Abro los ojos, veo el techo de casa de mi suegra, qué feliz estaba dormido. Me estiro, me siento, me tiro un pedo. Menos mal que mi mujer ya se ha levantado, me recriminaría por ello.
Enciendo la lámpara de la mesita, miro el reloj, las 12, no está mal. Sólo me quedan unas horas de paciencia, antes de desaparecer de esta casa por trescientos sesenta y cinco días. No hay quien se libre de la cena de Nochevieja, pero lo que es seguro es que a mí no me ven el pelo el resto del año. Menos mal que mi mujer no insiste en que la acompañe en verano, que no tenemos niños que necesariamente tendrían que ver a sus abuelos. Peor todavía, igual por unos nietos serían capaces de salir de su rutina y venir a visitarnos.
Me tiro otro pedo, normal, es imposible acabar de digerir los excesos de la cena de ayer.
Mientras me ducho rememoro la feliz reunión:
Asistí como invitado paciente a una mesa donde no paraba de llegar comida, mi suegra corría de la cocina al comedor, llevándose bandejas vacías, llenando otras. Era increíble ver lo rápido que aparecía un nuevo plato delante de mí, por no hablar de la cantidad de fuentes que iban llegando a la mesa con las cosas más variadas. La mujer debe creer que tiene familia numerosa, no sería yo quien le aclarase que éramos cinco a cenar: Ella, su marido, su cuñado, mi mujer y yo. Mi suegro se encargaba de servir el vino, imposible tener la más mínima idea de lo bebido, la copa siempre estaba llena. La de él también, en algo tenía que entretenerse el hombre. El cuñado no paraba de engullir, para deleite de mi suegra, por algo parece un buda. Por lo menos comía en silencio, tiene poca conversación Mi esposa ayudaba a su madre, iba y venía también, mi suegra pedía que se sentase, le quitaba protagonismo. Traté de mantener una conversación, introduje varios temas banales que creía que podían interesarles, imposible, nadie escuchaba. Mi suegra sólo hablaba para insistir en que comiésemos, mi suegro sonreía y llenaba las copas, el cuñado estaba muy concentrado en asegurarse que probaba todo lo que iba apareciendo en la mesa. Mi mujer se levantaba, se sentaba, criticaba que su madre no se sentase, no podía prestarme atención.
La televisión, por supuesto, a todo volumen, es un clásico navideño. De vez en cuando el aparatito conseguía sacarles algún comentario del tipo: “Pues sí que está flaca la presentadora”, ese era de mi suegra, claro. Mi suegro se reía con el cómico de turno, el cuñado sólo miraba la pantalla, no opinaba.
A partir de las once y media, todos atentos al reloj, ellos para acabar de devorar antes de las campanadas, yo a ver si a base de concentrarme en la esfera, conseguía que el tiempo pasase más rápido.
Por fin, las uvas y el brindis, la comida desapareció de la mesa. Mi suegro preparó whiskis para los hombres, mi suegra tras trajinar un rato en la cocina con la ayuda de mi mujer, apareció con varias bandejas de turrones y dulces, quizás alguno se había quedado con hambre. Se sentó a jugar a las cartas sin quitarse el delantal, creo que ya forma parte de su indumentaria en estas fechas.
Me senté en el sofá con mi whisky y un libro, lo peor ya había pasado. Mi suegra me miró con lástima y me dijo: “Es una pena que no sepas jugar”
Me saca de mi ensimismamiento mi mujer: “Pedro, llevas media hora en la ducha, baja a desayunar que mi madre ha preparado torrijas y aunque sea tarde y vayamos a comer en un rato, no le puedes hacer el feo de no probarlas”
Me tiro otro pedo, así hago un poco de hueco.
Es mi relato antinavideño, os lo leeré esta noche con una copita en la mano para celebrar que ya han pasado las fiestas.
ResponderEliminar¡Eres una gamberra en estado puro!Reconozcamos que tienes razón y has hecho un retrato magnifico de la locura colectiva a la que se llega en estas fiestas. Marisa
ResponderEliminarAsí deberían ser todos los relatos navideños: antinavideños.
ResponderEliminarAhora bien, en este caso, yo me pregunto: en Navidad ¿las mujeres no comen de manera desaforada?; más aún, en Navidad ¿las mujeres no se tiran pedos?.
;-)
Jose, yo no especifico si se come mucho o poco, sólo el trasiego de platos variados. Es más, puede que Pedro no coma en exceso. Respecto a los pedos, ya lo comentamos ayer, nos los tiramos todos y Pedro es educado y lo hace en privado.
ResponderEliminarQue sí Ingrid. Yo solo intentaba hacer un comentario sobre la supuesta teoría de que la 1ª persona del narrador supone una mayor implicación del autor con el mensaje del texto, que tampoco tiene que ser así. Lo de que se coma más o menos y lo de que los pedos es una característica de los seres humanos es anecdótico, algo que tú sacas en el cuento, y traté de ironizar un poco sobre ello (rollo tios vs. tias...)
ResponderEliminarLa verdad es que, tras las Navidades, terminamos todos hasta las narices de comida y de reuniones familiares. Pero, no es menos cierto que si se trata de la comida de nuestra madre y no de nuestra suegra y la reunión es con nuestros hermanos y sobrinos y no con los de la pareja, puede que lo veamos de diferente manera.
ResponderEliminarPor otro lado, estoy completamente de acuerdo contigo, los pedos deben siempre tirarse en la intimidad.
Aunque, algunas veces podrían usarse para que no te vuelvan a invitar...
Dos cositas: la primera para Ingrid, me gusta lo ágil y fresco que es el relato.
ResponderEliminarLa segunda para Pedro, según cuentas has dormido bien, hasta las 12, tu estómago e intestinos parecen que fucionan muy bien, has podido leer mientras los demás hacían otras cosas no de tu agrado, no tienes que compartir baño, ni siquiera has tenido que cocinar ni recoger la cocina, de 365 días, sólo han sido unas horas en compañía de alguien que ha intentado hacer lo mejor que sabía. Un consejo, si me lo permites, da la vuelta al espejo.
Con mucho cariño.
Oye, pues tienes razón, Pedro es un cretino...Hombre tenía que ser...ja, ja
ResponderEliminar¡Me encanta como le das la vuelta a las cosas!¡Di que sí, que tu eliges el personaje y le haces un imbecil o un encanto! Marisa
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