5 jul 2010

DESPUES DE LA TORMENTA

Sara, estaba sentada en el suelo, frente a la chimenea de aquella cabaña de madera, que le evocaba tantos y tantos recuerdos. Tenía las rodillas flexionadas, en ellas apoyaba los antebrazos y su mejilla izquierda reposaba ligeramente sobre éstos. Quería dejar de pensar en él, en las luces y sombras de aquel mismo fuego que se recreaba tiempo atrás con su pelo; En sus ojos expresivos, que anunciaban sus pensamientos antes que su propia voz; En ese tic nervioso, que le hacía tocarse la nariz de vez en cuando y resultaba tremendamente cómico; O en ese gorro de lana, que se colocaba en el mes de septiembre y no se quitaba hasta junio.

A veces, por la noche se quedaban en el porche, a la luz de la luna y al amparo de las estrellas. Mirando sin ver. Hablando de todo y de nada, de sus deseos, anhelos y metas. Debatían con pasión sobre las costumbres y distintas formas de entender la vida. Peleaban y se reconciliaban. Tarareaban canciones en espera de que el otro acertase el título correcto, o jugaban a las cartas y hacían trampas, siempre que podían.

Con él aprendió a reír y a bailar. Fue su cómplice, compañero de aventuras y mayor confidente. Él era su apoyo más incondicional. Sabía respetar sus silencios y su intimidad. Contaba los peores chistes que jamás había oído en su vida, y sin embargo se partía en dos de las carcajadas que emitía él, al terminar de despedazarlos.

Intentar cruzar aquel río desbordado por la tormenta, fue todo un disparate. Si tan sólo hubiera hecho caso a su instinto y hubiese conseguido frenar aquella imprudencia, ahora no se hallaría hecha un ovillo, huyendo una vez más del miedo. Escapar de los problemas sin enfrentarlos se le daba demasiado bien, le permitía seguir alojándose plácidamente, en aquella burbuja de forzada irrealidad. No era plenamente consciente de cuándo había comenzado a comportarse de tal manera, así que seguramente sería una conducta que había ido adquiriendo y desarrollando a lo largo de los años.

El delirio la consumía, querría haber sido capaz de destruir sus recuerdos, para que sus recuerdos no acabasen destruyéndola a ella. Estaba aterida, ni tan siquiera se veía con fuerzas para descolgar el auricular y telefonear a sus padres. Había sido una hecatombe colectiva y sabía con seguridad que ellos jamás lo podrían llegar a superar. Es más, ni tan siquiera ella misma sabía cómo haría, para seguir viviendo sin su hermano Juan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario