18 mar 2010

EL OMBLIGO DEL MUNDO

No se preocupó de cerrar la puerta del cuarto de baño. Tan sólo iba a refrescarse. El agua fría en la cara le alivió momentáneamente del sofoco interior que la consumía desde hacía algo más de dos horas. Se miró en el espejo y éste le devolvió la imagen de un rostro encendido: las mejillas, la boca, los ojos, todo irradiaba un brillo casi impúdico.
Se apartó unos pasos del lavabo, se sujetó el pelo en alto y se contempló a su antojo, con un descaro pueril, inocente. Todavía, a tus 43 años, eres una mujer bastante apetecible –pensó-. Y comenzó a posar delante del espejo. Las posturas de lánguido abandono resaltaban provocativamente sus curvas y los pechos bailaban con sus movimientos.
Laura no lograba entender lo que le estaba sucediendo. Su conciencia de católica practicante parecía haber enmudecido. Se estaba dejando llevar por unos instintos, hasta ese momento, en hibernación,  y, lo que más le avergonzaba y asustaba, despertados por su sobrinos, Jorge, que todavía no había cumplido 15 años, y David de 16.
Torturada por la complejidad de sus sentimientos, sin embargo, no pudo frenar ni sus fantasías eróticas ni su apremiante excitación. Despacio, muy despacio, con premiosidad, su mano derecha de deslizó vientre abajo buscando la humedad que le quemaba. Las yemas de sus dedos tanteaban su clítoris, cuando notó una mano sobre su espalda.
Laura, sin aliento, se quedó inmóvil y se paralizaron sus sensaciones. Sus sobrinos, embelesados, estaban a su lado, pidiéndole, con candor maléfico, que les volviera a contar, como esta tarde, la historia de Delfos. Ella, ni sorprendida ni verdaderamente avergonzada, dejó que Jorge le levantara el camisón y le besara el ombligo. El tacto de los labios con su piel desnuda le produjo un ligero sobresalto y trató de escapar del marasmo en el que se encontraba. Pero, ya era tarde. David le acariciaba los pechos y sus pezones se endurecían; el amago de resistencia de su tía se desvanecía con las caricias que con las manos entre las piernas le realizaba Jorge. Y entonces, Laura se derritió. Sólo quería gozar, ni Literatura ni Grecia Clásica, gozar…
Siete meses después, Laura Gómez, profesora de Literatura en el Instituto Luis Cernuda era expulsada del centro con la manifiesta oposición de sus alumnos.

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