12 abr 2010

"P'A QUE BAILEN LOS MUCHAHOS"

Luis, moreno y atlético, estudiaba para opositar a Registrador de la Propiedad. Oliva, era una joven bella y esbelta, que esperaba ser algún día médico. Había hecho un día de verano muy caluroso. Al atardecer, ambos, quisieron respirar y descansar de sus estudios. Sincronizados en sus necesidades, eran ajenos el uno para el otro aunque vivían en el mismo barrio. Dieron un paseo por el parque cercano a sus viviendas, contemplaron los árboles, la gente paseando, los niños jugando... Oliva, decidió descansar. Al llegar a un banco, vió que estaba ocupado por un joven con las piernas cruzadas y los brazos hacia atrás apoyados en el respaldo. Dudó antes de sentarse, pero pensó –“¿Por qué no?”. Eso sí, se alejó lo más que pudo de él. Ambos contemplaban el cielo a través de la cúpula de los árboles. El sol les iba ofreciendo toda su gama de rojos y anaranjados, mientras muy despacio se ocultaba a los ojos de los humanos. En su abstracción, no vieron que delante de ellos, a pocos metros, se había sentado en una pequeña banqueta un hombre no muy alto y con cara de nostalgia. Sostenía un bandoneón, y les contemplaba con deleite, como si fueran sus hijos a los que hiciera años que no ve. El pequeño hombre abrió su bandoneón, y estirándolo hizo sonar los primeros compases de “P’a que bailen los muchachos”. Luis se levantó, y se dirigió hacia Oliva. Le tendió su mano que ella aceptó, incorporándose, se unieron, comenzando..., uuuno dooos, un dos treees... Continuaron bailando mirándose a los ojos, y como se debe bailar un tango, sin hablar. Se saludaron con un leve gesto de cabeza cuando el bandoneón agotó las notas, y se marcharon... No se habían dado cuenta, pero la luna brillaba radiante, redonda, color de plata, su luz era capaz de iluminar el parque, y perfumar el ambiente con un suave frescor. De vuelta a casa, cada uno quería guardar en su retina la cara que durante unos minutos había estado viendo. Los dos, desde sus ventanas descubrieron la gran luna llena, mirándola sin pestañear se vieron reflejados en ella, ¡vieron su baile!, “¡la luna les había estado grabando!”, pensaron. Esperaban deseosos el siguiente plenilunio para ir al parque y volverse a encontrar. Pasaron muchas lunas sin conseguirlo, pensando que el otro no había ido o que no se habían reconocido. Un día de invierno sin luna. Paseando por el parque con la nostalgia de aquel tango. Vieron al pequeño hombre que .portaba su bandoneón. Emocionados le siguieron. Iban uno al lado del otro, sin reconocerse. El hombre se detuvo enfrente de aquel banco, como hiciera años atrás. Se sentó en su banqueta y abrió el bandoneón. De los pliegues del fuelle fué saliendo una luna redonda, grande, color de plata , que intentaba ascender. Oliva y Luis la sujetaban cada uno por un lado. No querían que se fuera sin preguntarle, por qué no se habían encontrado. Pero la fuerza de la luna era superior a la de ellos y se les escapó. Absortos miraban como subía, hasta que las notas de su tango volvieron a sonar. Bajando la cabeza y los brazos lentamente, sus manos se rozaron, los ojos se encontraron, y bailaron bailaron bailaron..

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