22 jun 2010

ENCADENADOS

Subes al tren, tu rostro expresa el deseo de encontrar una cara conocida, nuestras miradas coinciden, sigues por el pasillo buscando tu butaca, los tacones de aguja y la falda estrecha, hacen que tus caderas se balanceen cadenciosamente. Son un imán para mis ojos.

Sentada, tu pierna izquierda, perfecta, se asoma al pasillo que nos separa, intentas girar la cabeza para descubrir quién te observa, soy yo, no puedo dejar de mirarte.

Con la cabeza en el respaldo del asiento, cierras los ojos, intentando guardar en tu memoria todas las experiencias positivas de los últimos días.

Acaricias con sensualidad la cadenita de oro que realza tus pechos. Sin darte cuenta, tomas en tus dedos la perla que se balancea en tu garganta.

Sacas un cuaderno, escribes algo, son tus recuerdos de la infancia, que en estos días han vuelto a florecer. Nostálgica, respiras profundamente.

Te miro, te hablo mentalmente, y tú, pareces no oirme. Te cuento que he estado en unas jornadas de Psicología relacionadas con C.G. Jung. Hemos trabajado con los arquetipos en los cuentos de hadas; con el proceso de individuación: el yo, la persona, la sombra, el animus, el ánima, la plenitud, para llegar al si-mismo.

Sabes que es complejo llegar a la verdad de uno mismo.

Tu nombre, Olvido, escrito en el cuaderno, te define. No quieres recordar lo que te hace daño. Intentas que el pasado no enturbie tu presente.

Estás incómoda y cambias de postura. Llegas a sentir miedo, te observa alguien a quien no conoces y no sabes sus intenciones. Quieres volverte, desafiante, pero no te atreves. “No temas, sólo te admiro, eres muy atractiva”.

Parece que te has puesto más nerviosa. “Tranquila”.

Te levantas para dirgirte a la puerta del vagón, y ves que estoy leyendo “Érase una vez …” de Marie-Louise von Franz.

Te da miedo lo desconocido, y no puedes escapar de mí. Te sientes prisionera.

El tren avanza y tú, no consigues progresar en tus miedos.

Tu verdadero problema, los miedos, todavía no sabes que todo está en ti, que eres tú la única persona que puede cambiar tu vida, tienes miedo de lo que te rodea, cuando descubras que es a ti, a quien temes, todo será diferente. Tienes la fuerza necesaria para vencerte. Y cuando pienso ésto, recuerdo lo que acostumbraba a decir Jung: “Hallarse prisionero de una situación de la que no se puede salir, o de un conflicto sin solución, es el punto de partida clásico de un proceso de individuación”.

Vuelves andando encogida, como si algo te hubiera asustado.

Con la mirada te digo: “Todo está bien, no te preocupes”.


Te sientas, pero ya no estás como cuando subiste al tren. No veo tu hermosa pierna. Intentas no estar ahí, quieres esconderte, y tu cuerpo ha disminuido, no está esplendoroso, desbordante. Deseas llegar a tu destino.


Piensas “¿Qué debo hacer?” “¿Para qué?” te respondo mentalmente.

Intento que mi fuerza te llegue, que todo esté bien.

Siempre te ha gustado la vida, quieres conocer y disfrutar todo lo que te ofrece, no siempre lo consigues, pero sólo eres tu quien lo impide.

Buscas mi mirada para tranquilizarte y saber que estás a salvo, pero deseas que el tren aumente la velocidad para llegar pronto a tu destino.


Quieres alejarte de lo que te inquieta, mueves las manos, ya no escribes, no puedes hacer nada.

Por fin, una voz anuncia la próxima parada, piensas, “En breve, estaré libre”.

Te bajas, sientes mi mirada, te alegras de dejarme, sólo, en el tren que te ha tenido prisionera.

Sabes que te sigo mirando desde la ventanilla, te vuelves y me dices: -No soy yo. Eres tú

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