19 oct 2010

Los escritores

Era una noche fría, húmeda y ventosa, cuando él, abotonándose bien el abrigo sobre su cuerpo consumido y alzando el cuello por encima de las orejas se envalentonó y abrió la puerta de la calle, avanzando hacia una noche infernal.

Anduvo rápidamente hasta alejarse de la casa, el mal tiempo no era un impedimento para decidirse a caminar hasta la comisaría de policía más cercana y contar lo que había descubierto la semana anterior.


Apenas se distinguía su enjuta figura. Caminaba con decisión, sin sentir el viento y la lluvia que, parecía, trataban de pararlo.

Tenía que ser esa noche, si no lo hacía entonces, quizás no llegase a poder contarlo.

Su mujer, tan sumisa durante años, se había transformado en un ser excéntrico y despiadado. Todo empezó cuando se unió a aquel grupo de escritores, pero ¿Desde cuando ella sabía escribir?, se sintió desplazado, ella sólo pensaba en reunirse con aquel grupo de haraganes, a saber a qué se dedicaban en esas tertulias.

Al principio, él trató de hacerla entrar en razón. “Deja a esa gente, no es bueno para ti”, pero ella seguía con sus tertulias y, en casa, cada vez se dedicaba más tiempo a teclear y teclear en el ordenador, totalmente absorta.

Él recuerda mientras camina cómo trató de impedir que siguiese con aquello, lo hizo mientras tuvo fuerzas, últimamente estaba muy débil y no fue consciente de la causa hasta el día que oyó aquella terrible conversación telefónica. Nunca había sido un hombre indiscreto, pero la actitud de su mujer le obligaba a espiarla.

Estaba en la cocina disfrutando de un trozo del pastel recién hecho por su sposa - por suerte, a pesar de su cambio de actitud, seguía siendo una maravillosa cocinera- sonó el teléfono, oyó como su mujer descolgaba al otro lado de la casa y, silenciosamente, descolgó él también.

Era una de esas haraganas del grupo de escritores, una mujer que, según su esposa, tenía monstruos enormes a modo de decoración en su casa. Menudo grupo de excéntricos y vagos.

Escuchó como hablaban de sus escritos y acordaban la hora y el lugar de la tertulia de la siguiente semana. Después oyó a su mujer quejándose de él y a la mujer de los monstruos animándola a hacer lo mismo que había hecho otra del grupo, algo que no pudo entender relacionado con unas tomateras. Su mujer bajó el tono, como si no quisiese ser oída, y dijo: “Los pasteles son más lentos, pero más efectivos y dejan menos pistas”

2 comentarios:

  1. Aunque lo leí ayer en la tertulia q tuvimos en casa de Marisa, lo meto aqui para los que no pudieron entrar...Es un pequeño guiño a nuestras reuniones que dificilmente entenderá alguien de fuera

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  2. Ya sabes que me reí un montón . Me parecio muy divertido. Marisa Grumpy

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