Los niños están entretenidos jugando. Los padres están charlando entre ellos, sentados en el césped.
Al fondo de la pradera hay unos columpios. Marta se está columpiando. Parece ensimismada en sus cosas.
Juan se acerca, parece que de forma casual, por el rabillo del ojo no pierde de vista a su mujer.
Se sienta en el columpio de al lado, sonríe a Marta.
Marta también esboza una sonrisa y le comenta la suerte que han tenido con el tiempo, hace un día fabuloso.
Juan asiente, sonriéndola.
Mientras continúa columpiándose, Marta comenta que los niños se lo están pasando de maravilla.
“Yo también, sobre todo aquí, contigo”, le dice Juan
Marta mira hacia abajo y le dice que no debería seguir con los correos. Su cara no refleja ningún sentimiento, es imposible saber lo que está pensando.
Juan dirige la vista hacia su mujer y los niños y le pregunta: ¿Por qué?
Marta le contesta sin mirarle, que eso no les lleva a ningún sitio.
“Nunca se sabe”, dice Juan.
Marta estira un pie hasta tocar el suelo y frena el columpio: “Insisto Juan, no tiene ningún sentido”, sigue sin mirarle.
“O quizás sí”. Juan ahora la mira directamente a los ojos.
Marta mira hacia otro lado, quizás busca a su marido a lo lejos. Le ve al fondo, lejos del grupo, hablando por teléfono como siempre.
“Se que te gusta que te escriba y no hacemos nada malo”, dice Juan después de seguir la vista de ella. “Él no te merece, sólo piensa en su trabajo”.
Marta se mira las manos y mira a los niños, su hija le sonríe desde lejos. Le pide a Juan que no hable así, que no diga esas cosas. El columpio va más lento ahora, parece a punto de pararse.
Juan mira también a la niña: “Tan guapa como su madre. ¿Por qué eres tan tozuda?”
Marta vuelve a columpiarse. Juan, hasta entonces sentado en el columpio pero sin moverse, le mira y le imita. Se columpian cada vez más alto. Se miran, se sonríen.
“Podríamos quedar a cenar. ¿Cuándo estará fuera tu marido la próxima semana?”, le pregunta Juan.
Marta contesta perezosa, como si no quisiese dar esa información: “Martes y miércoles”. Se calla, le mira y le dice que no con la cabeza. Y Continúa: “Además, ¿Tu mujer?”
“Eso déjamelo a mí, preciosa. Le diré que tengo una cena de trabajo. ¿Dónde te apetece que te lleve?”.Juan continúa sonriendo y parece no darse cuenta de que cualquiera que esté cerca puede oírles.
Marta le dice que no diga bobadas.
Paran los dos el columpio. Continúan sentados, balanceándose. “No son bobadas, te escribo mañana y te digo a qué hora te paso a buscar. Encontraré un lugar bonito para ti”
Marta no contesta. Mira a su hija, la llama. La niña se acerca.
Juan se baja del columpio, coge la mano de la niña y se va con ella en busca de otros niños.
Al fondo de la pradera hay unos columpios. Marta se está columpiando. Parece ensimismada en sus cosas.
Juan se acerca, parece que de forma casual, por el rabillo del ojo no pierde de vista a su mujer.
Se sienta en el columpio de al lado, sonríe a Marta.
Marta también esboza una sonrisa y le comenta la suerte que han tenido con el tiempo, hace un día fabuloso.
Juan asiente, sonriéndola.
Mientras continúa columpiándose, Marta comenta que los niños se lo están pasando de maravilla.
“Yo también, sobre todo aquí, contigo”, le dice Juan
Marta mira hacia abajo y le dice que no debería seguir con los correos. Su cara no refleja ningún sentimiento, es imposible saber lo que está pensando.
Juan dirige la vista hacia su mujer y los niños y le pregunta: ¿Por qué?
Marta le contesta sin mirarle, que eso no les lleva a ningún sitio.
“Nunca se sabe”, dice Juan.
Marta estira un pie hasta tocar el suelo y frena el columpio: “Insisto Juan, no tiene ningún sentido”, sigue sin mirarle.
“O quizás sí”. Juan ahora la mira directamente a los ojos.
Marta mira hacia otro lado, quizás busca a su marido a lo lejos. Le ve al fondo, lejos del grupo, hablando por teléfono como siempre.
“Se que te gusta que te escriba y no hacemos nada malo”, dice Juan después de seguir la vista de ella. “Él no te merece, sólo piensa en su trabajo”.
Marta se mira las manos y mira a los niños, su hija le sonríe desde lejos. Le pide a Juan que no hable así, que no diga esas cosas. El columpio va más lento ahora, parece a punto de pararse.
Juan mira también a la niña: “Tan guapa como su madre. ¿Por qué eres tan tozuda?”
Marta vuelve a columpiarse. Juan, hasta entonces sentado en el columpio pero sin moverse, le mira y le imita. Se columpian cada vez más alto. Se miran, se sonríen.
“Podríamos quedar a cenar. ¿Cuándo estará fuera tu marido la próxima semana?”, le pregunta Juan.
Marta contesta perezosa, como si no quisiese dar esa información: “Martes y miércoles”. Se calla, le mira y le dice que no con la cabeza. Y Continúa: “Además, ¿Tu mujer?”
“Eso déjamelo a mí, preciosa. Le diré que tengo una cena de trabajo. ¿Dónde te apetece que te lleve?”.Juan continúa sonriendo y parece no darse cuenta de que cualquiera que esté cerca puede oírles.
Marta le dice que no diga bobadas.
Paran los dos el columpio. Continúan sentados, balanceándose. “No son bobadas, te escribo mañana y te digo a qué hora te paso a buscar. Encontraré un lugar bonito para ti”
Marta no contesta. Mira a su hija, la llama. La niña se acerca.
Juan se baja del columpio, coge la mano de la niña y se va con ella en busca de otros niños.
¡Que dificil parece escribir un relato teniendo unicamente como tema la palabra "columpio"!... Precioso relato el resultado
ResponderEliminarTe animo a seguir escribiendo, se nota que tienes madera de escritora !!!!!