La mujer de la foto sonreía y me miraba, desde cualquier ángulo, me miraba. Parecía un retrato más, pero al entrar en la exposición, me sentí atraído.
- ¿Cuánto cuesta? Pregunté.
- Cien dólares. Me respondió el galerista.
No lo dudé, me lo llevé.
Cuando llegué a Madrid coloqué la foto sobre mi mesa, junto al ordenador. El viaje a Nueva York había resultado muy productivo, Encontré mi inspiración.
Hoy han llamado a la puerta y al abrir… ¡Allí estaba! ¡Era ella! Tan rubia y con ese pícaro lunar tan sexy…
- ¿Estoy soñando?
- ¡No querido! Estás muerto.
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