Desde que Soledad llegó a su nuevo hogar, a primera hora de la mañana, se pasó gran parte del día desembalando cajas, muchas contenían libros, era de lo que más le costaba desprenderse, junto con pequeños recuerdos.
Tras perder a su hijo en un accidente hacía unos meses, apenas podía dormir, el futuro se le presentaba desolador y su mundo se le había venido abajo. Tampoco rendía en su trabajo, desde lo sucedido no podía escribir nada coherente. Aconsejada por Elena, su mejor amiga, que vivía en el pueblo, decidió mudarse al campo.
Era una casa vieja, aunque parecía bastante acogedora. En el pequeño jardín, contrastaba con el entorno un gran columpio, un columpio de esos para dos personas con respaldo y colchoneta. A Soledad le resultó chocante, pero no le dio mayor importancia.
A la mañana siguiente, se levantó alentadoramente mejor. Se sentó al ordenador con un frugal desayuno y comenzó a repasar su novela, curiosamente, estaba optimista y llena de ideas concentrada en la tarea, cuando creyó escuchar un ruido extraño. Un chirriar metálico y acompasado venía de fuera, miró por la ventana y quedó sorprendida al ver como el columpio se mecía solo. Salió extrañada “qué curioso, no hace viento, es como si alguien lo hubiera empujado” pensó. Sin temor lo detuvo con la mano, e impulsada por una sorda y familiar invitación se sentó y comenzó a balancearse hasta quedarse adormecida.
Aunque hubiera sido pleno invierno no hubiera sentido el frío. El cielo era de un hermoso azul celeste. No había ningún ruido “ jamás, jamás “ pensaba Soledad “he tenido un bienestar igual” De repente, en la distancia percibió una luz resplandeciente, y ella, allí, en su columpio, flotando se dirigió hacia ella.
Soledad pensó ¡pero, esto es pura magia!
Aquella luz era como un imán que la atraía sin esfuerzo. Una fusión de sonido, luz, color y bienestar, nunca conocido antes. “no me importa si tengo que quedarme aquí el resto de mi vida”
Esa misma tarde, bajo una llovizna que calaba hasta los huesos, los médicos del S.A.M.U.R. terminaron su trabajo. Ya no podían hacer nada por Soledad. Elena los avisó cuando la encontró inmóvil, en su inmóvil columpio.
“Ha sufrido un derrame cerebral” le dijo uno de ellos.
Elena entre el dolor, hizo un gesto de incredulidad. Un policía le dijo “nosotros la acercaremos al pueblo”
Delante de ellos, una larga carretera arbolada que conducía a la vida cotidiana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario