15 mar 2010

INOCENTES


La chica se llamaba Selene, y la noche anterior había amenazado a su novio con dejarle si volvía a Colombia por otro transporte. Cuidaba de los niños de sus jefes que, ese domingo, jugaban un torneo de golf.
La primavera entretejía uno de esos espléndidos días en que los parques infantiles tienen un lleno de Derby, y Selene, sin mucho entusiasmo, accedió a llevarles a los columpios, no sin antes advertir a Marcos y Paula, que sólo podían llevar los “cubos y las palas”, y que a la menor bronca volverían para casa inmediatamente.
Se sentó en un banco vacío y sacó del bolso su celular. No tenía ninguna llamada perdida, pero si un mensaje de su novio, quién en tono despectivo, se mofaba de las amenazas y lágrimas vertidas por ella. Iba a contestarle cuando alguien se sentó en el banco. Era una anciana de piel transparente y cabellos violáceos enfundada en un sayón de color indefinible.
-Buenos días, mi niña – dijo.
El teléfono se le cayó de las manos. Tras recogerlo, todavía temblando, fijó su atención donde estaban los niños. Apenas si pudo ahogar un grito con la mano que le quedaba libre. Marcos y Paula en la parte alta del tobogán grande, estaban rodeados por un grupo de más de treinta niños, ninguno mayor de cinco o seis años, que les esperaban, premiosamente inmóviles, a que bajaran.
Miró a su alrededor. Dos pequeñajos se columpiaban solos, otros tres que apenas gateaban, jugaban con la arena, y dos niñas que vestían igual, corrían tras otro niño que se escondía en una especie de caparazón de tortuga con agujeros. Pero, no había ninguna persona mayor en el parque, a excepción de otra joven, quizás Boliviana, con el típico uniforme de interna, leyendo tranquilamente una revista. Fuera, una abrumadora calma, sólo perturbada por un numeroso grupo de niños que se dirigían al parque, y el ruido de una moto - ¡¿conocida?! - aproximándose a gran velocidad.
Corrió hacia los niños, pero una mano asida con fuerza a su muñeca la detuvo. Intentó zafarse inútilmente. Todos los niños de dentro y fuera del parque caminaban hacia ella.” No debes temer nada. Escúchales con atención. Tienen algo extraordinario que decirte”, susurraba en su oído la anciana. Cerró los ojos y se oyó decir: contádmelo.

1 comentario:

  1. Este relato fué un encargo del profesor del taller. El cuento tenía que desarrollarse en unos columpios.
    Es increible como cada uno enfocamos el encargo con una visión diferente
    ¡Ingrid! cuelga el tuyo que era muy bueno.

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