Amaya rotó 360 grados sobre sí misma y contempló por última vez aquella casa y aquel paisaje y pensó que había dilapidado sus fuerzas desafiando al destino.
Si las palabras fueran deseos, no volvería a quedarse muda. Si la esperanza fuese una garantía, no dudaría otra vez y si los sueños caducasen, no dilataría de nuevo las decisiones. Quería abandonar incluso a sus recuerdos. Se marchaba para no volver.
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