
La última luz del caserón se apaga justo cuando están dando las doce de la noche y el silencio lo llena todo. O casi todo, pues en el sótano los habitantes ocultos se despiertan.
La última luz del caserón se apaga justo cuando están dando las doce de la noche y el silencio lo llena todo. O casi todo, pues en el sótano los habitantes ocultos se despiertan.
Esta receta es de mi cosecha propia y la puse en práctica en una ocasión que me vi obligada a gastar naranjas de forma rápida. Os cuento. Encargué a mi hijo que trajera zumo de naranja y se presentó en casa con dos bolsitas de 10 kilos, cada una, de naranjas de zumo.
Imaginación al poder.
Lomo con naranja, bizcocho de naranja y torrijas al almíbar de naranja.
Mucha vitamina C, ¡Buenísima!
Ingredientes:
_Pan de torrijas o pan de barra del día anterior, pero que hemos guardado en una bolsa de plástico para que adquiera una consistencia blandita, como correosa.
_Un litro de leche entera
_Una taza grande de azúcar
_La cáscara de una naranja
_La cáscara de un limón
_Un palo de canela.
_4 huevos
_Aceite para freir.
_Canela en polvo mezclada con azúcar
_Zumo de 6-8 naranjas
_Miel de flores suave.
Elaboración:
Se hace un cocimiento con la leche, las cáscaras de los cítricos, el azúcar y el palo de canela. Tiene que cocer un buen rato, 15 minutos por ejemplo, para que se mezclen todos los sabores y todos los olores. Tened cuidado de que no suba la leche y se salga, manchándolo todo.
Se deja enfriar el cocimiento y cuando está tibio se van bañando las rebanadas de pan hasta que queden bien empapadas. A continuación se pasan por el huevo batido y se fríen en una sartén espaciosa con bastante aceite calentito. Cuando están fritas por ambos lados, se sacan a una fuente con papel absorbente y se espolvorean con la mezcla de canela y azúcar.
El almíbar se hace mezclando la miel con el zumo de naranja y cuando ha hervido un ratito se cubren las torrijas, previamente colocadas en el recipiente en que vayamos a conservarlas.
Para la presentación, cortaremos un par de naranjas, peladas, en rodajas finas y serviremos cada torrija con un aro de naranja y unas cucharaditas de almíbar.
Prisionero de su esfera, el tic tac dejó de sonar. Su sueño, ser carillón del reloj de la Torre.
Servir a Marta de despertador siempre le pareció poco. Ella, sin embargo, añoraba su odioso soniquete matutino.
Cuando el relojero dijo que se olvidase, lo depositó en el desván, junto al cuco que habían traído sus abuelos de Suiza.
Al cerrarse la puerta, en la oscuridad de la habitación, Don Cuco dijo a Don Despertador:
— ¡Echaba de menos la compañía de un colega! —
Don Despertador le miró de reojo y pensó…
—Bueno, no es el reloj de la torre, pero por algo se empieza—