La última luz del caserón se apaga justo cuando están dando las doce de la noche y el silencio lo llena todo. O casi todo, pues en el sótano los habitantes ocultos se despiertan.
El cuarto no es muy grande, no es muy acogedor, rezuma humedad, y tiene las paredes desconchadas y el suelo lleno de costurones, que sólo yo, el narrador, puede llegar a ver. Estamos a oscuras, ellos y yo.
Ellos son cuatro: Mamá, Papá y los dos pequeños. Mamá se acaba de colocar un pingajo de tela, que todavía conserva el glamour de lo que fue, sin duda, una gran sábana de hilo, bordada con delicados ornamentos florales. Prepara las sábanas de los niños y la del padre —todas deterioradas por los años, todas restos de tiempos mejores—, y enciende un candelabro.
— ¡Ale, ale! dormilones, ya es hora de levantarse; venga niños poneros las ropas —
— Vale Má. ¿A qué jugaremos esta noche?—dicen a coro los dos pequeños.
— A lo de siempre. A asustar a los nuevos inquilinos, no pararemos hasta que se vayan. Iréis a los columpios y pasaréis el tiempo moviéndolos. Como no os pueden ver, les dará mucho yu-yu. ¡Ah! Y no paréis de hacer ruido con las cadenas —
— De acuerdo Má —vuelven a decir al tiempo.
— Pues iros al jardín, llevad un par de velas y las encendéis y apagáis de vez en cuando —
Los fantasmitas recorren un largo pasillo, al final de éste penetran en el muro y salen al otro lado del jardín. Van directamente a los columpios. Cada uno escoge el suyo y empiezan a mecerse. La noche es oscura y hasta algo tenebrosa.
Una luz se enciende en el segundo piso de la mansión.
— ¡Ya los hemos despertado! —dicen al unísono, mientras ríen alborozados.
Dentro de la habitación alguien está gritando.
— ¡Que te digo que los columpios se mueven solos! ¡Deja de roncar! —
— No digas tonterías mujer, seguro que soñabas. Déjame dormir —
— ¡Te digo que no! Llevo más de tres noches escuchando los malditos columpios y también hay ruidos de cadenas arrastrándose por la gravilla del jardín ¡Y tú durmiendo a pierna suelta! ¿Sabes que te digo? ¡Que mañana cojo a los niños y me voy a casa! Si tu quieres te quedas solito a pasar las vacaciones en este estúpido lugar. Con razón el alquiler era barato. ¡Si aquí no hay quien duerma! Menos tú, claro; que... ¡Maldita sea! ¡Ya está roncando! ¡Una luz, hay una luz en los columpios! ¡Martíiiiin! —
— ¿Dónde, dónde está la luz esa? Yo no veo nada —
— Porque ya no está...pero estaba —
— Bien. Suelta a los perros para que se coman a tus fantasmas y luego te duermes ¿Vale? —
— ¡Mierda! —
Mientras, en el lugar secreto del sótano...
— ¡Despierta! Que han pasado las doce de la noche. Los niños ya están en el jardín hace un rato y tú roncando. Venga, que tenemos que asustar. Los inquilinos tienen que irse como sea. Aquí no hay lugar para dos familias —
— Mujer, es que no he dormido nada durante el día. Los niños humanos, no han parado de gritar, de pelearse. Y luego les ha dado por recorrer todo el lugar y casi me pillan echando una siesta en las antiguas caballerizas —
— Pues lo siento, pero hay que aterrorizar —
— Pero si yo no... Además, la culpa de lo que pasa es tuya. Nunca debimos movernos del viejo castillo. “Que quiero estar cerca de mamá”. ¡Pues yo no! ¡Yo no quiero estar cerca de tu madre! ¡Estamos! —
— Anda, calla. Ponte la sábana y lleva la cabeza en la mano. Date una pasada por los dormitorios y haz que te vean y no te vean. ¿Entiendes? —
El fantasma asiente, se coloca sus vestidos y sale. Sube escaleras, pasa corredores, y deja atrás la zona oculta de la casa. Cabizbajo (nunca mejor dicho pues hay que recordar donde lleva la cabeza) se dirige al gran salón. La puerta esta cerrada. El la traspasa sin necesidad de abrirla y ya dentro...
— ¡AHHHHH! —grita la mujer
— ¡Uhhhhhhh! —aúlla el fantasma
— ¡Guuuuuuau! —ladran los doberman
Y todos salen corriendo en varias direcciones.
El reloj da las dos. En el piso de arriba la mujer hace las maletas.
— Martín, mañana a primera hora nos vamos.Nos llevas en el coche a los niños y a mí. Tú si quieres volver…es tu problema. Pero, te advierto, que puede tener consecuencias —
— Si mujer, nos vamos, lo que tu digas —
En el sótano el fantasma hace las maletas.
— Nos vamos a nuestro castillo del que nunca debimos salir. Me llevo a los niños ahora mismo, antes de que amanezca. Tú si quieres, te puedes quedar aquí cerquita de tu madre. Pero, te advierto, que puede tener consecuencias —
— Si cariño, nos vamos, lo que tú digas. Nunca te dejaré solo y menos ahora que has perdido la cabeza —
— ¡Malditos perros! Nunca debí llevar la cabeza a mano...—
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