4 may 2010

ELENA Y LA DAMA NEGRA

Elena tenía 48 años, un pasado que casi no recordaba y un futuro que se le escapaba de las manos. Era una mujer valiente y aún hermosa. Sin embargo, ya no podía mirarse al espejo sin que las lágrimas brotaran de sus ojos, ni dejar de sentir que un feroz hachazo la había mutilado para siempre.
Primero fue la quimio, los vómitos, la nausea, el pelo que se caía a manojos. Luego vino la mastectomía. Y ahora… vuelta a empezar.
Al principio se rebeló con furia, luchó a brazo partido, decidida a ganar la batalla. Cuando se sentía acorralada, se desviaba por otro camino y daba esquinazo a su enemiga. Por entonces no le dirigía la palabra.
La dama negra, furibunda, apenas si le daba tregua. Volvía a cerrarle el paso y con un manotazo la derribaba.
Elena, tendida en el suelo y sin apenas poder levantar la cabeza, sacaba fuerzas de no se sabe que profundidad, miraba hacia arriba y la desafiaba: -No podrás conmigo.
La dama orgullosa le daba la espalda y se alejaba como el matador que arrastra la muleta y mira altivo al tendido tras haber estoqueado al toro: -¿Qué te habrás creído, ilusa? Es sólo cuestión de tiempo.
Elena dolorida, extenuada, dejaba pasar un rato, hacía acopio de fuerzas y valor y poco a poco deshacía el ovillo en que la dama la había convertido. Apoyaba primero una mano, luego una rodilla y la otra. Lograba ponerse de nuevo en pie y tambaleándose como un borracho volvía a caminar.
Estaba cansada, muy cansada.
Durante el último mes, más aún en los últimos días, su monólogo interior se había hecho insistente y se encaminaba, sin desvío posible, en una misma dirección. A veces la ansiedad y el miedo la consumían, a veces lo veía todo claro y lograba sentirse serena.
Apenas si había amanecido. Elena se dirigió hacia el muelle. La neblina confundía borrosa el cielo y el mar. Se acercó hasta el espigón por el que tantas veces había caminado. Allí se estrellaban las olas levantando espuma.
La dama negra la seguía.
Elena se volvió y la increpó: -¿Cuántas veces lo has intentado? ¿Lo recuerdas?
-No llevo la cuenta. Sólo sé que eres dura. -Repuso la otra.
-Pero ahora ya no me asusta tu cerco, al contrario voy a tu encuentro.
-¿Ya no te asusto?
-No, ahora siento que contigo voy a liberarme. Mis pies son ligeros, casi no tocan el suelo.
Bajó del espigón, caminó hasta la playa. El mar traía olores salinos, de algas. Se fue adentrando en el agua, su vestido flotaba…Su cuerpo también flotó. Oyó una voz: -Ven. Ella contestó: -Ya estoy contigo, ya soy libre.

2 comentarios:

  1. ¡¡Enhorabuena!! Por el relato y por haberlo colgado. Espero que sólo sea el primero de una larga serie. Te he puesto una imagen, a ver si te gusta; sino es así la quito cuando me lo digas.

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  2. ¡¡Muy bien!!. Te felicito de corazón y te animo a que sigas colgando cosas en el blog para que podamos recrearnos con ellas. Un besazo.

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