Entró la mujer del escritor en el despacho. El escritor se hallaba fuera, con la secretaria, encorvado como un sarmiento bastante maltrecho. La espalda curva, los brazos angulosos, apoyados los codos en las piernas, y la cabeza entre las manos temblorosas. Al escritor se lo notaba hundido y sumido en pensamientos de pérdida y abandono.
La mujer del escritor se sentó en la silla ergonómica, y se quitó las gafas de sol. También se la notaba apesadumbrada. Empezó a platicar al detective, con una voz suave:
-No levanta cabeza. Desde que perdió el portátil, su mundo se ha vuelto muy gris. Como si la vida lo hubiese abandonado.
45 escuchó con atención. Tampoco necesitaba conocer mucho. Perder un ordenador es algo habitual en estos tiempos. Se pierden ordenadores portátiles: en los aeropuertos, en la calle, en la playa, en los parques, por casa (que siempre se encuentran), en los transportes públicos. 45 sabía que el escritor había perdido el portátil por casa, porque hay escritores despistados.
-Descuide, señora. No está perdido. Deje entrar a su marido.
45 avisó por el intercomunicador a su secretaria, pidiéndole que pasara al despacho el escritor. El escritor respondió a todas las preguntas del detective: ¿Dónde lo dejó por última vez? En mi estudio ¿Recuerda si lo guardó o se hallaba anímicamente perturbado por algún problema? Sí, tuve unos días topes para entregar el manuscrito (o mecanoscrito) ¿Desenchufó o apagó el portátil? Después de imprimir las últimas páginas. Me encontraba agotado, pero feliz.
-No se preocupe-terció 45-Sé dónde está el ordenador. Sólo necesito examinar su estudio.
45 se presentó en casa del escritor total, que caminaba encorvado, sin aliento, y de brazos caídos. Parecía Woody Allen, pero con depresión, apagado y sin ningún sentido del humor. 45 entró en el estudio. Un armario empotrado tenía una puerta medioabierta, como en un descuido. La iluminación era tenue, con una oscuridad suave, nocturna. La ventana, abierta de par en par, y las cortinas de raso a la brisa metropolitana. Daba la sensación de ser una especie de caverna, como en sueños o pesadillas.
45 se acercó al armario empotrado, sonrió con determinación, y advirtió una caja grande de cartón con una tapa desigual, dura y robusta, pero delicada.
-Enciendan la luz. Hemos hallado lo que buscaba.
Esta vez, era “hemos”; pero el trabajo de deducción lo había llevado a su conclusión el propio detective. Cuando se iluminó la cueva, perdón, el estudio, toda la estancia se vistió con la luz pura y diáfana de la claridad. 45 sacó la caja del armario, y la depositó en la mesa. Encima se hallaba el ordenador, con la batería led y todo el cableado del portátil.
El escritor total sufrió una transformación: su espalda empezó a erguirse, los brazos recuperaron su compostura, desapareció el Woody Allen depresivo, y se le iluminó el rostro, mostró pecho, y un porte de caballero medieval. La mujer del escritor total se alegró. Le esperaba una noche de fuegos artificiales y efectos especiales.
El escritor se apoderó del ordenador como si se tratara de un hijo pródigo que regresaba de una guerra larga y penosa.
-No sé como darle las gracias, señor 45.
-45-recalcó el detective-Ya le enviaré la factura.
-Es lo de menos-dijo el escritor total. Pero 45 adivinó, y respondió que ya tenía cronista. Le bastaba con ganarse las alubias en su trabajo. Además conocía casos interesantes.
La mujer del escritor se sentó en la silla ergonómica, y se quitó las gafas de sol. También se la notaba apesadumbrada. Empezó a platicar al detective, con una voz suave:
-No levanta cabeza. Desde que perdió el portátil, su mundo se ha vuelto muy gris. Como si la vida lo hubiese abandonado.
45 escuchó con atención. Tampoco necesitaba conocer mucho. Perder un ordenador es algo habitual en estos tiempos. Se pierden ordenadores portátiles: en los aeropuertos, en la calle, en la playa, en los parques, por casa (que siempre se encuentran), en los transportes públicos. 45 sabía que el escritor había perdido el portátil por casa, porque hay escritores despistados.
-Descuide, señora. No está perdido. Deje entrar a su marido.
45 avisó por el intercomunicador a su secretaria, pidiéndole que pasara al despacho el escritor. El escritor respondió a todas las preguntas del detective: ¿Dónde lo dejó por última vez? En mi estudio ¿Recuerda si lo guardó o se hallaba anímicamente perturbado por algún problema? Sí, tuve unos días topes para entregar el manuscrito (o mecanoscrito) ¿Desenchufó o apagó el portátil? Después de imprimir las últimas páginas. Me encontraba agotado, pero feliz.
-No se preocupe-terció 45-Sé dónde está el ordenador. Sólo necesito examinar su estudio.
45 se presentó en casa del escritor total, que caminaba encorvado, sin aliento, y de brazos caídos. Parecía Woody Allen, pero con depresión, apagado y sin ningún sentido del humor. 45 entró en el estudio. Un armario empotrado tenía una puerta medioabierta, como en un descuido. La iluminación era tenue, con una oscuridad suave, nocturna. La ventana, abierta de par en par, y las cortinas de raso a la brisa metropolitana. Daba la sensación de ser una especie de caverna, como en sueños o pesadillas.
45 se acercó al armario empotrado, sonrió con determinación, y advirtió una caja grande de cartón con una tapa desigual, dura y robusta, pero delicada.
-Enciendan la luz. Hemos hallado lo que buscaba.
Esta vez, era “hemos”; pero el trabajo de deducción lo había llevado a su conclusión el propio detective. Cuando se iluminó la cueva, perdón, el estudio, toda la estancia se vistió con la luz pura y diáfana de la claridad. 45 sacó la caja del armario, y la depositó en la mesa. Encima se hallaba el ordenador, con la batería led y todo el cableado del portátil.
El escritor total sufrió una transformación: su espalda empezó a erguirse, los brazos recuperaron su compostura, desapareció el Woody Allen depresivo, y se le iluminó el rostro, mostró pecho, y un porte de caballero medieval. La mujer del escritor total se alegró. Le esperaba una noche de fuegos artificiales y efectos especiales.
El escritor se apoderó del ordenador como si se tratara de un hijo pródigo que regresaba de una guerra larga y penosa.
-No sé como darle las gracias, señor 45.
-45-recalcó el detective-Ya le enviaré la factura.
-Es lo de menos-dijo el escritor total. Pero 45 adivinó, y respondió que ya tenía cronista. Le bastaba con ganarse las alubias en su trabajo. Además conocía casos interesantes.
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