30 oct 2010

¡ESTOY VOLANDO!


El viento aullaba tratando de entrar a toda costa por las ventanillas del tren . Pensé que el cristal cedería a la fuerza rabiosa del vendaval en cualquier momento y traté de prepararme para ello. Fue justo a la salida del interminable túnel cuando las ventanas saltaron en mil pedazos. Una fuerza irresistible me empujó hacia el exterior y entonces volamos de verdad.
Al principio tuve la impresión de que había sido disparado hacia el infinito igual que un proyectil, pero poco a poco la velocidad disminuyó y también el mareante vaivén incontrolado se fue calmando. Una nueva sensación (esta vez más agradable) siguió a las anteriores. Ahora me parecía estar surfeando entre nubes grises, acuosas, llenas de liquido que volcaban incansables sobre una especie de balón coloreado que seguramente era la tierra. Empecé a sentirme cómodo en mi nueva situación y pensé que después de todo esta aventura era de lo más adecuada para mí, a fin de cuentas yo era un aeroplano, algo frágil es verdad y sí queréis, un poco naif... Soy consciente de que un avión de papel de periódico parece poca cosa, pero estoy convencido de que no es así, y yo estaba dispuesto a correr todo tipo de riesgos para demostrarlo.
¿ Demostrarlo? ¿A quién? La realidad es que conocía pocos seres a quien demostrar nada. ¿Quizás a la Pajarita? pero... ¿Dónde estará ella? La última vez que la había visto fué en el tren, justo recién terminada. El viejecito se la acababa de regalar a su nieto y este, apenas había extendido la mano para coger el regalo, cuando la ráfaga de viento nos envolvió a los dos y nos hizo desaparecer por la ventanilla en un caos de terror.
_ No, no creo que vuelva a verla jamás -murmuré desanimado.- Ella nunca podrá volar como yo. ¡Es tan delicada!
Y seguí subiendo más y más arriba y traté de olvidarla cabalgando entre nubes de colores, hasta que, cansado, me acomodé en los jirones de las más altas.
_ Que bonitas... ¡Y son de color rosa! No tienen agua, ya se han vaciado, la tormenta pasó. Mejor me quedo descansando aquí. ¡Son tan suaves!
Me dormí. La verdad es que estaba extenuado. No sé cuánto tiempo descansé, hasta que algo... rozó una de mis alas.
_ ¡Pero si eres tú, Pajarita! ¿Cómo has llegado hasta aquí? Si... si tu no puedes volar.
_ Eso es lo que tu crees - contestó Pajarita sonriendo- ¿No vuelan los pajaritos? Pues las pajaritas también.O ¿que piensas? ¿Qué somos tontas? Un pelito machista me estás resultando...
_ ¡Oh, no, no, nada más lejos. Es que no había caído.
_ ¡Y más vale que no te caigas! Desde aquí el porrazo puede ser mortal.
_ Vaya, Pajarita, tengamos la fiesta en paz. Estamos aquí solos, en medio del universo ¿Y si nos lleváramos bien? Después de todo, tú a mi me gustas, la verdad es que me gustas desde que el abuelo terminó tu última doblez. Que por cierto, la tuvo que repetir un par de veces, pero al final quedaste muy graciosa y yo diría que hasta sexy.
_ ¡Ya estamos! Ahora empezamos con las zalamerías propias de tu sexo, pues que sepas que a mi se me gana con hechos, no con palabras vacías...
_ ¡Pajarita! No te diré más lo que siento, te lo demostraré. No te asustes, nos vamos de paseo.
La cogí lo más delicadamente que pude. Ella no se resistió y la coloque sobre mi espalda.
_ ¡Agárrate fuerte- le dije- Iremos a explorar otros lugares juntos. Siempre juntos. Si tú lo quieres...
_______________________

Aquí Avión dejó de contarnos su aventura, estaba demasiado ocupado tratando de conquistar a Pajarita.
Por esto, yo, narrador omnisciente, no tengo más remedio que continuar contando en que termino todo aquello.
Volaron y volaron. Ella cabalgando siempre sobre él. Muy juntos, amarraditos recorrieron el firmamento. Curiosearon en los agujeros negros que encontraban por todas partes, se detuvieron en planetas desconocidos y contemplaron con pena como la tierra se hacía cada vez más inhabitable. Y para cuando se cansaron de viajar, se habían acostumbrado el uno al otro. Entonces decidieron parar.
Sus frágiles cuerpos ya estaban demasiado deteriorados de tanto volar y pensaron regresar a la nube donde se habían encontrado hacía tanto... o tan poco tiempo.
Y Pajarita se acurrucó entre las alas de Avión, que la acogió con ternura mientras le susurraba sus sentimientos mas íntimos.
Mas tarde, una nube gris cargada de agua descargó parte de su lluvia sobre ellos, pero para entonces ya solo eran unas bolas arrugadas de papel que alguna vez... había sido un viejo periódico terrestre.

28 oct 2010

RECIEN CASADOS





Pareja joven que se casa después de varios años de noviazgo, con el consentimiento de sus progenitores y con la casa casi completamente amueblada, gracias a los múltiples regalos de la lista de El Corte Inglés.

Como en todas las bodas, no faltan horrorosos regalos que pasan a hacer bulto en el trastero una media de diez años (Antes, nadie se atreve a deshacerse de ellos)

Uno de los espantos atesorados por esta pareja joven, son dos lámparas de mesita de estilo dieciochesco, muy recargadas y de pésimo gusto que ha comprado la madre del novio, considerando que es el mejor regalo que ha podido recibir la pareja.

Los recién casados tiene gustos muy sobrios en decoración, las lámparas de las mesitas les ponen de mal humor nada más entrar en el dormitorio. Las esconden en el armario por si hay que rescatarlas rápidamente. Los dos son grandes lectores y echan en falta una buena luz para leer antes de dormir, así que un día compran dos lámparas sencillas pero muy buenas para el fin que han sido diseñadas.

Un domingo se encuentran dormitando en el sofá después de comer y recuperándose de la resaca del día anterior cuando suena el telefonillo –“¿Quién podrá ser a estas horas?”-, la mujer se levanta, descuelga el telefonillo y la cara de su suegra aparece en la pantallita a la vez que se oye: “¡Sorpresa!”, con cara de pánico aprieta el botón, cuelga y echa a correr al dormitorio mientras chilla a su marido: “¡Tus padres, tus padres!”, él hace amago de levantarse sobresaltado -¡Las lámparas!-Pero se da cuenta a tiempo de que ella se encarga y sigue sentado plácidamente.

La mujer corre al dormitorio, abre el armario, saca las lámparas horrorosas, cierra el armario, guarda bajo la cama las lámparas nuevas y coloca sobre las mesitas el regalo de su suegra, echa a correr hacia la puerta, oye el ascensor abriéndose, se mira en el espejo de la entrada para asegurarse de cómo lleva el pelo, suena el timbre, cuenta uno, dos, tres y abre la puerta- “¡Qué sorpresa!”

La suegra le saluda efusivamente: “Hija, qué guapa estás siempre” y, mientras la mujer saluda al suegro, piensa en lo que está engordando desde que se casó.

El marido también se asoma y saluda, “¡Ay, hijo, como se te echa de menos!, pero qué bien te veo”. La suegra realmente lo ve muy delgado -A saber lo que come-

“Enseñadnos, enseñadnos la casa, a ver cómo ha quedado todo”, “Qué coqueto el salón, aunque esas cortinas tan modernas le desmerecen un poco”, “El baño muy sobrio, ¿No?”, “ Mira Paco, qué bien han quedado las lámparas de las mesitas”, dice la señora mientras se acerca a una de ellas y aprieta el interruptor...

Todos se quedan de piedra viendo cómo se iluminan los bajos de la cama.

27 oct 2010

“El hombre que nunca dijo no”

_ Martín, cierra los ojos y dime que ves...
El golpe fue mortal, en un instante el coche se empotró en el trasero del camión que tenía delante y Martín nunca contestó a la estúpida pregunta. No pudo, paso varias semanas en coma, pero si hubiera podido le hubiera dicho a la cretina de su mujer que vio las estrellas, todas, o sea... el firmamento entero, también con la estrella de los Reyes Magos y los mismísimos Reyes incluidos en el lote, paseando por un cielo azul, o por el mar azul... de cualquier modo por algo azul.
Cuando Martín se había casado con Maribel, poco agraciada, nada inteligente... pero la más rica del pueblo y alrededores, por supuesto lo hizo por interés. Rica, rica “era” pero no “estaba”. De aquí la conveniencia de distinguir entre estos dos verbos. Pero él, Martín, decía jocosamente a sus amigos, entre bromas y veras “de noche y con un saco por la cabeza.” Lo que se callaba es que además del saco hacía falta un gran cantidad de cinta de embalaje para cerrarle la boca y poder descansar.
Con el tiempo desarrollo una estrategia de supervivencia para evitar discusiones. Se taponaba los oídos con cera “Tengo el tímpano muy sensible” decía, y así iba tirando como podía.
Aquel fatídico día del accidente su mujer le había “gritado” (por lo de la cera )
_ Nos tienes que llevar a Castillejo. He quedado con mis primos para las particiones de la herencia del tío Julián. A las doce hay que estar allí. Espabila que nos vamos.
Martín dócilmente sacó el coche del garaje, le pasó la aspiradora y también el plumero, luego con el limpia cristales borró las huellas dactilares que su suegra dejaba en la ventanilla del copiloto, donde siempre viajaba por lo de los mareos. Recogió la ultima migaja de la ultima magdalena que Doña Patro había comido en su “querido” coche y, justo había terminado la limpieza cuando aparecieron las dos mujeres.
_ Martín, ya sabes que no tienes ni voz ni voto en esto. La herencia es de mi familia, tu calladito no vayas a decir alguna tontería. Por cierto, el castillo medio derrumbado del pueblo, me lo quiero quedar yo para poner un hostal de esos que se llevan tanto ahora y que se les llama “Hotel con encanto”. Será la bomba. Lo reconstruiremos. Mi madre estará en la cocina. Haremos comidas típicas de pueblo, postres a la antigua; pestiños, magdalenas... ya sabes lo buenas que son sus magdalenas. Yo estaré en recepción . ¡Uy! Ya me veo en las grandes guías turísticas, en la Michelin esa... ¡No se te ocurra decir ni mu de esto a nadie! No quiero que lo sepan hasta que esté todo firmado con los primos. Ya sabes lo envidiosa que es mi prima Agustina y si se entera... igual no firma, para joder.
Martín asintió con la cabeza, abrió la puerta del copiloto y después de unos minutos empleándose a fondo consiguió encajar a su suegra en el asiento. Su mujer se sentó detrás del conductor como era costumbre y entonces puso el coche en marcha, no sin antes quitarse los tapones de cera pues para conducir tenía que oír bien. Y aquel simple detalle, aparentemente inocente fue lo que desencadenó la tragedia.
Estaban llegando al pueblo y, justo en la última curva de la carretera, allá en lontananza apareció el castillo de Castillejo, mirándoles altivo desde su ruinoso aspecto. Entonces su mujer gritó entusiasmada
_ ¡Mira Martín , mira! Mi hostal... Allí. Cierra los ojos y dime que ves...
Y Martín, obediente, había cerrado los ojos y solo los volvió a abrir en la cama del hospital meses más tarde.
Cuando despertó había perdido la noción del tiempo, de la realidad, no sabía quien era. Tampoco recordaba que estaba casado, con su mujer y con su suegra. Aquellas que le habían robado la voluntad y que le convirtieron en un ser pasivo, condescendiente y fácil de manejar, en alguien que, automáticamente y por puro instinto de conservación, hacía lo que demandaban sus dueñas y señoras en cada momento.
Martín se quedó gilipollas (más que antes si cabe), pero Dios, en su infinita misericordia, le liberó de esta manera de la tiranía matriarcal a la que estaba sometido. También le libró de su suegra, que salió disparada por el parabrisas y a la cual hubo que recogerla despiezada y ocupó unas cuantas bolsas de plástico (de las grandes) pues estaba muy gorda. Y cuando su mujer le dijo “Martín, te has cargado a mi madre” Él, desde el nirvana o la nube donde se hallaba suspendido, sonrió estúpidamente. Se volvió de lado y al instante se puso a roncar con la placidez de un bebé feliz.
No, no se había librado de su mujer pero esto ya poco importaba.

25 oct 2010

El fin por escrito

Era una noche fría, húmeda y ventosa, cuando él, abotonándose bien el abrigo sobre su cuerpo consumido y alzando el cuello por encima de las orejas agarró el tirador de la puerta para salir por fin a la calle. Sin embargo, en el último momento, volvió a dudar, se dio cuenta que no lo tenía claro y se detuvo.
Aquel año 2055 no estaba siendo un buen año. Aparte de todo lo que había pasado, era ese punto de inflexión que se dice que siempre hay en la vida de uno y que te descoloca. Por supuesto, sabía que no era el único con problemas, que bastante tenía la gente con todo aquello, pero era incapaz de entender por qué le estaba sucediendo a él, por qué había llegado hasta ese extremo.

Leía mucho, para él era la base de todo, y sabía que eso era muy peligroso, pero aún así leía como un loco los libros que acumulaba en el agujero, los recogía según los encontraba abandonados en los barrancos o las cloacas, aunque se jugara su libertad con ello. Porque en aquella época, aquellos malditos años, la lectura se convirtió para él en una obsesión, utilizaba los libros no como una manera de disfrutar de un placer intenso sino como el mecanismo que le ocupaba su mente y le evadía de lo que le rodeaba. Por eso era uno de Ellos, por eso y por escribir. Por eso su vida era un tormento, por eso había sido abandonado por todos, por su familia, por sus amigos, por sus colegas que también se jactaban de que aguantarían hasta el final pero que claudicaron cuando las cosas se empezaron a poner realmente mal.
Lo terrible fue cuando se acabó el papel en el que escribir. Ya casi nadie lo usaba, pero después del Gran Día los dispositivos digitales que todos utilizábamos desaparecieron o eran inaccesibles y la Red estaba plagada de controles implacables que acabaron en pocos meses con los que lideraron la revuelta. Por tanto, hubo que volver al viejo sistema. Por buscar algo positivo en todo aquello, fue agradable volver a escribir en papel, con un bolígrafo o un lápiz de toda la vida. Ya casi nos habíamos olvidado de escribir como nuestros abuelos, pero nos sirvió de aliciente para coger más fuerza y sentirnos como los últimos mohicanos de una vieja cultura y una antigua manera de hacer que había que mantener fuera como fuera, a costa de cualquier cosa.
Aguantaron unos pocos, el sacrificio era titánico, no solo por lo que había que hacer para conseguir papel en blanco, que valía más que el uranio, sino porque los Agentes, no sé aún cómo, nos iban capturando poco a poco y acababan con nosotros. Luego vino lo de los árboles; todos, todos devastados, quemados, eliminados, extinguidos antes que los lagartos de Komodo. El mercado negro sucumbió ante la evidencia del fin de existencias y hacerlo sobre otros materiales, tela, plástico, paredes, piel humana, hacía la escritura impracticable.
Esa noche, en pleno toque de queda, en su agujero levemente habilitado, leía otra vez su libro favorito, uno del gran Z. en el que proponía su fórmula para superar lo que antaño era el clásico pánico a la hoja en blanco de los escritores. Volvió a reírse ante la triste paradoja de que en aquellos tiempos el gran problema no era el pánico ante el impoluto papel sino que no había un puto papel que manchar. Pero también volvió a llorar, volvió a llorar como el que sabe que es el último de una saga milenaria y que todo está perdido.
Estaba seguro que fueron sus gritos y gemidos de desesperación en el agujero lo que le delató, algún maldito ciudadano pasó por allí, le oyó y fue corriendo a las autoridades con esperanza de recibir su recompensa. Por eso se resignó por última vez, era el final, ya no resistía más. Se volvió a subir el cuello del abrigo, echó un último vistazo a su aposento asegurándose de que todo estaba en su sitio, se colocó el lápiz en la oreja como último acto de rebeldía y abrió la puerta.
Sus ojos le dolieron terriblemente ante aquella luz desorbitada y luego se cerraron. Os aseguro que le dio tiempo a comprender que no debía haberlo hecho.

Genoma literario

Era una noche fría, húmeda y ventosa, cuando él, abotonándose el abrigo sobre su cuerpo consumido y alzando el cuello por encima de sus orejas, se paró junto a la farola que iluminaba el portal de ella.
Miró su reloj. Ya no podía tardar mucho, media hora a lo sumo. Aún tenía tiempo. Le entregaría el manuscrito y, quizás, la estrecharía entre sus brazos por última vez.
¡No podía hacer otra cosa!
Sin embargo, tres años atrás, encontrándose también nuestro protagonista al borde de la muerte, nadie hubiera previsto, o siquiera imaginado, un desenlace como el que aquí les narro.

—Roberto, ya tenemos donante. Tu riñón ya está de camino.
—Gracias, doctor— dijo Roberto sin poder contener las lágrimas.
—Todo saldrá bien, no te preocupes.
—Sus palabras me suenan a música celestial, doctor, nunca se me olvidarán— esbozó una amplia sonrisa mientras se abrazaba a su mujer y a sus dos hijos.
Todo fue bien, al menos al principio. Pero lo que comenzó como una terapia benefactora, siguiendo los consejos del doctor, a los pocos meses se había convertido en una pesadilla horrible que se iba adueñando de él. El diario en el que contar sus “sensaciones cotidianas tras el trasplante” se estaba convirtiendo en una inabarcable novela de más de mil páginas. Un febril impulso procedente de sus entrañas le obligaba a escribir sin descanso durante las 24 horas del día.
Y cayó gravemente enfermo. Y su familia, como si de un acto exorcista se tratara, quemó todos sus escritos. Y el paciente, no sin complicaciones, se recuperó. Y una felicidad rutinaria volvió a planear sobre ese hogar… ¡Breve espejismo!
Roberto se había convertido en un extraño. Parecía rehén de una fuerza diabólica que no sólo le obligaba a escribir frenéticamente sino que le había cambiado por completo: ahora era huraño e irascible; bebía, se drogaba (según su mujer) y frecuentaba los ambientes más perdularios de Barcelona; obligó violentamente al doctor que le operó, a que le revelara el nombre de su donante -todavía tiene pendiente la causa por ello-; y como epílogo anunciado, tras protagonizar varios actos de maltrato con sus subsecuentes arrepentimientos, se marchó (o le forzaron a irse, vaya usted a saber) de casa. Nuestro protagonista, como en el tango, cuesta abajo en la rodada.
La Fortuna, caprichosa, le sonrió tiempo después. Tras malvivir con los premios que obtuvo en los certámenes literarios de cuarta división a los que se presentó, un buen día, la principal editorial española le propuso lanzar al mercado una de sus premiadas novelas cortas. El éxito más que arrollador fue milagroso: crítica y público de acuerdo, dinero y más dinero, fama, reconocimiento, prestigio internacional, un maestro que venía a revolucionar el mundo de las letras con su primera obra… apenas un apunte de la gran novela río que según su autor ya tenía manuscrita.
Dos frustrados intentos de suicidio, la publicación de su segunda novela –“Juegos de guerra salvajes”, obra maestra para una crítica unánime- y, según la revista literaria Plany al mar, la escabrosa relación sentimental que mantenía con la última amante del escritor, recientemente desaparecido, Roberto Bolaño, dejaban el campo abonado al marketing editorial para convertir a nuestro personaje, Roberto Bañolls, en el escritor maldito, vivo, del siglo XXI. Es ocioso decir que así lo hicieron.
 Este narrador no les va a cansar ni un segundo más con todo este culebrón literario-mercantil que, no sólo conocen, sino del que probablemente estén ya un poco hastiados. Sí que les tengo que insistir en la psicología del personaje, cada vez más compleja, y quizás nuestro único hilo conductor, si bien débil, para explicar los fatales acontecimientos que desembocan  en el trágico final de una historia que, de no ser real, parecería más propia de un cuento literario –malo- pergeñado en uno de los innumerables talleres de escritura que proliferan por toda la geografía hispana.
Parece obvio que el desdoblamiento de personalidad del Sr. Bañols –diría cualquier psicólogo- es inducido al conocer el nombre de su donante, el Sr. Bolaño. Pero, nuestro sagaz lector, ya habrá notado que nuestro protagonista comienza a escribir compulsivamente (ciertamente con el mismo frenesí que parece ser impulsaba a Roberto Bolaño) antes de conocer ese dato y, por otro lado, queridos lectores, he de poner en su conocimiento que D. Roberto Bañolls García, antes de la operación era un simple administrativo en una compañía de seguros, conservador y católico a sus horas, felizmente casado, buen padre de familia y con una bagaje de lector tan relevante que en las reuniones con sus amigos tenía a gala manifestar que entre los pocos libros que había leído en su vida los dos que más le habían impresionado eran  “los pilares de la tierra” y otro de Isabel Allende cuyo título no recordaba. ¡Incluso un psicólogo argentino tendría muchas dificultades para encajar aceptablemente este retrato con lo hasta aquí narrado! Más difícil todavía, fuera de razonamientos paranormales –valga el oxímoron-, ¿por qué la obsesión y la relación con la amante de Roberto Bolaño? ¿Por qué la aguantaba a pesar de que ella no disimulaba su desprecio por él y menos aún su interés crematístico? ¿Por qué tras un meandro anímico, antes o después (esto no lo sabe ni este narrador) de intentar cortarse el hígado con una inofensiva navajita, volvía a su antiguo hogar, dónde también el interés apenas ocultaba el desprecio?
Sea como fuere, sintiendo su fin cercano, Roberto, impelido esa noche fría por la personalidad Bolañesca estaba esperando a Laura para hacerle entrega del manuscrito de su novela “Doblemente diabólica”, un pseudotratado sobre el mal en estado puro. Absorto como estaba no oyó a la mujer que le decía “así que el libro existe realmente” un instante antes de asestarle la mortal puñalada.

21 oct 2010

El cebo


El oficial de policía depositó tres bolsitas de plástico sobre la mesa del despacho. Martínez miró con desgana el contenido, un cordón de seda o tal vez de algodón, un lapicero sin estrenar y una media corta.
_ ¿Eso es todo?
_ Verá jefe. La habitación estaba ordenada, no había signos de robo o de que se buscara algo, lo único fuera de lugar es esto, estaban al lado de la muerta, menos el lapicero, ese lo tenía dentro de la boca, como si se lo estuviera fumando... muy desagradable. Por descontado que la mujer abrió la puerta, tuvo que ser alguien conocido. Los vecinos dicen que recibía pocas visitas, a veces se reunía con madres de sus alumnas para organizar algún que otro festejo, dicen que era muy manitas, les hacía piñatas y cosas así. En fin, por ese lado no he sacado mucho en limpio.
_ ¿Quiere usted una pizza? Yo voy a pedirme una. A las cuatro quiero estar en casa de la muerta y usted me acompaña... ¿Le hace una margarita?
_ ¡Joder jefe! Ya lo creo, con el hambre que me hace pasar la parienta...Y una coca cola. ¡Pero que sea light!
_ ¿Base fina o gruesa?
_ Gruesa, por una vez que me salgo... ¿No le parece?
_ Claro que me parece hombre y ya puestos, si pedimos la oferta tenemos trufas gratis.
_ La oferta señor, la oferta...
------------------------
El comisario Martínez hechó una ojeada a la habitación. Nada fuera de lugar, todo perfectamente ordenado y limpio, solo una nota discorde, en el suelo la silueta marcada con tiza del cuerpo de la victima en posición fetal. En una esquina del aparador unas fotos colocadas con admirable simetría miraban fijamente al infinito.
_ ¿En alguna de las fotos está la muerta?
_ Esta señor, creo que es la rubia, teñida claro... no vea la raíz que tenía ya. Me llamó bastante la atención cuando recogimos el cadáver. Yo le tengo dicho a mi mujer que se deje el pelo tal cual, que van como fantoches con tanto tinte...
_Vale, hombre vale. A lo que vamos. ¿Dice que la media estaba tirada al lado? Deje que la vea. Muy dada de sí... Seguro que la estrangularon con ella. ¿Y el lápiz...? ¿Que pinta aquí el lapicero?
_ Ja, Ja, Ja...¡Que chiste acaba de hacer jefe! Es que usted es mucho. El lápiz es de esos corrientes que encuentras en las tiendas de a cien, todos los críos los tienen y la media también es de ese tipo de tienda supercutre, lo sé por mi muj...
_ ¿Dijo usted que hay una tienda de a cien por aquí cerca?
_ Sí, sí señor. En la esquina de la calle.
_ Coja la foto de la muerta, vamos a hacer una visita a la tienda.
---------------------------------------
El chino de la caja les miró impasible y con el dedo índice señalo las cestas de plástico para guardar las compras. Martínez cogió una de ellas y empezó el recorrido por los pasillos atiborrados de objetos. Flores horrorosas se mezclaban con cubos de plástico de todos los colores, fregonas, maceteros, tremendos budas inflados de colesterol, gatos de la suerte... García le seguía a duras penas andando de lado para poder deslizar sus kilos sin peligro de tener que comprar algo que no quería. Los cartelitos eran muy explícitos “Si lo rompes, lo has comprado” Al pasar por una estantería llena de pequeños objetos, un pajarito se puso a cantar estrepitosamente. La vibración lo había activado. García dio un respingo.
_ ¡Joder que susto! Vaya gilipolleces que venden estos tíos...
Sentía que eran observados desde algún punto de la tienda y esto le ponía nervioso.
El comisario estaba parado en la sección de mercería cuando García le alcanzó.
_ Mire señor. ¡Doce calzoncillos por tres euros! Me los cojo.
Martinez no le escuchaba, estaba recogiendo unas cajitas de cartón que depositaba en la cesta.
_ ¿Qué se lleva jefe? ¿Calcetines?
_ Vamos, ya hemos terminado.
Depositaron las compras en el mostrador, ahora había dos personas en la caja. El chino y una china.
_ ¿Tienen ustedes lapiceros como este?
_ Sí señol... Al final del pasillo, silvase los que quiela.
Martínez hizo una seña a su ayudante.
_ Traiga una docena García.
La china contaba las cajitas de cartón, en la numero seis se paró y la retiró a un lado
_ ¿Por qué quita esa caja? Las quiero todas.
_ Polque esa es la muestla. Solo una media. Estal incompleta.
_ ¡Ah... ya! Soy policía- dijo Martínez al tiempo que les mostraba la placa- ¿Conocen esta mujer?
Les puso la foto delante, el chino semi cerró los ojos para concentrar su visión hasta que estos parecieron dos limones rajados por el centro.
_ No, no sabel, aquí venil mucha gente, y pala mí todos palecel igual, todos igual.
_ Ya, como si fueran chinos.
Martínez miró a su ayudante con ojos asesinos
_¡Cállese hombre! ¡Cállese! - le recriminó.
La mujer denegó con la cabeza.
_ Bueno, cuanto es todo, incluidos los calzoncillos y también la caja con una sola media, me la llevo.
_ Doce eulos, la muestla es un legalito de la casa.
Los dos policías salieron de la tienda
_ ¿Y estas son las tiendas baratas? ¡Joder! si para nada que compras te dejas un montón de euros “Y la caja de muestla es un legalo” Serán gilipollas...
_ ¡Ah jefe! gracias por los calzoncillos, es un detalle.¿Dónde vamos?
_ A la casa de nuevo, quiero hablar con la vecina de enfrente. Es la más habladora, ¿nó?
--------------------------
_ Sí, sí señor - decía la mujer visiblemente contenta de hablar con el comisario- Yo soy la que más la conocía, hace años, nunca nos intercambiamos la sal o el aceite, ya sabe, esas cosas, la pobre no creo que guisara mucho, estaba escuchimizaaa... Pero nos saludábamos siempre que nos veíamos en las escaleras. Era muy amable, solitaria, nunca se la veía con nadie, las visitas contadas. Su sobrino de vez en cuando, a ver que podía agarrar... ¡Que Dios me perdone! pero su único heredero, ya sabe... Luego las madres de sus alumnas de vez en cuando y el chino de la esquina que le traía regularmente cosas para sus trabajos manuales, a veces venía su mujer la china, pero las menos. Preparaba en casa las fiestas del colegio, eso me decía...
_ Gracias señora... si la necesito la llamaremos.
_Sí sí, encantada de ayudarles...
_ ¡Ah! Y no se le ocurra llamar a nadie de las televisiones, ya sabe como son y seguro que saldría en los telediarios y en algún programa de esos sensacionalistas que a usted no le interesan ¿verdad? Y si la descubren hable con ellos lo menos posible... la marearán inútilmente y tendrá cámaras aquí todos los días fastidiándole la vida... ¿Y eso quién lo quiere? ¿Verdad?
_ Sí, claro... tiene razón, pero una pequeña entrevista... Yo soy la que más la conocía...
_ Haga lo que quiera pero tenga cuidado con lo que dice.
Cuado llegaron al despacho el día estaba consumido, el comisario encendió la luz, sacó la bolsita de plástico con la media y la comparó con la de la muestra.
_ Es un par, son exactamente iguales, la que usaron para matarla está más estirada, pero no hay duda, la sacaron de la caja para matar.
_ ¿Entonces ha sido el chino? El cabrón decía que no la conocía y... ¿Como lo probamos?
_ Tendiéndole una trampa. Pero bueno... realmente ya está puesta. Es cuestión de horas...
_ No le entiendo jefe... ¿Cuándo la hemos puesto?
_ La vecina llamará a Sucedió en Madrid, o algún otro programa. La entrevistarán y largará más de lo que debe. A partir de mañana quiero que vigilen a la mujer, sin que se entere, dos hombres dentro del edificio y otros dos siguiéndola a todas partes, si ha sido el chino, la querrá silenciar e irá a por ella...
_ ¡Joder! Que listo es usted jefe. Y hasta sibilino.
----------------------------
Pilar empuja el carrito relleno de compras escaleras arriba, más abajo se oyen unos pasos que van subiendo también las escaleras...
_ Hola, es usted... ¿Qué le trae por aquí?
Algo rodea el cuello de Pilar, manotea, trata de gritar.
_ ¡Arriba las manos, suéltela o disparo!
----------------------------
_ ¡Que pena jefe, me lo he perdido! Lástima que tuve que ir al medico dietista, justo ayer, cuando el pájaro cayó y... ¿Que cantó el chino?
_ Nada de chino, la china, a ella es a la que cogimos con las manos en la masa, lío de faldas. El chino se trajinaba a la muerta, la mujer se enteró y...
_ No joda jefe, quien lo iba a decir ¿Y lo del lápiz, que cojones pintaba en todo esto?
_ Un ritual... algo como para decirle a la maestra “zapatero a tus zapatos.” El resto para despistar, en fin García... asunto resuelto. Por cierto ¿cuántos kilos perdió esta semana?

19 oct 2010

Los escritores

Era una noche fría, húmeda y ventosa, cuando él, abotonándose bien el abrigo sobre su cuerpo consumido y alzando el cuello por encima de las orejas se envalentonó y abrió la puerta de la calle, avanzando hacia una noche infernal.

Anduvo rápidamente hasta alejarse de la casa, el mal tiempo no era un impedimento para decidirse a caminar hasta la comisaría de policía más cercana y contar lo que había descubierto la semana anterior.


Apenas se distinguía su enjuta figura. Caminaba con decisión, sin sentir el viento y la lluvia que, parecía, trataban de pararlo.

Tenía que ser esa noche, si no lo hacía entonces, quizás no llegase a poder contarlo.

Su mujer, tan sumisa durante años, se había transformado en un ser excéntrico y despiadado. Todo empezó cuando se unió a aquel grupo de escritores, pero ¿Desde cuando ella sabía escribir?, se sintió desplazado, ella sólo pensaba en reunirse con aquel grupo de haraganes, a saber a qué se dedicaban en esas tertulias.

Al principio, él trató de hacerla entrar en razón. “Deja a esa gente, no es bueno para ti”, pero ella seguía con sus tertulias y, en casa, cada vez se dedicaba más tiempo a teclear y teclear en el ordenador, totalmente absorta.

Él recuerda mientras camina cómo trató de impedir que siguiese con aquello, lo hizo mientras tuvo fuerzas, últimamente estaba muy débil y no fue consciente de la causa hasta el día que oyó aquella terrible conversación telefónica. Nunca había sido un hombre indiscreto, pero la actitud de su mujer le obligaba a espiarla.

Estaba en la cocina disfrutando de un trozo del pastel recién hecho por su sposa - por suerte, a pesar de su cambio de actitud, seguía siendo una maravillosa cocinera- sonó el teléfono, oyó como su mujer descolgaba al otro lado de la casa y, silenciosamente, descolgó él también.

Era una de esas haraganas del grupo de escritores, una mujer que, según su esposa, tenía monstruos enormes a modo de decoración en su casa. Menudo grupo de excéntricos y vagos.

Escuchó como hablaban de sus escritos y acordaban la hora y el lugar de la tertulia de la siguiente semana. Después oyó a su mujer quejándose de él y a la mujer de los monstruos animándola a hacer lo mismo que había hecho otra del grupo, algo que no pudo entender relacionado con unas tomateras. Su mujer bajó el tono, como si no quisiese ser oída, y dijo: “Los pasteles son más lentos, pero más efectivos y dejan menos pistas”

El frío que renueva

Era una noche fría, húmeda y ventosa, cuando él, abotonándose bien el abrigo sobre su cuerpo consumido y alzando el cuello por encima de las orejas, observó el vapor que surgía de su boca. Inspiró el gélido aire y comenzó a soltarlo muy despacio. Haciendo pequeños movimientos con la cabeza intentaba hacer figuras y finalmente escribió su nombre, J A V I E R.
Miró a un lado y a otro y después de unos segundos se encaminó hacia el puente de piedra por la calle Real. Al llegar a uno de los miradores, justo a la mitad del puente, se detuvo. Inclinó su cuerpo por el balconcillo y observó la velocidad con la que bajaba el agua por el cauce del rio. Una vez más volvió a coger aire profundamente y ahora notó como entraba por su garganta y bajaba por su tráquea arañando las paredes. Cerró los ojos y durante unos minutos, un montón de imágenes empezaron a pasar por su cabeza de forma rápida, como las antiguas películas en blanco y negro. Una profunda tristeza y una buscada introversión habían hecho que viese la vida como algo duro, una carga excesivamente pesada que no estaba seguro de poder seguir soportando. Quería huir de la rutina, de la injusticia, de la violencia social que le había marcado. Pero le faltaba valor. ¡Soy un cobarde! Se decía interiormente. En un último deseo y antes de terminar, levantó la cabeza y dirigió su vista al otro lado del puente. Entonces algo le sobrevino de repente. Una sigilosa figura se acercaba a él lentamente. Al llegar a su lado le tomó del hombro y vació todo su aliento sobre su rostro. El vaho de su boca le hizo cerrar los ojos y al abrirlos… la figura había desaparecido.
La siguiente imagen la tuvo al llegar a su casa. Allí todo seguía igual. Su mujer ya estaba en la cama y le increpó por llegar a esas horas. ¡No hagas ruido, que mañana tengo que madrugar! Entonces descubrió que algo había cambiado, que él había cambiado. ¡Ha sido ese soplo de vida, ese nuevo aliento!
Fue entonces que empezó a quererse y a querer.

15 oct 2010

"Contigo pan y cebolla"


Algunos lloran tanto que no pueden concentrar la vista. Cortar cebolla no es fácil y conlleva algunos riesgos.

Juan, para este menester, tenía varios trucos. Su madre le había dicho que era infalible colocarse en la cabeza, a modo de casquete, el borde superior de la cebolla y su tía le enseñó una coletilla que debía recitar mientras cortaba.

Él lo hacía siempre, hasta que decidió que María subiese a cenar a casa. Pensó que ella se reiría y pasó de parafernalias. Pero… sucumbió a los efluvios.

La chica, al verle llorar, lo tuvo claro; para su cumpleaños... unas gafas de buzo.

10 oct 2010

El regreso

Era una noche fría, húmeda y ventosa, cuando él abotonándose bien el abrigo sobre su cuerpo consumido y alzándose el cuello por encima de las orejas se puso en marcha. Deambuló por dos o tres calles hasta encontrar lo que creía buscar, entonces se detuvo ante un bloque de apartamentos. En el numero 5 pulsó el botón “PORTERIA”
_ ¿Sí, quién es? - contestó una voz malhumorada.
Él se sorprendió a sí mismo contestando:
_ Vengo al quinto A. ¿Puede abrirme?
_ Un poco tarde ¿No le parece? En fin... voy para allá.
Unos segundos más tarde un hombrecillo con mono azul le abría el portal.
_ ¿No le dijeron en la agencia que yo tengo un horario? Y con la tormenta que se avecina... ¿A quién se le ocurre venir a ver pisos? Si no fuera por la comisión, ni me molesto. Pero como está todo tan mal... El piso no es caro, tienen prisa en deshacerse de él. ¡Vamos! subiremos en el ascensor. Pues lo que decía, es un chollo, está muy arregladito. Vivía en él un matrimonio sin hijos... Ya sabe, donde hay críos todo está más estropeado, pero este está de dulce...
En el pasillo se pararon ante la puerta “A”. El hombre sacó del bolsillo de su abrigo un manojo de llaves escogió una y abrió la puerta. El portero le miró sorprendido.
_ ¿Le dieron las llaves en la agencia?
_ Si, claro - contestó el desconocido automáticamente.
Entraron. Dentro estaba oscuro y antes de que el portero lo hiciera, el hombre había pulsado el interruptor de la luz. El hombrecillo un tanto perplejo dijo:
_ Cualquiera diría que conoce la casa mejor que yo...
_ No, solo intuición... Hoy día casi todos los pisos son iguales. Por cierto, ¿conoce a los dueños?
_ Sí, a la señora... Pero yo estando la agencia por medio, no puedo...
_ No, no es por eso, no se preocupe. Yo lo que quisiera saber es que tipo de gente lo habitó antes. Si eran gentes felices... esas cosas. Yo creo que las buenas vibraciones quedan para siempre en las casas y las malas también... ¿Usted que piensa?
_ Pues no sé, no se me había ocurrido - dijo el portero rascándose la cabeza- Yo solo conozco a la señora, buena mujer, muy afectada por la muerte del marido, se marchó al poco de yo coger la portería. Un accidente de trafico brutal, según me contaron. Vamos, que el pobre hombre quedó como un sello de correos y perdone la expresión.
El hombre se estremeció y con voz apenas audible preguntó.
_ Por aquí se va al salón. ¿No?
_ Si claro ¿Cómo lo sabe? ¿Grande eh?
_ Sí está bien, me lo suponía así... Puede dejarme solo, quiero hacer unas mediciones y es tarde para usted. Cuando termine se lo diré ¿Estará en la portería?
_ Si claro, como usted quiera.
El hombre quedó solo, sus piernas apenas le sostenían y se apoyó en la pared del salón para no caer. Estaba temblando y el sudor le corría por su cuerpo frío, casi congelado. Respiró lentamente y cuando se encontró mejor fué hacia donde suponía estaba el dormitorio. Vacío, parecía más pequeño de lo habitual, la puerta del baño estaba cerrada, la abrió, las luces de la calle se colaban por la ventana iluminando tenuemente el cuarto. Fuera la lluvia arreciaba y los relámpagos se sucedían uno a otro. Echó una ojeada, todo estaba en su sitio. La cortina de plástico con los peces yendo de izquierda a derecha y viceversa, 105 en total, no tenía que contarlos, lo sabía de memoria.
Se sentó en el baño confuso, atolondrado. Sentía una opresión en el pecho que no le dejaba respirar. Pasaron unos minutos hasta que logró levantarse de nuevo, se quitó el sombrero y deslizó su mano temblorosa por la cicatriz que le atravesaba la cabeza de lado a lado. Luego se bajó el cuello del abrigo que había mantenido alzado todo el tiempo y al fin se atrevió a mirar directamente al espejo. A la luz de un relámpago pudo apenas ver lo que quedaba de un rostro deformado, sin apenas relieve, que le devolvía la mirada.
Luego vino el trueno... Y cayó al suelo fulminado por el rayo.

Música celestial

Perdón por esta intrusión musical, pero me he encontrado con este video y no puedo evitar compartirlo. Se trata del cuadro "El descendimiento" de Roger van der Weyden visto con todo lujo de detalles. Solo eso ya es impresionante, pero acompañado con música polífonica del renacimiento español (Missa Ave Maris Stella de T.L. de Victoria) puedo decir que "acongoja". Más allá de su contenido religioso, que no es lo que lo trae aquí, merece dedicarle los 6 minutos que dura. Con los cascos puestos en el ordenador ya es "de muerte".

7 oct 2010

BÁSICAMENTE




“Como los ángeles al caer el sol”. Ya solo el título daba que pensar… Pero él, haciendo gala de sus conocimientos cinéfilos, dijo que era una obra maestra que no debíamos perdernos.

Fuimos a la primera sesión. A la media hora… caí.

Joan salió absorto y me recriminó por dormirme.

_ Hubiese preferido ir a ver otra cosa. Estas películas tan profundas me aburren.

_ No entiendo que no te guste el buen cine.

_ No me gusta lo que no entiendo.

_ ¡Una visión realista de la sociedad de consumo! ¡Un deseo de mejora, de libertad…!

_ Prefiero Pretty Woman. También es todo eso.

6 oct 2010

Haiku

¡AY QUE PENITA!

NO IREMOS AL COLE

¿QUE VAMOS A HACER?


VINOS Y CAFÉ

DULCES Y OTRAS COSAS

PODEMOS COMER


SI QUEREÍS VENIR

Mi CASA OS ESPERA

HABRÁ QUE QUEDAR...

5 oct 2010

París no se acaba nunca

Hola a todos:

Creo que hay hueco en este blog para recomendaciones de lectura y a eso voy.

Se trata del libro “París no se acaba nunca” de Enrique Vila-Matas. Debo reconocer que leo poca literatura española y es el primero de Vila-Matas, pero lo he leído en 5 días y ahora entiendo por qué tiene un grupo de seguidores tan “a muerte”. Me he convertido en uno de ellos, espero no cambiar de opinión con sus demás libros.

Lo incluyo aquí porque, además de ser fantástico, creo que es útil para gente que quiere o intenta de alguna manera ser escritor. Cuenta de manera irónica, muy irónica, sus dos años de juventud, mediados de los 70, en París. Allí fue a aprender a escribir mientras que completaba su primera novela “La asesina ilustrada”.

Con la pasta que le enviaba su papá, vivió del cuento en una buhardilla muy bohemia que le alquiló Marguerite Duras y se introdujo en el mundo cultural parisino de aquella época, que era el más brillante de Europa. Tratando de absorber de los mejores, en su proceso de aprendizaje hace referencia a muchos escritores famosos, sobre todo a Hemingway, Perec, Nabokov, Borges, Scott Fitzgerald. Es por ello que este libro se aprecia mejor si se ha leído algo de esta gente que aparece de vez en cuando. No es un relato meramente descriptivo de lo que hizo y le pasó, sino que mezcla de manera magistral autobiografía, ficción y ensayo, con momentos a veces hilarantes y curiosos. Con la vida que llevaba no puedo creer que deje claro que a veces se aburría mucho.

Como ejemplo de las cosas que se dicen en este libro, os incluyo aquí un párrafo en el que reflexiona sobre si será o no un buen escritor y cuándo lo podrá ser:

“…Después de todo es cuestión de paciencia, algún día seré un buen escritor. Pero… ¿y por qué diablos no soy ya ahora mismo ese buen escritor que un día seré?, ¿qué me falta para serlo?, ¿vida y lecturas?, ¿eso me falta?

…Si de verdad fuera escritor, me dije, África sería mía. ¿Y por qué África? Porque conocería la melancolía de regresar a donde nunca estuve. Porque iría a lugares en los que ya habría estado antes de haber ido nunca, ciudades en las que ya habría estado antes de estar jamás.

Si de verdad fuera escritor, probaría como Rimbaud a crear todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas. Intentaría inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevas lenguas…”

Es un gran libro. Tengo que acercarme más a la literatura española.

4 oct 2010

No estoy en las listas

Qué tristeza y desazón
No estoy en las listas,
No puedo aprender
A ser escritor.
Mi entorno no comprende,
Yo quiero escribir,
Pero necesito compañía,
Otras gentes con quien compartir
Esta ingrata afición.