24 mar 2010

EL BOLERO DE LOS NARRADORES ENLAZADOS

REACCIONA O SUEÑA


Adoro la calle en que nos conocimos aunque sólo fuera fugazmente. Flanqueada por cerezos siempre nevados era transitada diariamente por miles de seres vivos procedentes de toda la Galaxia, ávidos unos de ser engullidos por comercios y servicios interactivos y otros expectantes por montar en alguno de esos grandes carruajes de acero y molibdeno tirados por Dragones verde violeta, que se alquilan al final del paseo.
Te vi cuando montabas en uno de ellos. Vestías unos vaqueros de papaya y nubes de azucenas cubriendo ligeramente tus ingrávidos pechos. Nuestras miradas se cruzaron y caí bajo tu diabólica órbita sensual. Estrangulé a mi novia y corrí a tu encuentro.
Desde entonces, tu ausencia incrementa mi pasión y provoca una recurrente perversión onírica: sueño que cuando me despierto veo mi cama llena de jeringuillas y Carla yace a mi lado, bueno… su cadáver en descomposición.

SOPHIE


Su cadáver en descomposición tortura sin descanso mi memoria. Han pasado ya siete años desde que estuve en aquel hotel de La Habana. Era inminente el fin de la dictadura y había que poner a salvo a Sophie, nuestra confidente. Se la relacionaba, en el informe, con Batista y con Castro, dentro de una larga lista de amantes, todos personajes influyentes en la Isla.
Desarmado por una belleza desnuda de artificio,  hipnotizado por sus piernas de seda y embriagado por su voz de caramelo, el bar de aquel hotel fue edén y tumba, la noche cuando nos conocimos. Ella cayó víctima de un revolucionario colt del 45 y  mi alma quedó postrada en una perenne convalecencia de amor reprimido.
Los violines del nuevo amanecer ensangrentaron la libertad a la que decían representar. Mi trabajo había terminado, para mis jefes, con un relativo éxito. Mi negligencia se reparaba con la repatriación del cadáver de Sophie. Antes tuve que ver lo que de ella quedaba, manoseada por sus verdugos, y vituperada por una chusma desconocedora de que ahora empezaba su calvario. ¡Imbéciles!

LAS CUCARACHAS DE LA T4


¡Imbéciles! Pretenden escapar. No se dan cuenta que tú manejas sus vidas. Si no te fueran útiles prescindirías de ellas.
De nuevo tienes esa sensación de control, como cuando reinabas en el laboratorio de biología, o al volver a casa, tu pequeño, esperaba despierto para escuchar tus fantásticos cuentos. ¡Cómo adorabas el brillo de sus ojos embelesados!
Un nuevo trago de vino, Marta, y te sentirás dispuesta a recuperar tu vida. Pero ya casi son las seis y el personal de limpieza del aeropuerto comienza sus funciones; debes recoger con rapidez y encerrar las cucarachas en el tarro de mermelada.

RIO ESCONDIDO


En el tarro de mermelada de frambuesas guardó la nota. La había escrito con caligrafía amanuense y había utilizado la estilográfica de oro que le regalaron en el banco cuando cumplió veinticinco años de servicio. No mucho tiempo después vino la patada remunerada y el trasiego ininterrumpido de atender a sus hijos a cuidar de sus padres.
Se chupó los dedos con delectación morosa, cerró el frigorífico y vertió un torrente de lágrimas inconformistas sobre su mioma.
—Ninguna operación llega en buen momento pero, joder, puedo irme mañana de este mundo, ahora que estoy aprendiendo a vivir para mí —pensó entristecida.
Un año después de su operación, el éxito le sonrió de nuevo, esta vez con la publicación de su primera novela: “¡Todavía, no!”.




IGUALDAD DE SEXOS

— ¡Todavía, no! —gritó la Reina cuando ya le resbalaba la nieve cálida por el túnel de sus piernas.
— ¡Que le corten la cabeza! —ordenó a la guardia, con su enloquecida indiferencia.
Estirando su larguísimo cuello se puso la piel de leopardo y salió al balcón. Una muchedumbre enfervorizada de hembras aclamó su presencia.
Y lanzó su enésimo discurso, correlativo al número de machos ajusticiados:
“Seguiré sacrificándome por vosotras hasta conseguir la verdadera igualdad; recordad, no debéis permitir halagos, ni hacer caso a frases engatusadoras —“…la forma en que me miras”—, porque primero os mienten y después os montan. Hay que acabar con esa reproductora prepotencia y conseguir que el macho deje de ser prisionero de su esfera de influencia”.

 

EL PEOR ESCENARIO


Prisionero de su esfera de influencia, Estados Unidos estaba al borde del colapso. O al menos, eso es lo que pensaba el general de División Malkovitz. A su juicio, tras la primavera sangrienta de Kabul, las iniciativas armadas eran imposibles de tomar, o no con la contundencia requerida; sin embargo, los frentes se multiplicaban.
La forma en que sonríes, me estremece —dijo la primera dama.
—No te preocupes, querida, he sopesado todas las posibilidades. Voy a ordenar que me preparen el helicóptero — contestó el Presidente.
Malkovitz llevaba cuarenta días encerrado en el calabozo de la Prisión Militar de Alta Seguridad y sus tesis más pesimistas se confirmaban. Se despertó bruscamente cuando se abrió la puerta de su celda.
—Levántese—ordenó el soldado, apartándose para dejar paso al Presidente.


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