En su retina seguía clavada aquella mirada. Habían pasado los años, pero aún estaba escondida en algún lugar de su cerebro. Ojos negros de aceituna, pelo liso muy corto, negro también. Las manos moviéndose rápidamente por el telar intercambiando lanas de colores vivos, siguiendo un patrón mental repetido tantas veces a lo largo de su corta vida. Aparentaba unos nueve años, pero teniendo en cuenta el desfase nutricional que hay con nuestros niños, aquel tendría unos doce años. Estaba sentado en el suelo sobre una raída alfombra y era uno de los chiquillos que hacían hermosas alfombras para ricos, por un mísero salario en aquella humilde habitación. El pequeño grupo de turistas que irrumpió entre risas en aquel lugar apenas les distrajo de su trabajo diario, eran impermeables a las risas. Las gentes que los guías traían de diario, era algo que no tenía nada que ver con ellos. Habían levantado un muro invisible que les separaba de aquellas visitas de gentes tan limpias, con olor a colonia de marca, a desodorante, ridículamente vestidos con pantalones cortos, enormes zapatillas de deporte y estúpidos gorritos colocados de atrás para adelante; todos iguales, todos divertidos y bien alimentados. Muchos en exceso, como aquel hombretón que casi no podía pasar por la pequeña puerta de acceso y alguien tuvo que ayudarle a desatascar el enorme montón de carne...
María se quedó rezagada a propósito, siempre lo hacía, le fastidiaba tremendamente encontrarse con el rebaño de turistas que, hiciera lo que fuere, siempre coincidía con ella en algún lugar. Miró interesada el trabajo de los chicos y solo uno le devolvió la mirada, rebuscó en su bolso y alargó al
muchacho el ultimo bolígrafo Bic que le quedaba de los muchos que trajo a India. Y el niño le sonrío y corto un trocito de lana que anudó a la muñeca de María.
Él no sabía que con ese simple gesto, también estaba anudando para siempre el corazón de ella...
(Aquello fue el germen que más tarde se convirtió en compromiso para ayudar a los niños de India a través de la Fundación Vicente Ferrer)
María se quedó rezagada a propósito, siempre lo hacía, le fastidiaba tremendamente encontrarse con el rebaño de turistas que, hiciera lo que fuere, siempre coincidía con ella en algún lugar. Miró interesada el trabajo de los chicos y solo uno le devolvió la mirada, rebuscó en su bolso y alargó al
muchacho el ultimo bolígrafo Bic que le quedaba de los muchos que trajo a India. Y el niño le sonrío y corto un trocito de lana que anudó a la muñeca de María.
Él no sabía que con ese simple gesto, también estaba anudando para siempre el corazón de ella...
(Aquello fue el germen que más tarde se convirtió en compromiso para ayudar a los niños de India a través de la Fundación Vicente Ferrer)
Este relato también es real, como parece que os gustó el anterior ,me atrevo a colgar este y así de paso hago "proselitismo" a favor de la fundación de V. Ferrer, seguro que hay otras O. N.G.estupendas, pero mejores es imposible . Yo estuve en Anantapur y doy fe de ello. GRUMPY
ResponderEliminarMuy interesante, como el anterior...Vamos a tener que abrir un apartado sólo para tus vivencias de viajes..
ResponderEliminar¡Alteza!
ResponderEliminarMe encanta que te encante. A mi me ha encantado.
Y como toda ayuda es poca, he aprovechado para hacer publicidad directa de la Fundación. ¡¡Hala!! A llamar y a colaborar.
Bsssss