno de fantasías, a veces no entiendo nada de lo que dices. ¿Trajiste dinero?
—Si, madre, 25 pesetas, no se ha dado mal. La gente hoy me dio más propinas que nunca ¿Será que soy famoso?
—Pero— La madre cierra el grifo del fregadero, se seca las manos en el delantal y se vuelve para mirar a su hijo. — ¿Me quieres decir de que estás hablando?
—Pues eso— Responde el chico —Que me he visto en un enorme cartel que han puesto en una tienda de esas que venden cuadros pintados, lo llaman galería de arte o así. Había mucha gente dentro de aquel sitio, no me atreví a entrar, no había niños, no me hubieran dejado. Pero creo que también estoy pintado en un cuadro de los que hay dentro. Eso me dijo Andrés, el estuvo allí, como es más mayor pudo colarse.
—La verdad es que no sé qué hacer contigo— Suspiró la mujer. —Cada día tienes más tonterías y para colmo tu amigo Andrés que es otro chalado. Dios quiera que tu padre regrese pronto, son ya muchos meses sin él, yo le necesito mucho, pero tú más todavía, estas fantasías que te inventas cada dos por tres, son por algo, te falta su presencia, está claro.
—Madre, que no son fantasías, lo que estoy diciendo es verdad, usted nunca me cree. ¿Cuando viene mi padre?— El niño miró a su madre con tristeza. —Quiero verle.
—Tranquilo Martín, ya queda menos. Están cerrando los campos de concentración en Francia y tu padre puede regresar en cualquier momento. Él no tiene ningún delito, nunca hizo mal a nadie, ya están llegando a la península las gentes que no hicieron nada malo, tu padre tardará un poco, estamos más lejos, pero viene, seguro que viene y tú volverás al colegio. Ya no tendrás que vender periódicos, el trabajará para los tres.
La madre abrazó a su hijo y este desde el refugio materno susurró…
—Quiero que padre venga ya, pero lo del cartel es cierto, lo juro por Dios.
—Martín, no quiero que jures así como así, olvida ya esa tontería y vamos a cenar. Tenemos las lentejas que escogimos anoche, ya verás que buenas, y tu abuela trajo esta mañana unas naranjas de la huerta para nosotros. Lávate las manos. Venga, rápido, que se enfría la cena.
—Sí madre, lo que usted diga.
Martín se dirigió hacia la pila de fregar mientras doblaba las mangas de su camisa hasta los codos, como un autómata pasó el trozo de jabón por manos y brazos hasta conseguir una raquítica espuma. Los secó con un trozo de felpa que colgaba de un clavo y se sentó en la mesa camilla. Su madre ya tenía los platos en la mesa y estaba sirviendo las lentejas. Cortó su trozo de pan moreno en pequeñas porciones, lo puso en la sopa como siempre hacía, y comenzó a comer mientras su pensamiento volaba lejos de aquella cocina, de aquel barrio y llegaba a la Avda. Marítima, donde gentes bien vestidas entraban en tropel a verle a él, en esa pintura que Andrés le había descrito entusiasmado. Y se hizo un propósito, ver el cuadro y convencer a su madre de que era cierto lo que le había contado. De cómo hacerlo, y elaborar un plan, lo haría con Andrés, mañana. Mañana lo resolverían todo. Aquella noche dio muchas vueltas en la cama hasta que una idea empezó a germinar en su cabeza, entonces y solo entonces cayo dormido como un plomo.
2 feb 2011
El niño del cuadro - 2 (El niño)
—Madre, madre. ¡Soy yo! En la Avenida Marítima, en grande, muy grande, estoy en un cartel ¡grandísimo!
Etiquetas:
Grumpy-Relatos,
Relatos
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Jose, eres un gamberro...Pero ahora que lo dices...Igual mato a alguien!!!
ResponderEliminareso, eso, mata a alguien, siempre hay hueco para un fiambre en cualquier relato. Que alguien aplique sobre el lienzo unas pinceladas con el rojo carmesí de la sangre del difunto... Si me permites una opinión, que sea un mujer, la asesina, siempre da más glamour a la trama. ;-)
ResponderEliminar