El cadáver permanecía en el suelo, boca arriba, sujetando un objeto punzante fuertemente entre las manos. No había ninguna huella de temor o sufrimiento en el rostro, blanco como la luz más diáfana y clara, pero, no nos engañemos, con la palidez de la muerte. Sin embargo, el rostro sonreía. Incluso daba la sensación de que descansaba con placer.
45 examinó el cadáver y no halló ningún tipo de herida o violencia. La Policía Científica aceptaba que el detective retaco, bajo de estatura, pero corpulento, tomara cartas en el asunto; pero también lo aceptaba a regañadientes. En el fondo, era una molestia. Comentaban que interrumpía el curso de la investigación. 45, en su modestia, prefería callar, a tener encontronazos con los agentes (que los hubo).
Un agente, con la cámara fotográfica, mantuvo una conversación con el detective:
-Al parecer tiene un hermano-comentó este. 45 le invitó a continuar:-No se llevan muy bien. Nunca lo han hecho. ¿Desea interrogarle?
-Haber empezado por ahí-dijo 45, mientras que, en su interior, pensaba: “Estúpido”.
Ciertamente, tanto 45, como la Científica, se odiaban mutuamente, pero eso no impedía resolver este caso, y muchos otros.
45 se dirigió a la lechera de atestados. Ordenó a los agentes que lo dejaran a solas con el hermano de la víctima. Obedecieron a regañadientes porque no habían sacado nada de interés. En esto, 45 los superaba, conocía millones de estrategias para soltar la lengua a cualquier sospechoso, o presunto sospechoso.
Se presentó. El hermano confirmó que ya lo conocía, y comentó como es que un detective tapón investigaba casos que le iban grandes.
-La ropa tiene muchos usos-respondió el detective-, y es ajustable a todas las tallas.
-Muy gracioso. ¿Qué quiere saber?
-Hay sangre en las manos de su hermano. No exactamente, en una mano, la izquierda, pero no ha sufrido ninguna herida, o golpe. Está claro que el asesino se ha tomado muchas molestias para que no diera la sensación de asesinato.
-No me haga reír.
-Su hermano sufría del corazón-dijo 45-, tiene los labios morados, pero la droga los disimula muy bien.
Aquí, el hermano no podía negar nada. Empezó a gimotear.
-No se disculpe-dijo el detective-. Murió con una sonrisa. La droga aceleró el proceso, aumentando la presión sanguínea. Murió…, muy contento. Pero las razones no me las explico. Tal vez pueda crear algo de luz en esta oscuridad.
El hermano asesino, respondió. Ya no podía echarse atrás:
-Fue por el boli. Se dedicaba a escribir imprecisiones, y luego las publicaba en su periodicucho de prensa amarilla. Se dedicó a publicar oprobios, sandeces y falsas informaciones. Le hice beber una droga, peyote, líquido, en cantidades industriales.
-¿La sangre?
-No es suya. Quería dar la sensación de que se había defendido.
-No han forzado nada. En eso estuvo su error. Demasiada planificación pasa factura.
Y 45 salió de la lechera. El hermano le preguntó si daría con sus huesos en prisión. 45 respondía lo de siempre: es asunto de la justicia. En el interior del vehículo, el hermano dobló todo su cuerpo, como si se hubiera astillado, de repente.
45 examinó el cadáver y no halló ningún tipo de herida o violencia. La Policía Científica aceptaba que el detective retaco, bajo de estatura, pero corpulento, tomara cartas en el asunto; pero también lo aceptaba a regañadientes. En el fondo, era una molestia. Comentaban que interrumpía el curso de la investigación. 45, en su modestia, prefería callar, a tener encontronazos con los agentes (que los hubo).
Un agente, con la cámara fotográfica, mantuvo una conversación con el detective:
-Al parecer tiene un hermano-comentó este. 45 le invitó a continuar:-No se llevan muy bien. Nunca lo han hecho. ¿Desea interrogarle?
-Haber empezado por ahí-dijo 45, mientras que, en su interior, pensaba: “Estúpido”.
Ciertamente, tanto 45, como la Científica, se odiaban mutuamente, pero eso no impedía resolver este caso, y muchos otros.
45 se dirigió a la lechera de atestados. Ordenó a los agentes que lo dejaran a solas con el hermano de la víctima. Obedecieron a regañadientes porque no habían sacado nada de interés. En esto, 45 los superaba, conocía millones de estrategias para soltar la lengua a cualquier sospechoso, o presunto sospechoso.
Se presentó. El hermano confirmó que ya lo conocía, y comentó como es que un detective tapón investigaba casos que le iban grandes.
-La ropa tiene muchos usos-respondió el detective-, y es ajustable a todas las tallas.
-Muy gracioso. ¿Qué quiere saber?
-Hay sangre en las manos de su hermano. No exactamente, en una mano, la izquierda, pero no ha sufrido ninguna herida, o golpe. Está claro que el asesino se ha tomado muchas molestias para que no diera la sensación de asesinato.
-No me haga reír.
-Su hermano sufría del corazón-dijo 45-, tiene los labios morados, pero la droga los disimula muy bien.
Aquí, el hermano no podía negar nada. Empezó a gimotear.
-No se disculpe-dijo el detective-. Murió con una sonrisa. La droga aceleró el proceso, aumentando la presión sanguínea. Murió…, muy contento. Pero las razones no me las explico. Tal vez pueda crear algo de luz en esta oscuridad.
El hermano asesino, respondió. Ya no podía echarse atrás:
-Fue por el boli. Se dedicaba a escribir imprecisiones, y luego las publicaba en su periodicucho de prensa amarilla. Se dedicó a publicar oprobios, sandeces y falsas informaciones. Le hice beber una droga, peyote, líquido, en cantidades industriales.
-¿La sangre?
-No es suya. Quería dar la sensación de que se había defendido.
-No han forzado nada. En eso estuvo su error. Demasiada planificación pasa factura.
Y 45 salió de la lechera. El hermano le preguntó si daría con sus huesos en prisión. 45 respondía lo de siempre: es asunto de la justicia. En el interior del vehículo, el hermano dobló todo su cuerpo, como si se hubiera astillado, de repente.
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